Por Carlos Saglul | Joseph Goebbels nació el 29 de octubre de 1897. Un defecto físico le impidió participar de la Primera Guerra Mundial. Se graduó en Filología Germánica y trató de ganarse la vida como periodista y escritor. Se enroló en el Partido Nazi en 1923. Tres años después ya era nombrado responsable de la zona Berlín. Desde 1930, cuando comenzó a desempeñarse como jefe de Propaganda del nazismo, fue sentando los principios del manejo de las masas a través de la comunicación. Con la llegada al poder de Adolf Hitler fue nombrado ministro de Educación y Propaganda. Ante la inminente caída de Berlín, asesinó con veneno a sus seis hijos y después se suicidó junto a su mujer en el búnker de Hitler, a quien acompañó hasta el final.
La influencia de Goebbels y sus técnicas han tenido y tienen mucha más influencia en la propaganda política que la admitida oficialmente. Al asesor estrella del presidente Mauricio Macri, Jaime Durán Barba, le gusta escandalizar y así lo hizo cuando declaró que pensaba que Hitler era un “tipo macanudo” que tenía en su momento una aprobación “de más del noventa por ciento entre los alemanes”. Y es verdad: parte de esta buena imagen se la debió a Goebbels, a quien seguramente Durán Barba estudió con detenimiento y quizá admiración.
Esto se nota cuando se indaga en los principios de la publicidad nazi. Goebbels opinaba que “hay que hacer creer al pueblo que el hambre, la sed, la escasez y las enfermedades son culpa de nuestros opositores y hacer que nuestros simpatizantes se lo repitan en todo momento (…) Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar”.
En Durán Barba se nota similar apreció por la capacidad intelectual de los sectores populares: “El electorado está compuesto por simios con sueños racionales que se movilizan emocionalmente. Las elecciones se ganan polarizando, sembrando el odio hacia el candidato ajeno”.
En esto, el asesor macrista coincide con los principios de propaganda nazi. La creación del enemigo es fundamental. Todo mal le debe ser atribuido. Y es más, es necesario que exista un solo enemigo. En el caso de Cambiemos, este papel le tocó al kirchnerismo. Hasta no hace mucho, cada opositor que se refería críticamente al Gobierno por fuera de esa identidad partidaria, se sentía obligado a aclarar: “no soy K”.
Otra regla de la publicidad nazi: «Lanzar información para intentar que varios actores la recojan. Si somos varios los que decimos lo mismo, esto le da verosimilitud. También se pueden usar informaciones fragmentadas que toman sólo el aspecto que queremos fijar en la gente”. La primera recomendación parece un recordatorio de las tareas diarias de los trolls del oficialismo, denunciados hasta por entidades internacionales como Greenpeace o los familiares de Santiago Maldonado. Ni que decir de la red de medios oficialistas que cuando interesaba crear una guerrilla mapuche en el sur, supieron ver·“crímenes terroristas” en lo que eran delitos comunes. Por supuesto, la información desaparece poco después sin que pueda ser seguida por el lector. Entre los cientos de ejemplos se puede agregar la supuesta participación de Facundo Firmenich (un apellido notorio) en un supuesto escrache en Europa, lo que fue desmentido por el joven, que inició acciones contra el gobierno argentino.
El oportuno silencio, es la siguiente norma. Se trata de acallar las cuestiones sobre las que no se tienen argumentos y disimular las noticias que favorecen al adversario, con la ayuda de los medios de comunicación fieles, recomiendan las técnicas nazis. En una sola semana, en tres movilizaciones, casi dos millones de personas manifestaron contra políticas oficiales el mes pasado. Desde los medios el silencio fue casi total. No se editaron primeras planas con las cuentas en paraísos fiscales del presidente Macri y ni siquiera se publicó un allanamiento verificado en Casa de Gobierno por otro caso, que rebotó aún en cadenas internacionales. Jamás se vio un blindaje mediático como el que tiene el actual gobierno.
“La propaganda opera siempre a través de un sustrato preexistente, la mitología nacional, o el complejo de odios y perjuicios tradicionales. Se trata de difundir argumentos que puedan arraigar actitudes primitivas”, sostiene Goebbels. Aquí aparece la famosa grieta plateada alrededor de un “peronismo corrupto” y que no sabe gobernar. Si bien las denuncias de corrupción contra funcionarios del actual gobierno son casi diarias, siempre las tapas de los grandes medios se refieren a las que afectan a integrantes de la gestión anterior. El núcleo duro del actual gobierno se cimenta en un marcado antiperonismo y los publicistas de Cambiemos lo utilizan al máximo. Todas son advertencias sobre “el regreso de Cristina”, o “el populismo a la venezolana”. Si el Gobierno sufre algún traspié, es parte de “la herencia recibida”.
“A la gente no hay que darle explicaciones complejas. Tiene que ser algo sencillo y vulgar. Es importante que el ciudadano de más baja cultura pueda repetir el mensaje. Lo fundamental es la repetición”, recomienda la propaganda nazi. Y dice Duran Barba: “hay que estudiar a la gente sencilla, esa que dice que no le interesa la política. El papel de los medios es fundamental, no hay que educar a la gente. El reality show venció a la realidad”.
En la conferencia de prensa donde se anunció el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, una noticia trágica para el país, todo fue comunicado en medio de sonrisas y como si se tratará de un reconocimiento internacional a la Argentina. El desastre económico de Cambiemos que debe acudir al FMI como último recurso es presentado como un acierto político. Para qué darles “explicaciones complejas” a la gente, como enumerar cuáles son las clausulas de ajuste que se firmaron y que afectan la vida cotidiana de los argentinos. Lo fundamental es repetir que se trata de un éxito, que todo está bajo control. Al tiempo se reiteran promesas de un mundo feliz en el futuro. Después de todo, ¿cuál es el problema de ser pobre si tendremos el Reino de los Cielos?
“Hay que emitir constantemente informaciones y argumentos nuevos a un ritmo tal que, cuando el adversario responda, el público ya se olvidó o está interesado en otra cosa”, dicen los lineamientos nazis.
Al tiempo que Diputados le derogaba el aumento de las tarifas de los servicios públicos, Cambiemos ponía en marcha –sabiendo que no tendría éxito- el pedido de desafuero contra la ex presidenta Cristina Kirchner. Cada vez que se produce una noticia negativa para el Gobierno, hay alguna información espectacular que no tarda en diluirse: el allanamiento de la casa de Víctor Hugo Morales, los espectaculares operativos en la sede del Sindicato de Camioneros. Para muchos, el lanzamiento del tratamiento del aborto legal, seguro y gratuito por parte del ultraconservador gobierno de Macri (más allá de lo importante de esta reivindicación) tuvo la intención de distraer a la opinión pública debilitando la mirada sobre la crisis económica.
Este gobierno merece reconocimientos en materia publicitaria. Quién no escuchó decir a un vecino, amigo: «la verdad es que las tarifas estaban baratas», mientras el Presidente insistía (sin ningún asidero en la realidad) en que “tenemos las tarifas más baratas del mundo”. De la mano de este relato se produjo una verdadera transferencia de recursos desde los usuarios a los empresarios amigos del jefe de Estado. Por ejemplo, algunos sospechados de testaferros, como Nicolás Caputo y Marcelo Mindlin quienes, junto a Rogelio Pagano, concentran el 51 por ciento de las empresas que proveen el servicio energético.
La publicidad, el blindaje mediático, han sido fundamentales para Cambiemos y es claro que a ellos y no a su gestión les debe las dos elecciones que ha ganado. Lo cierto es que pese al menosprecio de Goebbels o a su discípulo Durán Barba, la propaganda genera sueños y deseos que cuando despiertan a la realidad pueden tornarse en las más temibles pesadillas.