Por Carlos Fanjul* | Pará, pará, pará, diría Fantino… Antes de entrar a meterle letras a esta nota, vamos a convenir una cosa: ¡Los argentinos somos jodidos! Si sos, porque sos. Y si no sos, porque no sos. Siempre tenemos algo malo para decir del otro. Y, para peor, rara vez tenemos las pruebas que lo acrediten.
Un buen grabador prendido en el momento de una coima, la filmación del momento exacto en que el tipo se tiraba el lance con la vecina, si el defensor metió la mano con intención o si la pelota le pegó de casualidad cuando iba derechito a la red. Nunca está el testimonio fehaciente. Pero igual se habla. Y hasta se publica en algún lado.
Mirá, si no: el otro día, Mirtha Legrand le fue a la yugular a la ministra de Seguridad, y qué prueba tenía más que la de un señor que la paró en la calle –porque ella se cruza con todo el mundo cuando va por la vereda- y le tiró la data. Pero igual le mandó a la Patricia Bullrich: «¿Vos sos montonera o fuiste montonera?».
La ministra, claro, vaciló un poco antes de contestar porque imaginaba que todos los televidentes de la señora se estarían persignando en ese mismo instante, y respondió: «No, yo fui de la JP», para luego explicar que fue cuñada del líder de la organización Rodolfo Galimberti, y que el Tío Cámpora y el Abal Medina de aquellos años iban a comer seguido a su casa.
«Yo creo que el uso de la violencia como forma de acción política nos hizo muy mal a todos los argentinos”, mandó la Pato para rematarla y que ningún malpensado dudara de su honor republicano. ¡Faltaba más!
Pero es así. Aquí cualquiera te tira cosas sobre quién sos y te dejan tecleando. Ahora, pensando un poquito más: en realidad uno puede ser lo que quiere y siempre estará todo bien. Cada uno es lo que es, sin que importe a qué cofradía pertenece. Uno puede ser lo que se le dé la gana –como dice un amigo-: “Nativo o por opción, católico profesante o protestante o itinerante, cristiano o cristinista, radical o macrista, ateo, agnóstico, nihilista, judío, musulmán, evangelista, adventista del séptimo día, masón, fabricante de colchones, refutador de la Escuela de Francfort o cultor de la scola do samba”.
Y quien tendrá derecho alguno a cuestionarte. Siempre estará bien. Pero, lo que rara vez estará bien es cuando sos varias de esas cosas al mismo tiempo. O sos todas y ninguna. O a veces una, y diez minutos más tarde la otra. O peor aún, no ser nunca de ninguna, aunque parezcas de varias. Y, la verdad, la Patricia es medio así.
¿Quién es Patricia Bullrich?
¿De dónde salió?
¿A quién representa?
¿Quién la banca para siempre estar en lugares donde se deciden cosas?
Desde aquel “no pero sí” de su pasado en la Organización Monteneros, a ser conspicua militante del menemismo, o ministra de Trabajo con el volador De la Rúa, o correligionaria de Carrió -otra que merecería preguntarle quién es-, o ahora superministra amarilla del bailarín Mauricio, todas esas cosas fue o es La Piba, como se la llamaba en los ‘70.
Tiempos de los dedos en V
De lo que sí no hay dudas es que su hermana fue esposa de Galimberti, y de que ella militaba en la orga, más allá de su negativa de ocasión en la Mesaza. ¿Y qué? Ambas hermanas son brotes de una familia tradicional argentina como los Pueyrredón, que son de linaje francés e irlandés, y cuyos miembros más destacados fueron nada menos que Juan Martín de Pueyrredón, director supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata (1816-1819); y Honorio Pueyrredón, ministro de Agricultura (1916) y posteriormente ministro de Relaciones Exteriores (1917-1922) del presidente Hipólito Yrigoyen.
En su familia también hubo dos intendentes de la Ciudad de Buenos Aires: Adolfo Bullrich (1898-1902) y Carlos Pueyrredón (1940-1943).
Harta de tanto garca, o a gusto según se quiera pensar, la Piba militó desde chiquita en la Juventud Peronista y estuvo presente en Ezeiza el día que volvió Perón, y también en la Plaza de Mayo cuando el ex presidente echó a Montoneros. Hasta estuvo detenida en la cárcel de Devoto, para más tarde marcharse lejos a Brasil, México, España y Francia.
Dicen, siempre dicen, que alcanzó el rango de segunda teniente en la organización y que, siempre con una 9 mm en la cintura, era una de las más picantes a la hora de planificar acciones. Como por ejemplo la denominada contraofensiva montonera de los años ’79 y ‘80, que terminó en masacre y que muchos le asignan una de las principales responsabilidades.
Es más, el periodista ya fallecido de Página 12 Onofre Rodena ya no sólo lo dijo, sino que hasta lo publicó en un libro (“Las mujeres Montoneras”, de Editorial Sudamericana), cuando se olfateaba en el país el golpe militar del ’76 y había que organizar la urgente salida al exterior de los militantes para evitar una cacería humana.
En ese libro, Rodena cuenta que “en una casa alquilada de Maipú sur de Capital Federal, diez montoneros analizaban la situación, entre ellos Patricia Bullrich, quien le rogaba al Pelado, Roberto Perdía, que la ayudara a salir del país porque su nombre estaba en la lista. Dicen que el Pelado (que componía la plana mayor de Montoneros) le contestó:
“Vos sos la menos indicada en hablar para irte del país; algo dijiste para que media Marina de Guerra esté hoy detrás de Rodolfo Walsh. En realidad hasta se dice que lo has traicionado”.
Ves que cualquiera dice cosas que no están ni siquiera grabadas.
De trajecito da mejor
Pasó el tiempo, algunos por suerte pudieron salvar la ropa y ya de retorno en el país y con una democracia camino a consolidarse buscan espacios de construcción política para “seguir soñando el futuro de transformación social que permita a los sectores más castigados…”.
Muchos lo hicieron por cierto, mientras otros fueron encontrando algunos atajos con sueños más personales. Patricia, por ejemplo, hizo un toco y me voy por las huestes renovadoras de Antonio Cafiero, pero encontró finalmente ese camino de igualdad social bajo el ala transformadora de Carlos Saúl Menem que, como todos sabemos, revolucionó todo por cierto. Pero al revés.
Allí, la Piba fue primero diputada nacional y luego apareció dando una mano en la municipalidad de Hurlingham, durante la gestión de Juan José Álvarez, otro peronista de ley seguramente, aunque acusado desde la maldad de ser servicio de la SIDE, de haber dirigido las operaciones que terminaron con el asesinato de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki en el Puente Pueyrredón. O hasta, muchos antes, de ser parte de la Triple A, de la mano del general Acdel Vilas, o del entorno letrado del Nabo Barreiro, quien con su incomparencia ante la Justicia desencadenó las asonadas militares de Semana Santa y sus derivadas.
Todas habladurías sin papeles firmados.
Lo cierto es que el recorrido triunfante de Patricia la llevó luego a ser parte del gabinete bonaerense de Eduardo Duhalde y, de golpe, tomar conciencia de los males del país durante la monarquía del Rey de Anillaco, y pegar el salto a la floreciente Alianza, que de la mano de Fernando De la Rúa, Domingo Cavallo y otros ilustres figuras iban “a dar por terminado el nefasto ciclo anterior”, aunque dándole continuidad a todas sus políticas.
Dicen, siempre dicen, que el que la convenció de doblar en la esquina fue Fernando de Santibañes. ¿Se acuerdan? El de la Banelco y también ex jefe de la SIDE. Siempre la SIDE, en la boca de los malintencionados.
fue la recordada ejecutante del decreto que estableció la reducción del 13 por ciento en los salarios de los trabajadores estatales y de las jubilaciones.
Inquieta como es, fue luego candidata y hasta ocupó algunas bancas, entre amores y odios con las huestes del centroderechista Ricardo López Murphy o la (¿centroizquierdista?) Elisa Carrió, de quien recibió más tarde serías acusaciones ante los estrados judiciales, para, algo después, volver a retornar al camino del amor y ser elegida la primera candidata de la Coalición Cívica a una diputación nacional por la Ciudad de Buenos Aires.
Vale acotar que, a esta altura, ya no recordamos si se quieren o se aborrecen.
Amarilla de la primera hora
Basta de viejos e inútiles recorridos del pasado –¿quién no tiene diez o veinte muertos en su placard?-, y parémonos por fin en el presente.
Desde que, en diciembre de 2015, el flamante gobierno de Mauricio Macri la designó como responsable del ministerio de Seguridad de la Nación, Bullrich no ha dejado ni un solo día de aparecer como uno de los alfiles principales del gobierno amarillo.
Y en un área con trabajo a tiempo completo desde la clara decisión oficialista de cortar por lo sano con cualquier tipo de protesta social que le salga al cara a cara a las políticas de ajuste económico implementadas.
Con el respaldo de su lugarteniente, Pablo Noceti -recordado abogado defensor de varios acusados por delitos de lesa humanidad en La Pampa y Entre Ríos y, antes, socio del letrado del dictador Leopoldo Fortunato Galtieri-, la ministra se ha encargado de garantizar un formato represivo violento para enfrentar todo tipo de manifestaciones callejeras. Asimismo, de su inspiración, junto a la de Marcos Peña, surgió el llamado “protocolo de protesta social”, en un intento por darle viso legal a la mano dura.
Esto le ha acarreado a la Piba, con pinta ahora de mujer de seño fruncido, diversas acusaciones y hasta, últimamente, variados pedidos de renuncia por su accionar directo en la orden de represión al pueblo mapuche en Esquel y hasta de posterior encubrimiento, como la acusan varios familiares, del joven desaparecido en el sur, Santiago Maldonado.
Más allá de abundar en los detalles del doloroso caso, que mantiene en angustia y reclamo al pueblo argentino, bien vale remarcar la curiosa actitud de la ministra frente a la denuncia del testigo protegido Ariel Garzi, amigo del joven desaparecido, y autor de la reveladora denuncia de haber sido atendido por una persona desconocida en el celular de Santiago, 24 horas después de su desaparición.
Con la intención de desligar al gobierno de toda responsabilidad, Bullrich informó de la investigación al Senado, pero tuvo dos deslices imperdonables: mencionó como diferentes a «los argentinos» de «los mapuches», y la remató revelando la identidad del testigo protegido, a quien, por culpa de su condición de Piba habladora, lo dejó sin protección alguna.
De qué planeta viniste
En realidad, no aparece sólo esta historia para afirmar su locuacidad, la que pareciera refrendar aquella sospecha que tantos años antes le tiró por la cabeza el Pelado Perdía.
Ya en 2015 el abogado peronista Juan Gabriel Labaké la había denunciado como parlanchina paga del gobierno de Barack Obama como parte de un entramado desestabilizador contra varios gobiernos izquierdistas de continente, que no respondían a los intereses estadounidenses.
Algo más acá en el tiempo, desde el Partido Obrero se la denunció de ser fuente permanente de “una cadena de noticias ultra derechista que responde a lo más reaccionario de EE.UU., llamada Unión de Organizaciones Democráticas de América”, vínculo que habría construido mediante la gestión de su esposo, Guillermo Yanco, quien pertenece al parecer a la Red de Partidos Políticos financiada por la National Endowment for Democracy (NED), que se encarga de la parte legal de las operaciones ilegales de la CIA.
Más allá de darle crédito a tanta cosa que se dice sobre Patricia, su predisposición para la flojera de lengua también pareció quedar acreditada en el marco de la investigación judicial por la muerte del fiscal Alberto Nisman. Según reveló el portal Infobaires 24, en las anotaciones personales del funcionario judicial constan que, en los días previos a su muerte, atendió a 32 medios de comunicación, a dirigentes de la AMIA y la DAIA, a Diego Lagomarsino, pero también a Laura Alonso y a Patricia Bullrich. Es más, de los 63 llamados que recibió Nisman el fin de semana de su fallecimiento, 20 correspondían a la ministra conversadora.
Es que queda claro que a la Piba le gusta hablar. Pero lo que nadie sabe con papeles en mano, es, en el fondo, a quién le habla Patricia Bullrich.
Quién la banca para que hable.
Quién habla, cuando ella habla.
*Periodista. Director de Malas Palabras