Por Carlos Fanjul | A casi un mes de haberse anticipado en este medio que todavía faltaba lo peor en torno de la gran final de la Copa Libertadores de América, podemos ya asegurar aquí que nos quedamos demasiado cortos.
Aunque apocalíptico, aquel vaticinio se quedó a mitad de camino de la triste verdad que jamás tendrá remedio. Ya podemos garantizar que en toda esta realidad, que ha superado con creces cualquier ficción, no habrá ganador que salga invicto de alguna mancha. Casi que no hace falta aclarar que en dicha afirmación no estamos hablando de fútbol, sino de todo lo que viene rodeando, y rodeará, a esta payasesca definición.
Todos los candidatos a victoriosos en la intrincada puja parecen haber ido dejando alguna jineta en el camino y -sin temor a equivocarnos y yendo al terreno opuesto de los grandes perdedores-, la cascoteada figura del presidente amarillo Mauricio Macri pinta para ser la segura merecedora del premio mayor.
En este momento estamos parados exactamente en la mitad de este tortuoso recorrido hacia dos partidos definitorios y ya hemos acumulado dislates de todo tipo: culpabilidades para todos y todas, roscas y contraroscas, hipocresías, trampas y agachadas varias. Hacia un final que ni Julio Verne podría anticipar.
Dejemos de lado, porque a esta altura ya es un temita muy menor, aquella suspensión por lluvia del primer choque mientras a 50 cuadras se jugaban otros partidos en canchas del ascenso de muchísimo menor calidad de suelo. La presión de la televisión a escala mundial necesitaba de un marco acorde y lo consiguió 24 horas más tarde, cuando el 2 a 2 en la Bombonera nos dejó a todos hablando sólo del juego.
Mencionemos como al pasar el primer día de la revancha que no fue, cuando el micro con el plantel de Boca llegaba al Monumental, con escasa custodia policial y enfiló derechito para un lugar que siempre está vacío de gente y lleno de controles policiales -aún cuando juegue la reserva millonaria contra Atlanta-, pero que esta vez carecía de uniformados y estaba al tope de energúmenos con piedras y proyectiles diversos.
Sigamos por las renovadas presiones de Fox Internacional a la Conmebol para que el partido se jugase como fuere, aún sin el jugador más dañado por el ataque, Pablo Pérez, sin que importase si veía de un solo ojo o ya le habían extirpado los dos.
Hagamos una breve pausa en la tibia aceptación del lobbista de cabecera de Macri, Daniel Angelici, -a la sazón también presidente de Boca-, quien en esa instancia razonó más como lo primero que como lo segundo y aceptó la jugarreta impulsada por otro «caballero con ases debajo de la manga», como Rodolfo D’Onofrio, de jugar 24 horas más tarde, y fuera como fuese, para garantizar la fiesta televisiva del mundo.
Haciendo un per saltum, podría ya decirse que Boca, aún sin saberse si se le concederá su pedido de ser campeón en el escritorio, ya mucho ganará respecto de esa incómoda y limítrofe situación que le tocó vivir el anterior fin de semana. De ser casi obligado por los intereses globales de la televisión a jugar en inferioridad de condiciones, en el territorio enemigo del «gallinero», como ellos le dicen, y con todo el público en contra a -como es altamente probable-, poder afrontar la tenida en terreno neutral y/o hasta en otro país hay una distancia como de aquí a Asunción, Santiago de Chile, Qatar o Abu Dhabi (algunos de los destinos que a esta hora se mencionan).
Pero para llegar a dicho razonamiento, que es el que hoy siente el autor de estas líneas, atravesemos diversos hechos protagonizados por tropas sublevadas que fueron dejando un tendal de heridos, «de diversa consideración», como diría cualquier facultativo cercano.
La sublevación del gallinero boquense
Dicen, siempre dicen, que esa noche cuando Angelici creía estar llegando con una victoria en el bolsillo por haber parado la realización del partido, en el lujoso hotel de la calle Rosario Vera Peñaloza lo esperaba una tropa armada hasta los dientes para infringirle una derrota, de la que –algunas fuentes lo afirman sin dudar- probablemente no se recupere jamás.
Con Carlos Tevez en primera línea con la cabeza coronada con las plumas de un cacique, secundado por Fernando Gago y el propio Pablo Pérez con un ojo emparchado, y el respaldo de pocas palabras pero de presencia firme del propio Guillermo Barros Schelotto, se le fueron al humo al mandamás boquense por aceptar que el grupo deba jugar igual ante tanta inferioridad y poco menos lo fueron obligando a arrodillarse para conseguir el perdón.
Se asegura que en las habitaciones sobraron insultos y que desde el plantel y desde algunos directivos -de voz desconocida hasta entonces, pero esa noche de tonalidad estridente- llegaron a gritarse las palabras «renuncia», «paso al costado» y «cadáver político».
Si con tantos raspones en su humanidad no hubiera sido suficiente, parece ser que la noche de ese sábado 24 fue aún peor para el magullado Angelici. Tanto, que hasta Lilita Carrió, su archienemiga, podría haberse compadecido.
Según parece -y para ello agarremos fuerte una data surgida de las propias entrañas de la Casa Rosada-, cerca de la medianoche sonó el teléfono rojo y la voz del jefe Mauricio irrumpió como un cataclismo en la ya devastada figura del presidente bostero, retado hasta por el portero por permitir que el partido se jugase. «Como siempre decís vos, lo ganamos en la cancha. Ya hicimos bastantes papelones y con el G20 la semana que viene tenemos que dar otra imagen al mundo», dicen que le tiró el primera mandatario desde la quinta de Chapadmalal.
Ese llamado se produjo un ratito después de que Macri le prometiera esa gestión al también golpeado capo de la Conmebol, Alejandro Domínguez, quien a su vez era recontra presionado por la televisión mundial para que no se cometiese la locura de entrarle a la vía judicial, que si bien también es buena mercadería para el rating, ni por cerca se asemeja a lo que rinden 90 minutos de fútbol televisado hasta en el Polo Norte.
Entre la espada y la pared, el «Tano» casi no durmió esa madrugada de domingo y, cuando llegó el día, ya había resuelto arriesgar que algo se rompiera con su amigo Mauricio (“él va a entender”, pensó) para no seguir perdiendo el caudal de respeto hacia adentro y de votos futuros en el padrón boquense. Casi que actuó con el instinto de un animal salvaje en búsqueda de supervivencia.
Después de eso, llegó la presentación judicial, en la que se va por todo –lo mismo que hizo River en 2015 y hasta con los mismos argumentos-, pero sabiendo como buen ave de rapiña que eso sólo vale para la postura pública, ya que en la intimidad de los negociadores las verdaderas victorias son aquellas en las que se modifica y mejora el status quo anterior con el que el adversario se veía más beneficiado.
¿La sublevación del gallinero uniformado?
Saltemos del mundillo de la pelota al del siempre confuso, secreto y turbio ambiente milico. Vamos a invertir la prueba, y lo hacemos en defensa propia.
El incidente que gatilló tanta hipocresía se produjo a cinco cuadras del Monumental, en la esquina de Avenida del Libertador y Lidoro Quinteros y/o Monroe, que arma un trío con las otras. Dadas las características ya expresadas, ningún sentido común lleva a otra conclusión que no sea la de la existencia de una zona liberada por las fuerzas del des-orden. No debe de otra manera entenderse que en un lugar que siempre muestra un mismo paisaje en los días de partidos –sólo controles policiales, vallas y nada de gente suelta-, se haya transformado en una kermese callejera, con cinco motitos como custodia y cientos de proyectiles hacia un micro tan protagonista esa tarde.
Resultó tan obvia la escena, que Macri -vía Horacio Rodríguez Larreta- tuvo que entregar a un soldado de todos los tiempos, como es Martín Ocampo, ahora ex ministro de Seguridad y Justicia de la Ciudad de Buenos Aires. Su reemplazante, el todoterreno amarillo Diego Santilli que abandonó el cómodo cargo de vicejefe de Gobierno para meterse en el barro de todo esto, reconoció que «no debió haber estado cara a cara la gente con el micro». «No puedo definir ahora cuál fue el error, pero está claro que hubo un error», remató.
Uno, viejo cagado a palos por la eficiencia represora en la Argentina, sabe muy bien que, en esa materia, no existen los errores. Existen las órdenes superiores que se cumplen a rajatabla. O las que se incumplen, silenciosa y rastreramente, gracias a alguna otra orden más superior todavía.
Se publicó por allí que el operativo del sábado estaba compuesto por tres niveles de ‘in-seguridad’. A saber: “Tenía tres barricadas como suele pasar en este tipo de eventos. La más periférica estaba a cargo de las fuerzas Federales (Gendarmería, Prefectura y Gendarmería) a cargo de la ministra Patricia Bullrich. Un segundo anillo con cadetes de la policía, y un tercer y último control con personal de UTEDYC que pedía los tickets, Policía de la Ciudad y miembros de Tribuna Segura”. Muchas manos en un plato tan chiquito parecieran ofrecer un sinnúmero de variantes conspirativas que, debemos reconocer, aún no hemos logrado desentrañar pero que las hay, las hay.
Cuesta imaginar que la trampa haya sido montada por Ocampo, o por su segundo Marcelo D’Alessandro, que no tan extrañamente aún se mantiene firme en su trinchera. Se trata de un ex diputado massista, con un toque de ligazón con el jefe de los conspiradores full time, Eduardo Duhalde, y, sobre todo, con cordón umbilical con la jueza María Servini Que Encubría, como la llaman en algunos medios serios. Cuesta creerlo porque, además, se jura que ambos llegaron a esos cargos por el lobby efectuado nada menos que por el propio Angelici. Hombre que era fuerte, si los había, en cualquier pasillo que se precie.
¿Ellos contra la «Pato» Bullrich? ¿Rodríguez Larreta contra Macri?… Está todo podrido el gallinero de los uniformados?Todas fueron lecturas antojadizas de las últimas horas pero bien pueden ser próximos partidos de otras copas.
Mientras tanto, en la Ciudad no dejan de apuntarle a las fuerzas federales que debían estar masivamente en esas esquinas pero que eligieron mirar todo el espectáculo por televisión, con las patitas arriba de una banqueta y disfrutando de la tarde.
En cercanías de la Pato, se enfurecen con los metropolitanos y los acusan de haber cambiado el recorrido del micro un rato antes y sin los avisos debidos. ¿Todo queda reducido a un WhatsApp mal enviado?
Un elefante en un bazar
Cuenta más, cuenta menos, lo cierto es que el Tano Angelici salió a romper todo lo que se cruzó a su paso. Metió fojas a raudales cargadas de viejos artículos, fotos, videos y anteriores fallos de la Conmebol, en situaciones casi iguales. Pidió de todo, y ahora espera rascar algo.
En medio de tanta cosa rota en el bazar, algunos dicen que el presidente bostero aprovechó para volver a apuntarle al capo sudamericano, siempre de estrecha alianza con D’Onofrio quien, a su vez, ya a esta altura sabe que su pinta de caballero inglés no le alcanzará para salir invicto y deberá entregar algo grande, como la localía en el Monumental. Es demasiado difícil que pueda desligarse del todo de alguna forma de relación non santa con los violentos –que horas antes del evento tenían entradas legítimas en sus bolsillos para ser revendidas- y menos de la injusta jurisprudencia –hay que decirlo- que dice que por más que un club tercerice la seguridad en fuerzas uniformadas nunca deja de ser el organizador supremo de un partido.
El antecedente de Angelici contra Domínguez viene de tiempos de la frustrada creación de la Liga Sudamericana, que aspiraba a que los clubes se llevaran mayor parte de la torta futbolera. En esa jugada que presidía Angelici, también estaban Romildo Balzán Junior (Gremio), Juan Pedro Damiani (Peñarol), Álvaro Martínez Botero (Deportivo Cali), Freddy Téllez Claros (The Strongest), Mario Conca (Universidad de Chile), Marco Trovato (Olimpia) y Jorge Barrera (Peñarol). Domínguez también ya tomó nota de calurosas muestras de apoyo al actual reclamo boquense llegadas de muchos otros clubes del continente, quienes advierten con esta actitud que aquella Liga no está muerta del todo.
Más allá de tanto platito roto, y de aún no saberse cómo terminará todo, va quedando claro en el recorrido que nadie quedará sin algún magullón luego de este sainete. Por eso, ya nadie puede dejar de mirar fijamente al lobbista de cabecera de este ispa. Es que Mauricio -sonrisa más, bailecito menos-, jugó fuerte en cada minuto de partido… y en todos le reventaron el arco a pelotazos.
Resumamos: con todo esto quedó horriblemente parado en aquella jugada -ganadora en un principio- de proponer que hubiera público visitante en estos partidos, que al final fue desechada por los clubes. Entonces, más allá de que en aquel instante quedó como un estadista de buenas intenciones que aún no convenció al resto pero que mira mucho más allá (aquí anoten el G20 que ya nos invade a todos y no olviden la candidatura del país para el Mundial de 2030), la triste realidad de que el país que conduce no ofrece garantías para armar un miserable partido de fútbol le terminó haciendo añicos tanta fastuosidad de pintarlo como centro de atención del mundo. Y ahí radica hoy su Monumental derrota.
A esta altura, uno imagina a Trump ordenándole a sus marines que lo mantengan bien lejos de cualquier uniformado argentino, así sea un cartero o un viejo vendedor de chocolatines de un teatro.
Y también descuenta que Infantino ya decidió que la FIFA prefiere pensar en un 2030 en la Franja de Gaza antes que en algunas de esas callecitas de Buenos Aires «que tienen ese qué se yo, viste».
Ilustración: Marcelo Spotti