Por Alejandro Asis | Dueño de una inagotable cantera de personajes, el imaginario literario de Jorge Amado pinta la radiografía bahiana que existió hasta mediados del siglo XX, donde sus grandes héroes no son otros que los más pobres, los vagabundos, pescadores, borrachines y sus admiradas prostitutas. En su éxito también se conjugó haber puesto en lugares centrales el color del mestizaje y las creencias animistas heredadas de los descendientes africanos que poblaron la región.
Desde sus novelas iniciáticas como Cacao, escrita a los veintidós años, Amado describe esa permanente lucha que entablan los sectores rurales acomodados del nordeste brasilero y los desposeídos. Sin vueltas toma partido por los más débiles. En ese mundo de sectores antagónicos nada es azaroso, sino una consecuencia lógica del ideario socialista que sintetizó su vida.
Con el joven Amado aparece un autor que pone patas para arriba la literatura latinoamericana. Los conflictos de sus personajes difieren de aquellos que suceden entre las sociedades urbanas, conservadoras y acomodadas de la capital; los suyos son personajes de Bahía que hablan un lenguaje llano; también son héroes despojados de toda complejidad. Con indisimulable ironía cuestiona y satiriza al rico y a su justicia, y nos permite pensar que la vida también le ofrece oportunidades a los sectores postergados. Es el que impone el realismo mágico aún cuando faltaran años para que alcanzara esta denominación. Este lenguaje llano y las características de sus personajes van a irritar a gran parte de la intelectualidad. La calificación de “escritor popular” no alcanza a estigmatizarlo.
Después de mediados de siglo cambia el eje de sus temas. Ya no será la lucha de clases que se manifiesta en obras como la mencionada Cacao, Capitanes de la Arena o Jubiabá, sino un escenario distinto, condimentado por nuevos personajes, con menos vivencias políticas, y más reivindicativo de lo social. Esto coincidirá con su distanciamiento del partido Comunista al que ha servido como diputado.
En el Amado que irrumpe en los ’60 pone de relieve el mundo de las mujeres. Tieta de Agreste pastora de cabras, Gabriela clavo y canela, Doña Flor y sus dos maridos, y Teresa Batista cansada de guerra, conforman el cuarteto de sus libros más celebrados. Son mujeres de armas tomar. En cada una de estas novelas se ratifica la profunda admiración que siente por ellas, mujeres que se atreven a cuestionar el mundo de dominación machista y que en sus páginas, al menos, consiguen doblegarlos.
En ese entramado de la argumentación son mujeres que se caracterizan por sobreponerse a infancias difíciles. A veces son mujeres que han sido explotadas sexualmente (víctimas preferidas de los terratenientes nordestinos -los famosos coroneles-), en otras mujeres que se rebelan por simple necesidad al orden jerárquico impuesto por los sectores de poder.
Casi siempre las une la pobreza y la marginación familiar, pero también eróticas y desprejuiciadas, finamente sensuales y con un irresistible poder de seducción.
Como en el mejor culebrón, en el mundo Amado las cosas no son lo que parecen. En las novelas que las tienen a ellas como personajes los hombres terminan ridiculizados. Machos contra las cuerdas. Estamos frente a cornudos consuetudinarios a los que no les alcanza el dinero para sostener sus caprichos.
Una constante de Jorge Amado fue circunscribir su literatura a la geografía de Bahía. En sus libros son escasas las menciones que puedan hacerse de la industrial San Pablo o la turística Río de Janeiro. Son ciudades urbanas y elitistas con las mismas problemáticas que cualquier ciudad cosmopolita del mundo.
Esa Bahía, con su raíz africana, es la que le brinda otro de sus temas favoritos: el mestizaje. Como bien se encargaba de explicar en reportajes, una obsesión suya era la conformación de la nación brasileña, sin prejuicios raciales. En el libro Tienda de los Milagros, queda claramente fijada está obsesión. Allí se cuenta la vida de un mulato, ya muerto, llamado Pedro Archanjo. Con un argumento que lleva el sello Amado (personaje borracho, amante de las mujeres y admirador de las religiones animistas) la novela muestra como un escritor y documentalista hace que la vida de este ignoto sociólogo bahiano interese a una universidad americana y, a partir de ese dato, cómo rápidamente se convierte en una figura central de la intelectualidad local.
En el resultado final Amado no nos defrauda, el triunfo definitivo de Archanjo es el de la cultura mestiza, la de la cultura que se impone a la segregación y que sustenta una de las grandes teorías del escritor, y es que la mezcla de sangre es grande y nadie puede negar que en sus genes, en mayor o menor medida, hay algún antepasado negro. Y esta aseveración lo ha llevado a apuntar a una definición mayor: que la pureza racial por si misma conduce al camino de la extinción.
En la marca registrada de su literatura tampoco faltan las religiones animistas traídas por los esclavos africanos, por las que el autor guarda especial consideración. Amado entiende que una descripción completa del entorno bahiano incluye necesariamente el rito del candomblé. Sus personajes lo practican y a veces son los ismos transmisores de esta fe. Para no perder fieles, incluso la propia Iglesia Católica se ha permitido compartir celebraciones del rito candomblé. Imposible no mimetizarse en una región con más de 200 años dedicados a transmitir el precepto religioso de los pueblos africanos.
En poco menos de dos meses se cumplen dieciséis años de la muerte de Jorge Amado. Casi vencido por una diabetes que lo dejó ciego, murió cuando tenía 89 años. Hoy Salvador de Bahía tiene su centro turístico en el barrio del Pelourinho, pero sin duda el mayor influjo para el visitante es recorrer los rincones de la ciudad que su inagotable pluma describió en cada una de sus páginas.