Por Revista Cítrica | No hay grieta. Los números son terribles. Y más terribles son porque estamos hablando de hambre. De familias y de niños y niñas que no tienen garantizado el derecho a la vida, a la supervivencia y el desarrollo, porque no hay manera alguna de desarrollarse cuando hay hambre. Y lo que hay no entra en discusión. Lo dicen los comedores más cercanos a los partidos de izquierda, lo más cercanos al kirchnerismo, los más cercanos al macrismo y los que no tienen vínculos con la política partidaria.
En el comedor Los Piletones de la Fundación Margarita Barrientos, afín al Gobierno, y que se mantiene en un 40% justamente de dinero estatal y en un 60% con donaciones, las raciones de comida diarias pasaron de 2200 a 2700. “A la gente no le alcanza el dinero, le falta el trabajo y viene aquí para poder tener un plato de comida”, confiesa Martín Barrientos, quien trabaja en el comedor de Villa Soldati.
Pero el problema no se queda ahí, porque la política económica que generó una alta inflación también está afectando a la clase media que colaboraba con donaciones. “Tenemos menos menos donaciones. De empresas y de particulares. Por citar un ejemplo: la persona que antes se compraba una heladera, venía y nos dejaba la que tenía. A nosotros ese tipo de donaciones nos ayudaba para mantener la estructura. Pero ahora, eso ya casi no pasa. No porque no haya solidaridad, sino porque esa persona, con la inflación que hay, quizás no puede cambiar la heladera de su casa”.
A la gente no le alcanza el dinero, le falta el trabajo y viene aquí para poder tener un plato de comida
Miriam es referente de la Corriente Clasista y Combativa que tiene un pequeño comedor en San Cristóbal. Y la comida directamente no alcanza. Reciben 35 raciones y van a comer más de 60 personas. “La situación es crítica. En la ciudad más rica del país, donde el macrismo gobierna hace 12 años, los problemas estructurales se vienen profundizando. Las changas y los trabajos precarios e informales escasean. Los compañeros que trabajan en la construcción cada vez tienen menos trabajo. A las compañeras que hacen limpieza ya no las llaman o las contratan por menos horas. Los despidos en la administración pública y la precarización laboral en las empresas explotan las economías familiares”, dice Miriam para explicar lo más básico de la economía capitalista: sin plata, no hay comida. Sin plata, hay hambre.
José del Polo Obrero también cuenta que en la Ciudad de Buenos Aires cada día más familias se acercan “con la necesidad de tener una asistencia alimentaria, o un bolsón, o ingresar al comedor, o al merendero”. “Son compañeros y compañeras que sobrevivían con la changa, y llenaban la olla a partir de trabajar en oficios como el de la costura, la construcción, trabajar en ferias. Sin embargo la crisis se profundizó, llegaron los cierres de empresas y fábricas en la zona, y estas familias se quedaron sin el sustento. Entonces se acercaron a los comedores”, explica José el origen del hambre.
Otro ejemplo de que sin plata no hay comida: “La inflación se calcula en un 40%, pero para los más pobres esa inflación es mucho más alta, porque un compañero que cobra un salario social, gasta un 90% en alimentos. Y los alimentos aumentan mucho más que el promedio. Los fideos o la leche aumentaron un 50%”.
En la ciudad más rica del país, donde el macrismo gobierna hace 12 años, los problemas estructurales se vienen profundizando
Donde tampoco dan abasto es en la Villa 31. Allí funciona el comedor de La Poderosa, en donde con inmenso amor Susi recolecta lo que puede en las viviendas del barrio y prende la olla, una gigante que alimenta a 135 pibes y pibas. “En el barrio se siente mucho el hambre. A los vecinos no les alcanza el sueldo. O se quedan sin trabajo. Crecen las demandas de raciones, y poco es lo que tenemos. Ahora estamos controlando a lxs chicxs, cada dos meses, con una nutricionista, para tratar de hacer magia. Así llamo yo a dar una buena comida y que rinda para más niñxs”. En medio del hambre, cuando no hay tiempo para desarrollarse, cuando los pibes y las pibas solo quieren algo que les alivie el dolor de no comer y les llene la panza aunque sea un ratito, Susi no quiere paliativos, quiere que tengan una alimentación adecuada tal como pide la Convención de los Derechos del Niño: “Siempre me preguntan qué voy a preparar. Y no todos los días le podemos dar guiso y guiso a los chicos. Entonces a veces ponemos de nuestros bolsillos, para hacer pizzas, para los 135, y contamos cuántas porciones les vamos a dar a cada uno. O hacemos empanadas, que -más o menos- son cuatro por cada pibe. Está todo muy caro. Dentro de todo, tratamos de conseguir verduras, para que coman balanceado y nutritivo, y que no se llenen sólo de harinas”.
A Paula, que colabora en el comedor “Carita Feliz” de la CTEP, le pasa algo similar: el Estado cree que hay comida para ricos y comida para pobres. Que las personas ricas pueden comer cualquier cosa y que hay alimentos para pobres: fideos, yerba, arroz blanco. Alimentos baratos y sin nutrientes, de esos que en las casas ricas muchas veces terminan venciéndose en una alacena. “El Estado no está. Y si está, ayuda muy poco. Ellos se creen que sólo con arroz y un poco de yerba se le da de comer a 200 chicos, y que a veces tenemos más. Y también tenemos que contar abuelos, madres, padres, todos los días. Sólo nosotros -los que vivimos en el barrio- vemos las necesidades que se pasan. A todo esto, tenemos que contar con la logística de las cosas. Porque si tenemos la suerte de que el Estado nos dé algo, tenemos que distribuirlo. ¿Cómo lo distribuís, si no tenemos cómo hacerlo? En eso también tenemos que pensar. Y a veces necesitamos salir a luchar, para poder traerle un plato de comida a los chicos”.
Algunos sectores piden la declaración de la Emergencia Alimentaria, para que los comedores reciban más carne, frutas y verduras. Justamente para combatir un sistema que da una comida que no alimenta a los sectores más pobres de la sociedad. Hace unos meses,la relatora especial sobre el derecho a la alimentación por el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, Hilal Elver, visitó la Argentina y aclaró que esta propuesta impulsada por los sindicatos sería otro paliativo. Otra manera de que el Estado argentino pueda hacer de cuenta que se preocupa por la soberanía alimentaria cuando en realidad todas las medidas estructurales son tendientes a la desigualdad: “Supimos de las manifestaciones y de las ollas populares, inclusive vimos cómo los niños les piden las sobras a las maestras para llevarlas a sus casas. Pero la emergencia alimentaria lo que propone es presupuesto para la protección social: no resuelve el problema estructural. No podemos pedir que las ollas populares y comederos sean la solución. El fomento a la agricultura familiar y la producción agroecológica sería algo más eficiente”.
En el barrio se siente mucho el hambre. A los vecinos no les alcanza el sueldo
Sin embargo Walter de Barrios de Pie no puede explicarles eso a las familias enteras que se acercan a pedir un plato de comida y una asistencia alimentaria a merenderos y centros comunitarios. Esas familias tiene hambre y necesitan comer algo ya, no para que los hijos y las hijas puedan desarrollarse sino para sobrevivir.
“Necesitamos la Ley de Emergencia Social porque sería un alivio para los sectores más humildes”, dice Walter. Otro referente que día a día se desespera porque no llegan a darle de comer a quienes lo necesitan. Y encima el Estado no ayuda. “Tratamos de poder abarcar y ampliarnos a muchos sectores en los barrios, pero la demanda aumenta a diario. El Gobierno de la Ciudad se niega a abrir comedores en las villas. Y vienen familias enteras. Es una situación muy difícil, producto de que se pierden los puestos de trabajo, las changas, el aumento de los alimentos es muy grande con la inflación. La Ley de Emergencia también daría asistencia y control a esas familias que tienen problemas nutricionales”
“Horacio Rodríguez Larreta se enorgullece de que la Capital Federal esté superpoblada de comedores y merenderos, pero -en verdad- esto es una forma de comprobar empíricamente que aumentó la pobreza”, dice Walter. Y sus palabras explican el hambre como si el hambre fuera algo que busca el Gobierno. El hambre segrega. El Gobierno hasta pone plata en algunos comedores. Para que haya comida para pobres y comida para ricos. Para que haya niños y niñas que puedan desarrollarse y niños y niñas que solo puedan pensar en la ilusión de tener la panza llena aunque sea un ratito.