Por Carlos Saglul | Hay olor a miedo en el aire. Es como un presagio que ronda la calle. El obrero tiene miedo de perder el trabajo. El que sacó un crédito para comprar su casa no sabe si podrá pagarlo. Los ahorristas temen un nuevo «corralito». A los vendedores ambulantes se los lleva la policía. Los narcos, de a poco, toman en las villas el lugar del Estado.
Estos días grises no se parecen en nada al país de la alegría que prometía Mauricio Macri. La foto de una abuela de más de 90 años recorre las redes cuando una cuadrilla va a cortarle la luz por falta de pago. Las empresas de energía andan en coches sin identificación por miedo a ser atacados en las barriadas más pobres donde ya la gente se “cuelga” masivamente.
El jefe de la “maldita policía” demuestra ser el más sensible de este gobierno (¡cómo será el resto!) cuando admite que la gente sale a robar empujada por la miseria. El periodismo mercenario cacarea a coro que no criminalice a la pobreza como si la pobreza no fuera criminalizada por los que rematan al país. Todo aumenta menos los sueldos.
Algunos hipócritas advierten que el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) puede terminar con el “gradualismo” del actual gobierno cuando en realidad el modelo de deuda más fuga de capitales nunca tuvo otro destino que éste: dejarnos caer bien al Fondo.
Los camiones de caudales siguen en caravana su marcha hacia Ezeiza. La imagen del Presidente pronto no alcanzará ni para vender una rifa. El tema es que, según las encuestas, nadie lo reemplaza. Toda la clase dirigente aparece cuestionada o por lo menos sin despertar la más mínima confianza.
El cuadro actual parece cada vez más una postal amarillenta de 2001. Vienen por lo que queda: los fondos jubilatorios a través de las AFJP, el Banco Nación, Aerolíneas. El dólar cerrará más alto aún, empujando la inflación y licuando los salarios, cuyo deterioro no traerá “una lluvia de inversiones” sino más recesión.
Una mujer de 30 años, que cualquiera podría confundir con un ama de casa de clase media baja, deja su changuito de supermercado contra la pared y busca dentro del volquete para los desperdicios de McDonald’s. En su búsqueda hace a un lado la tapa grasienta de un diario donde se subraya el respaldo norteamericano al acuerdo con el FMI. Hipócrita, algún periodismo olvida que el organismo de crédito criticó la política proteccionista de Donald Trump destinada a defender el empleo. No es lo mismo una explosión social en un país lejano que en el corazón del Imperio. El millonario norteamericano lo sabe bien. ¿El bloque de poder que gobierna el país detrás de Macri está en condiciones de arremeter con un ajuste salvaje sin ser arrasado por una ola de indignación popular?
La crisis de 2001 nunca se cerró, tuvo apenas un paréntesis. Volvemos al punto de partida que es la vieja y comprometedora conclusión: lo que no funciona es el modelo. La clase media, principal sostén de la derecha que gobierna, puede tener el dulce sueño de ser parte de la plutocracia, pero tarde o temprano despertará a la pesadilla más temida: no tiene otro lugar en este proyecto -al igual que los trabajadores- que ser arrastrada a la pobreza más inclemente. Su miedo está en el aire, se huele.