Redacción Canal Abierto | Todo indica que la contienda comercial entre EE.UU y China dominará la discusión económica en esta Cumbre del G20 en Buenos Aires. Pero aunque la disputa entre ambos gigantes implique al mundo entero, cada nación participante del encuentro intentará instalar agendas propias, bilaterales y multilaterales.
En lo que respecto al país anfitrión, además del examen general de pleitesía para con las grades potencias, el macrismo apunta todos sus cañones a un objetivo presente desde diciembre de 2015: avanzar en un acuerdo comercial Unión Europea-Mercosur. Sin embargo, para lograrlo, el presidente argentino sabe bien que debe torcer la voluntad del principal opositor al otro lado del Atlántico, Emmanuel Macron.
«Por afinidad cultural, política y por historia, es algo que tiene que salir adelante, lleva muchos años de retraso”, aseguró Macri en una conferencia de prensa conjunta con el mandatario francés. Este, hacia el final de la exposición y ante la consulta de los periodistas, puso un freno: “Yo no soy favorable a que se firmen acuerdos comerciales amplios con potencias que no respetan el acuerdo de París (en una referencia indirecta a Brasil). Sí creo que podemos avanzar hacia una mayor integración de nuestras economías (entre Argentina y Francia) y acompañar nuestros intereses mutuos».
La respuesta evasiva y el mensaje alusivo a las posiciones de Bolsonaro (el próximo ministro de Relaciones Exteriores de Brasil, Ernesto Araújo, calificó el acuerdo por el cambio climático y el calentamiento global como un «complot de marxistas culturales»), muestran a las claras el desinterés de Macron en darle impulso al acuerdo. Pero por sobre todas las cosas, expresa una reconfiguración política que -tras el ascenso fascista en el país vecino- relegó a la Argentina a un segundo plano en cuanto al liderazgo de los procesos neoliberales de la región.
No resulta novedosa la reticencia del país galo a políticas de libre ingreso de productos agrícolas a su territorio, un reclamo que el propio Macri ya había expresado a Merkel durante una visita que realizó al país teutón en julio de 2016.
“Francia tiene la obligación de respetar el sector bovino y un acuerdo podría ser desestabilizador para ese sector excelente”, dejó en claro Macron durante una conferencia conjunta de enero de este año en París. En aquella reunión bilateral, el joven mandatario francés ya había echado por tierra la ilusión del líder de Cambiemos de anunciar al menos un resultado positivo concreto tras una gira por Europa que sólo dejó las tradicionales fotografías protocolares y el respaldo al proceso de endeudamiento argentino.
Entonces incluso trascendió la oferta –claramente, insuficiente- de Macri para cancelar con bonos los u$s 380 millones que reclama la francesa Suez por la estatización de la ex Aguas Argentinas (hoy AYSA) en 2006.
Los negociadores del Mercosur están ansiosos por lograr un acuerdo que permita abrir, al menos parcialmente, el mercado agrícola europeo a las exportaciones del bloque. Sin embargo, no tienen motivos para ser optimistas. En abril de 2016 trece países europeos encabezados por Francia, Austria y Grecia solicitaron a la Comisión Europea que excluya de toda oferta que se intercambie con el Mercosur a productos agrícolas tales como carnes y lácteos. Dicho pedido fue acompañado por Irlanda, Hungría, Polonia, Rumania, Eslovenia, Luxemburgo, Lituania, Letonia, Estonia y Chipre. Es decir, casi la mitad de los estados de la unión se pronunciaron por restringir sus mercados agropecuarios.
El entusiasmo de la Argentina -país que ejerció la presidencia pro témpore del bloque hasta diciembre de 2016, cuando lo sucedió Brasil-, va en línea con un discurso oficial que propone la “apertura al mundo” como medio para atraer inversiones, ganar mercados para las exportaciones y promover el crecimiento de la economía. Pero si ya es difícil que un acuerdo de libre comercio permita alcanzar esos objetivos, mucho más arduo será que las negociaciones con Europa, del modo en que están enfocadas, traigan consigo desarrollo y bienestar. Es que según lo que se conoce por trascendidos, dado que las negociaciones son secretas, las ofertas de acceso a mercados que se intercambiaron hasta el momento plantean serios desequilibrios. A su vez, a los temas propiamente comerciales pueden sumarse otras cuestiones como compras públicas, propiedad intelectual, servicios y protección de inversiones, materias que ponen en riesgo la capacidad de los Estados para promover el desarrollo y garantizar derechos a sus ciudadanos.
El Mercosur en su laberinto
El proyecto de integración regional creado en 1991 de la mano de los gobiernos ultraliberales de Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay parece volver a su senda de origen, pero sin las expectativas ni entusiasmo que lo vieron nacer. Con el comercio intrazona estancado y un complicado escenario externo, la unión aduanera no encuentra grandes salidas hacia adelante. La suspensión de Venezuela, que desde su incorporación al bloque rechazó formar parte de un acuerdo con la UE, impide contar con un observador capaz de matizar el fundamentalismo de sus socios fundadores.