Canal Abierto continúa con la publicación de los capítulos del libro
Pibes. Memorias de la militancia estudiantil de los años setenta,
de Hernán López Echagüe.
[mks_dropcap style=»letter» size=»52″ bg_color=»#ffffff» txt_color=»#b2b2b2″]IX.[/mks_dropcap]Esta mañana recibí un correo de mi hermano mayor, desde Bilbao. Nos vimos por última vez hace muchos años, creo que en el otoño europeo de 1994, en su departamento de Majada Honda, en las afueras de Madrid. Tomamos bourbon dos días seguidos y en ningún momento hablamos de esta historia, de la que estamos hablando ahora. Charlamos sobre los recuerdos que cada uno tenía de la infancia, de la esquina de Peña y Bustamante, cuando ese territorio del cachurra montó a la burra, la rayuela, las escondidas y el fútbol en la calle o entre los yuyos y los escombros de la penitenciaría de Las Heras, ese territorio tan de uno, hasta te podría decir casi la materia primera de lo que somos hoy, no se había convertido en ese amontonamiento de manzanas vacías de toda sorpresa, como ahora; fachadas de edificios que la van de modernos y no te dicen nada. Son estúpidas torres de cemento que no te dan la menor idea del carácter, de las locuras y cosas de la gente que vive ahí, apilada, desgajada, de boca muerta en el ascensor. ¿Cómo son? Antes sabíamos, más o menos, en qué andaba cada una de las familias que vivía en la cuadra. Con mi hermano también hablamos de Wilcock, del cuento El caos, y él recordó el epígrafe del cuento, la frase de Schrödinger: “La tendencia natural de las cosas es el desorden”. No lo entendí. “¿No te parece una historia conocida?”, dijo. ¿A qué? “La burrada de no entender que todos somos unos mamertos, tipos informes, que vivimos desordenados y siempre vamos a vivir así, dislocados, que en cualquier momento nos va a sacar de la cama un águila y nos va a llevar a la cima de una montaña, a una cueva entre las rocas, y nos va a obligar a que empollemos sus huevos”.
En 1988 él estaba afiliado al Partido Justicialista. En la interna votó por la fórmula Menem—Duhalde. En julio del año siguiente, cuando Menem y Duhalde asumieron, mi hermano tomó a su mujer, a sus cinco hijos, y se fue a España. La fiesta de despedida fue en el club vasco, el Laurak—Bat. El también había sido dantzari. Con su voz cascada cantó “Los cosos de al lao”: “Ya las luces se apagaron/el barrio se despereza/la noche con su tristeza/el olivo se ha tomao/Los obreros rumbo al yugo como todas las mañanas/mientras que hablando macanas/pasa un tipo encurdelao”.
Camino a su casa, los dos muy en curda, me dijo que nos dejaba un dilema político y antropológico a resolver: Menem. Y se mató de la risa. Andaba por la vereda abrazándose la barriga, rebotando contra las paredes y los frentes de los edificios, cagándose de la risa. Fuimos hasta el departamento de él y su familia, en Entre Ríos y Belgrano, un edificio de cuatro pisos que tenía un ascensor Otis de mil años atrás y que al lado de un espejo estrecho tenía una plaquita de bronce que decía: “Capacidad máxima: 2 personas”. Ahí lo dejé. Y me llevé la plaquita. La puse en el respaldo de mi cama. Al pedo.
Pero volvamos a la carta que recibí de él esta mañana. Por momentos escribe a la española. Si te sirve para el libro, metele pata. Pero no le cambies ni una coma. Te la leo:
Hola hermanito,
Anoche leí tus primeras páginas de ‘Pibes’. Lo había impreso por la tarde estrenando mi flamante impresora. Tarde por la noche cuando llegué a la última página, me dí cuenta que no había impreso las últimas dos, por lo que me levanté y encendí el ordenador y las pude terminar. Lo que te da una idea de cómo estaba de interesado y metido en tu relato.
Dejemos aparte lo eficaz del relato, que interesa y te lleva, y me centraré en la estructura. No resulta muy claro, si la intención es narrar algo dentro de otra narración, la figura del personaje que escucha al relator. Noto que aparece un poco tarde en el hilo.
Si me dejas imaginar, benevolente hermano, veo el principio con una pregunta del profesional que intenta exprimir al Enano, del tipo: ‘Mandrake era un mago de historieta, no?’, porque imagino al oyente, joven y poco conocedor de la cultura de nuestra generación. Lo veo vestido al descuido, tal vez con gafas, limpio y con hambre literaria. Y veo al Enano, tal vez melancólico, con un íntimo placer y dolor mezclados, por obligarse a recordar. Está echado en un sofá y fuma incansablemente.
Yo tenía una pareja que cada vez que le preguntaba por su infancia—adolescencia, me respondía. ‘Pregúntale a mis hermanas’. Empiezo a creer que me pasa lo mismo contigo, sos parte de la memoria que, vaya uno a saber porqué, se me ha borrado. Algunas cosas del emesebé, no las recordaba, y durante el día de hoy he intentado hacer flexiones de neuronas, y alguna cosa ha salido a la superficie.
Si nuestras vidas son senderos que se bifurcan, a veces te encuentras en el mismo sitio después de un largo recorrido. Lo que cuentas ha hecho preguntarme quién era yo en esas épocas. Qué era lo que me empujaba, cuáles mis íntimas intenciones. Por qué hacía lo que hacía.
Y hoy, no sé mañana, me sincero y te confieso lo que concluí hoy mientras desayunaba:
Sigo creyendo, como entonces, que el análisis marxista o materialista de la historia es tan válido (o más) ahora como hace décadas. En eso no veo contradicciones entre lo que soy y fuí. Tenía en esos años el íntimo convencimiento de que la revolución que cambiaría al mundo estaba tan lejana como la píldora que cura el cáncer. Posible, sí, pero lejana en el tiempo. Nunca me engañé. Sabía que era sólo un pequeño paso al buen futuro. Entonces, ¿qué hacía yo allí? Un curso acelerado de acción política. Un aprendizaje intensivo de cómo conducir a las personas a fines nobles y revolucionarios. Aprendí a negociar, lo que eran las ‘trenzas’, a convencer a otros y, sin ser hipócrita, unir voluntades.
Una breve historia. Cuando decidimos escindirnos en la JP Lealtad, conocí a mucha gente, que por el hecho de ser menos, nos juntábamos como comadres en desgracia. Conocí a muchas personas que eran mitos en la etapa anterior y ahora se me presentaban en carne y hueso.
Mi argumento y el de muchos más era: bien, ahora tenemos a la Pocha y hay democracia (con sus más y sus menos). ¿Nos enfrentamos como si no hubiese pasado nada o hacemos política? En esas estábamos cuando con tres compañeros más pasamos por uno de esos barrios que rozan la villa miseria, se nos acercan varios compañeros del barrio al coche y uno de ellos, muy inteligente y vivaz, me saluda y me dice que lo deja todo, que se va a poner a estudiar, que quiere progresar un poco. Le doy aliento y le digo que me parece bien. Arrancamos y dos chicas me acusan de ‘desmovilizar’. Discutimos y me quedo con la idea de lo estéril e insincero que hubiese resultado para mí, hacerle desistir de sus planes. La política para mí en esos días, y ahora, es lo más noble que se ha inventado la humanidad, pero no se puede hacer ‘meloneando’. Mi propósito era crecer con los entregados, si no nos pasaría lo que nos ha pasado.
En fin, no me hagas mucho caso. Me acordé de Carlitos Valladares, claro, recuerdo unas navidades o fin de año, que pasé por Paraguay y estaba Carlitos, charlamos un buen rato, yo ya estaba en la otra onda, y él me decía que yo seguía estando del lado de los buenos.
Lo que has escrito sobre nuestra madre me ha conmovido. Conocía unos pocos detalles sobre su comportamiento en el episodio del allanamiento. La verdad es que la vieja tenía un orgullo a toda prueba y una dignidad propia de su ascendencia.
Bueno, espero más páginas ahora que domino la puta impresora.
Un abrazo
PD: si hay algo que falta en lo que he leído de tu nueva historia, es describir el hilo que conduce, ya desde la infancia, hacia la lucidez. Porque no me vengas con el verso de que te pusiste a militar porque yo te dejé un par de libros en la mesa de luz, vamos …
Abrazo
Gonzalo
-A mediados de 1974, cuando la persecución de la Triple A era cosa ordinaria, ¿no sentían miedo, no veían la posibilidad de la muerte?
-Me hiciste acordar de una frase de Cooke que me la pasaba repitiéndosela a cualquier compañero: “La violencia revolucionaria es amor a los hombres traducido en odio hacia quienes causan su desgracia”. Una frase fenomenal. ¿Qué compañero podía decirte que la violencia era una locura después de echarle esa frase? Y el miedo, ¿el miedo a qué? Hay miedos y miedos. De pronto uno le tiene miedo al fracaso de lo que está haciendo, pero ni se le ocurre pensar que el fracaso puede causarlo la muerte, la muerte sin otras dilaciones. Morir. Te cuento algo. En una reunión con Lennon, Tony y Banana, en la pizzería El cuartito, en la calle Talcahuano, ellos flojos de ganas, de convicción, apagados, les tiré una frase: “Un revolucionario sin fe, es un revolucionario inerme”. Y se la tomaron a pecho. Me preguntaron quién la había dicho o escrito. Les dije que el Che, porque todo lo que había dicho o hecho o dejado entrever el Che, era venerable. En el ámbito de la UES del nocturno del Sarmiento, esa frase empezó a tener una mística rara; alguien, no tengo la menor idea quién, la escribió con marcador negro en los azulejos blancosucio del baño, y al pié: “UES—Montoneros. Patria o Muerte”.
-Bueno, de eso quiero hablar, de la muerte.
-Hay cosas que no se pueden contar, o, mejor dicho, que no se pueden explicar. Cosas de la vida y de la muerte. Primero, porque la muerte, como hecho posible, cercano, no existía. Ninguno de nosotros pensaba que podían matarte. ¿Por qué te iban a matar? ¿Por hacer política? ¡Si éramos pibes! La muerte, pensábamos, nunca ocurría, no pasaba, era cuento, no dolía. ¿Qué adolescente puede creer que la muerte duele? No porque la muerte se nos antojara cosa tonta, sí cosa lejana, imposible de ocurrir. No había muerte posible en aquella época. La muerte les ocurría a otros. Pero bien que la muerte se nos metía en la cabeza. Buena parte de las personas que admirábamos había muerto, o la muerte les había andado cerca.
Me contaron que una vez un militar dijo que la muerte es una idea de civil. Un militar de cualquier Estado militar de cualquier Estado pedorro. Entonces, es decir, por lo tanto, acaso, la muerte es una idea de civil. No es más que eso: una sencilla y absurda idea con corbata, o con falda, porque todo civil usa, o alguna vez usó, corbata o falda. Quizá una mala idea. Una nube en la cabeza. La muerte: un desliz, una flaqueza, una indiscreción moral que ataca a tipos que a veces no se afeitan y que llegan tarde a su trabajo y que de regreso a su hogar se tiran en un sillón y miran tele. O a tipos a los que les encantaría afeitarse a veces y tener un trabajo y regresar a su hogar y mirar tele. Civiles, pelotudos civiles. Idiotas civiles que nunca caerán en la cuenta de que la muerte ha sido inventada para ellos, no para los militares. Hay muertos.
O ausencias de ahora en más. Chiche y Lennon son ausencias que me ahogan. Que ahogan a cualquiera.
Foto: El autor, a la derecha, con su hermano Gonzalo. Madrid, 1994.