Redacción Canal Abierto | El Coletivo Passarinho (pajarito) de Brasileros y Brasileras en Argentina en defensa de la democracia se conformó en 2016, a raíz del proceso de impeachment que sacó del gobierno a Dilma Rousseff. “Nosotros lo consideramos como un golpe de Estado para destituir a Dilma. Entendimos que la información que llegaba de los grandes medios generaba confusión”, reseña Paulo Pereira, periodista brasileño, residente en Buenos Aires e integrante del colectivo.
Entender el fenómeno Bolsonaro, desde un país gobernado por Macri, no debería ser muy complicado. Pero el recientemente asumido presidente brasileño no parece conocer de gradualismos.
“Bolsonaro no perdió el tiempo. Normalmente se espera de un presidente electo otro comportamiento, una actitud de escenario, de palco, pero no la continuidad de su discurso violento. Esperábamos que bajara la temperatura, pero siguió con su discurso agresivo y belicista, hablando de persecución política contra los sectores de la sociedad más frágiles: los negros, las mujeres, la población LGBT”, señala Pereira.
“En su discurso de asunción dice que va a eliminar el socialismo de Brasil. Es una locura y ridiculez sin sentido, pero habla para su público, que es una minoría que piensa como él, eso es importante aclarar”. Claro que esa minoría intensa ha logrado consensuar un humor social que se tradujo en un 55% de los votos para llevar al Planalto a este personaje.
Los “valores” de Bolsonaro
Jair Bolsonaro llegó a la presidencia gracias a un discurso antipolítico, aún cuando él haya sido 28 años concejal carioca (1989-1991) y luego diputado nacional (1991-2018). Su discurso antisistema encontró el mejor enemigo en el PT, pero también en el resto de la partidocracia brasilera que se pulverizó electoralmente voto a voto. La esperanza de “cambio” de gran parte del pueblo brasilero vino por derecha, mientras el PT se empeñaba en defender la constitucionalidad y su principal líder era encarcelado, y como consecuencia luego inhabilitado para la carrera electoral por normas que el propio Lula había promovido.
La arenga anti-corrupción fue uno de los ingredientes principales de este armado en el que pesaron más las redes sociales -plagadas de falsas noticias- que los spots televisivos. Pero llegado a Brasilia, no huele tan bien este regalo. “De sus ministros, nueve están acusados por corrupción, incluido el poderoso Onyx Lorenzoni, Jefe de la Casa Civil (jefe de gabinete), investigado por coimas. La familia presidencial está denunciada con cuentas bancarias que hablan de cómo vivieron los últimos 30 años de la política brasileña, usurpando dinero público”, señala el periodista, quien agrega: “Bolsonaro decretó que el órgano oficial que investiga la corrupción pase a la órbita del Ministerio de Justicia, es decir que estará a a cargo del juez Sergio Moro, el magistrado que condenó a Lula y difundió audios privados de Dilma, que tuvo una actuación en la Justicia meramente política”.
De todos modos, sería ingenuo depositar en Bolsonaro el peso del estado de las cosas en Brasil. Bruno Cava, activista y ensayista carioca, autor de “La multitud se fue al desierto” (editado en Argentina por Quadrata y Pie de los Hechos) señala: “Hoy tenemos en Brasil una derecha movilizada que es depositaria de las esperanzas de cambio y renovación por parte de la mayoría. Un presidente con un curriculum grotesco de declaraciones y apologías, de quien una candidatura sería viable, apenas hace cuatro años, sólo como un chiste. Pero venció y arrastró consigo la victoria de muchos gobernadores y diputados. Por primera vez, se rompe el alineamiento electoral del lulismo: en cuatro de las cinco regiones, Bolsonaro también ganó entre los pobres, las mujeres, en las periferias de las grandes ciudades. En campaña, Bolsonaro prometió un “Super-Bolsa Familia” (el Bolsa Familia es un plan social del PT), para disputar el corazón del lulismo y, además de las represalias y de la fuerza militar, prometió corregir los desvíos y mejorar el sistema de protección social. Su victoria no es vivida como la vuelta de la dictadura, sino como un despertar democrático”.
Postales apocalípticas de un Brasil pentecostal
Como señalaba antes Pereira, las esperanzas de moderación no se cumplieron. “Los pueblo originarios vienen siendo masacrados y extinguidos hace mucho tiempo, porque el agro negocio es un poder financiero que tiene una participación en el PBI y en la economía real muy fuerte. Elige diputados, maneja dinero, tiene mucho poder en muchos estados, y las comunidades originarias no cuentan, lógicamente, con el mismo lobby. Pero en los últimos años habían logrado pequeñas cosas como la demarcación de las tierras que ellos reivindican desde el 1500, y cada vez están más aislados y cada vez más ignorados, y cada vez más la soja, el ganado, el negocio maderero invaden y arrasan sus tierras”, señala el periodista. “Cuando Bolsonaro decreta que el órgano regulador ya no es la FUNAI (Fundación Nacional del Indio), sino el Ministerio de Agricultura, dice ‘no nos importan los pueblos originarios’. Bolsonaro dijo claramente ‘esta gente no produce nada, porque los tenemos que proteger’. Por eso decimos que es como poner al lobo a cuidar el gallinero”. La situación es crítica, “no es el Brasil de Rio, ni de San Pablo, es un Brasil profundo en donde las leyes no alcanzan, donde no hay policía ni fiscalización y todos están en las manos de estancieros armados, muy violentos y muy poderosos, y ahora con el respaldo del estado. Bolsonaro dijo que va a liberar las armas para la población, eso incluye la población del campo, esta gente que contrata asesinos. El escenario es de guerra del estado contra las minorías”, concluye el panorama.
Todas las minorías están en riesgo: por el discurso que baja desde el poder, por el recorte en las políticas que las protegen, por el caldo de cultivo en el que el distinto -el que desentona- puede ser víctima sacrificial. “La ministra Damares Alves es pastora evangélica en un país donde casi el 30% de la población es evangelista y en su gran mayoría pentecostal, una vertiente cristiana fuertemente apoyada en la lógica meritocrática. Es una ministra que sale en un video de una ridiculez absurda, pero no lo tomamos como chiste porque es peligroso. Ella no dice solamente que los niños tienen que usar azul y las niñas rosa, está negando que existen otras posibilidades. Ella afirma una posición desde la cual el Estado no va a promover políticas públicas para esta población, por eso es muy grave, tanto como tener a una pastora que dice que ‘el Estado es laico pero la ministra es terriblemente cristiana’».
Qué respuestas ensayar
Consultado sobre qué camino pueden ensayar las disidencias y los movimientos populares hoy criminalizados por el discurso del bolsonarismo, Paulo Pereira señala: “Nuestro rol es ocupar las calles para rechazar las políticas que atracan los derechos de la población. Bolsonaro viene con una agenda económica ultra liberal, quiere privatizar los servicios públicos, atacando la estructura económica del país al servicio de las potencias globales”.
“Yo nací en el ‘84, soy hijo de la dictadura, la gran mayoría del país, somos 207 millones de habitantes, tiene más o menos mi edad, y no podemos creer que 30 años de dictadura en Brasil no tengan un poder inmenso sobre nuestros cuerpos, sobre la forma en la que nos manejamos en sociedad, sobre cómo miramos la ocupación del espacio público, y sobre cuál es la función del Estado. Cuando Bolsonaro habla de la dictadura, de la economía, de la seguridad, es un discurso sobre un pasado muy cercano para todos nosotros. Brasil lamentablemente no hizo lo que hizo Argentina, una reparación histórica de verdad, memoria y justicia, y eso tiene un efecto muy fuerte en la sociedad”.
Pero los pueblos no se suicidan, dicen: “Brasil tiene una población mayoritariamente negra, de mujeres que pelean todo el día. Yo creo en el país que eligió a un operario, un hombre que vino de la pobreza extrema, lo eligió dos veces, un hombre que cambio el país. Y después eligió una mujer. La izquierda tiene que ver cómo va a conectar nuevamente con la población. Pero si hay un sector que perdió en las elecciones de Brasil fue la derecha tradicional, el gobernador de San Pablo, del partido de Fernando Henrique Cardozo, la derecha que gobernó el país, sale casi exterminada. El problema es que quien ocupa ese lugar es la ultra derecha. Los partidos están en problemas graves, la población ya no los acepta más como una representación legítima”, analiza.
A pesar de todo este panorama, Pereira no se desanima: “No puedo creer que un país que eligió un operario y una mujer como presidente sea un país que vaya a rendirse, estoy seguro que va a haber pelea. Por primera vez los brasileños están depurando sus heridas públicamente, no es lindo, pero es necesario, porque por primera vez estamos hablando de racismo, de la dictadura, de la homofobia, y en diez años Brasil va a ser un país muchísimo mejor”.