Redacción Canal Abierto | José Alejandro Díaz tenía 29 años el 23 de enero de 1989, cuando su imagen se difundió en todos los canales del mundo. Apuntado por un militar, desarmado, con la ropa rota y al lado de un edificio en llamas con el techo a punto de derrumbarse. Eran sus horas finales: junto a Iván Ruiz pretendían rendirse luego de largas horas de combate adentro del Regimiento de Infantería Mecanizada Nº3, de La Tablada. La secuencia fotográfica y los videos televisivos los muestran de rodillas en el pasto frente al fusil del teniente Carlos Naselli, primero; luego caminando delante de cabo Hugo Stegman, quien finalmente los entregó al mayor Jorge Varando.
La historia oficial dirá que los subieron a una ambulancia, que ellos mataron al ambulanciero y lograron huir del predio rodeado por todas las fuerzas y la prensa internacional. La verdadera historia es que los torturaron, los sacaron vivos de la guarnición en un Falcón blanco, y los desaparecieron. Todo esto se está empezando a develar en un tribunal de San Martín, en el primer juicio por los delitos de lesa humanidad cometidos por el Ejército en la recuperación del regimiento, que había sido tomado por un grupo de militantes del Movimiento Todos por la Patria (MTP).
El MTP intentaba frenar el golpe carapintada e iniciar un camino revolucionario, superador de la democracia arrodillada que Argentina padecía en los espasmos finales del gobierno de Alfonsín.
Daniel Díaz es hijo de José y está en Buenos Aires en carácter de querellante, buscando que el jefe de la represión, Alfredo Arrillaga, pague por los crímenes cometidos, y alguna pista que le permita dar con el rastro del cuerpo de su padre.
“Como representante de la familia siempre he estado detrás del caso de mi papá, la misión que siempre he tenido desde que tengo uso de razón es representarlo y buscar justicia -cuenta a Canal Abierto-. Por la verdad que siempre hemos presentado, que está en la cara de la justicia argentina, con las fotografías y los videos que estuvieron desde el primer día de aquella gesta revolucionaria”.
“Yo todavía era pequeño (cuando Tabalda, Daniel tenía 2 años y diez meses), pero fui creciendo y fui haciendo preguntas sobre mi papá, preguntando qué le había pasado, por qué nunca estaba, y mi mamá me fue contando y diciendo la verdad. Nunca ocultó nada y eso fue lo que me llevó a tener esa conciencia ante él”, recuerda, a la vez que reconoce que la situación lo llevó también a “reprocharle muchas veces por la infancia con esa ausencia”.
A José le decían “Maradona”, por los rulos, y había llegado a Nicaragua apenas consumado el triunfo del Frente Sandinista de Liberación Nacional contra la dictadura de Somoza. Tiempo después, se unió a la guerrilla de la Unión Revolucionaria Nacional Guatemalteca y luego, de la mano de Enrique Gorriarán Merlo, se sumó al MTP en Argentina. Todo ese trayecto lo recorrió junto a su amigo Iván Ruiz, con el que estuvo codo a codo hasta el 23-E. Ruiz también está desaparecido.
Antes de que su huella se nuble en una sesión de tortura, un traslado y una ejecución sumaria, José les dijo a los conscriptos que estaban en el cuartel intentando sobrevivir al bombardeo militar junto a ellos: “Si salen vivos de acá, recuerden que nosotros somos del MTP”.
30 años después, su hijo afirma: “Yo tenía muchas dudas, porque están las foto y los videos de una persona herida que salió viva de un edificio. No es lo mismo que los relatos de CONADEP en el Nunca Más, no todos tienen la foto del momento en el que son detenidos por un militar, y mi papá sí. Eso me fue fortaleciendo en las investigaciones y eso me hizo estar acá”, dice Daniel, que está en Buenos Aires y visita a otros familiares de La Tablada en distintas provincias con quienes intenta ir completando la historia.
Hay que forzar los límites de la comprensión para intentar razonar el porqué de los 30 años de demora en juzgar la responsabilidad del Estado en cuatro desapariciones (además de Díaz y Ruiz, también fueron desaparecidos Francisco “Pancho” Provenzano y Carlos “el Sordo” Samojedny) ocurridas adentro de un cuartel militar, en un operativo en el que actuaron el Ejército, la Bonaerense y la Federal, y que contó con la visita estelar del entonces Presidente, quien fue a felicitar a los ganadores y aprovechó para fotografiarse con los cuerpos mutilados de los perdedores, en una de las imágenes publicas más patéticas de su, a esa altura, decadente gobierno en retirada.
Sobre eso Daniel reflexiona: “Las panorámicas de Eduardo Longoni, los videos de Crónica TV donde se ve cuando mi papá sale del edificio que está ardiendo en llamas, herido pero con vida, con mucho esfuerzo para poder seguir viviendo, y esas fotografías son las que nosotros hemos cargado durante estos 30 años. Además al otro día, eso tenía una repercusión mundial. En Nicaragua mi mamá ya había observado en los medios televisivos que era mi papá, ella lo identificó, no tenía ninguna prueba pero tampoco ninguna duda”.
José había nacido en Santiago del Estero el 28 de agosto de 1959. En Nicaragua conoció a Marta Padilla, y tuvieron a Daniel. Hace varios años el suboficial José Almada aseguró que registró un dialogo entre sus superiores durante la represión al RIM3:
-He capturado dos oponentes. Solicito temperamento a seguir.
-Recibido. ¿Se encuentra en el lugar personal civil o periodistas?
-Negativo
-Ok. Póngalos fuera de combate.
En las conclusiones de su informe de 1997, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos estableció que “existen suficientes elementos de convicción para afirmar que Iván Ruiz y José Díaz fueron capturados con vida y posteriormente ejecutados, luego de encontrarse bajo la custodia y el control exclusivo de los agentes militares”.
Almada ratificó hace algunos días, en el juicio que se desarrolla en San Martín, lo que vio y escuchó, demoliendo la versión de la fuga.
“El caso de mi papá es gemelo al de Iván Ruíz, porque ellos eran íntimos amigos, y vivieron el mismo escenario en La Tablada, así que seguramente se abrirán otras puertas judiciales”, se apresura Daniel.
«Mi mamá me contaba de los tiempos que compartió con él, poco, porque él siempre andaba en la montaña, en un proceso revolucionario en Nicaragua, pero ella me contaba que le tocaba la guitarra, que le cantaba Leo Dan, eso me iba alimentando y salí a la calle a buscar a los compañeros y preguntarle si tenían alguna foto de él, algún documento. Después logré comunicarme con mi abuela en Cuba, y cuando la conocí fue más amplio el reconocimiento de mi papá, me dio fotografías, su partida de nacimiento, su DNI, eso me ayudo a reconstruir”.
Marta Díaz, la mama de José, vivió en Cuba desde el exilio obligado por su militancia en el PRT durante la dictadura. Falleció en 2013. Daniel la había conocido tres años antes. “A ella le tocó dejar a mi papá pequeño. A él lo crió su abuelo en Suncho Corral, un lugar de mucha necesidad. Creo que esa necesidad lo llevó a elegir su camino, y el compromiso de mi abuela en ese momento. Más tarde hizo el servicio militar y después se involucró con mi abuela nuevamente y se integró a la causa”, relata sobre los orígenes revolucionarios de “Maradona”.
¿Qué fue lo que más te sorprendió de la historia de tu padre?
– Su lucha revolucionaria. Estuvo siempre combatiendo, me llamó mucho la atención cómo se integraron los compañeros donde había mucha represión y ellos querían debilitarla a pesar de los riesgos, a pesar de enfrentarse a las peores dictaduras como Ríos Montt, que eliminó toda una ciudad de indígenas. Es importante darse cuenta de que tu padre anduvo queriendo evitar eso, o haciendo algún aporte contra esas causas de violaciones a la humanidad…
En Nicaragua él entró clandestino y vivió así durante mucho tiempo, y estuvo en la TPU (las Tropas Pablo Ubeda fueron creadas en 1979 por la Revolución Sandinista para combatir a la “contra”), en el BLI (Batallones de Lucha Irregular, cuerpos ligeros del sandinismo que actuaron en zonas de frontera para contrarrestar los ataques desde el exterior en los primeros años de gobierno revolucionario), tenía mucha experiencia en armas, sabía desactivar bombas.
Ese espíritu revolucionario lo hace un ser grande, un forjador del mundo contemporáneo, eso es lo mejor que tengo de él y lo que me ha hecho crecer a modo personal para no defraudarlo: yo sentía que tenía que estudiar, él quería que yo fuera ingeniero y me gradué. Me heredó su conciencia.
A nivel personal, ¿cómo te afectó toda la búsqueda y el proceso de recuperación de la memoria?
– Pasé casi 29 años con una identidad que no era, porque mi papá entró con una identidad clandestina, él se llamaba Daniel Alejando González fuera de Argentina, entonces eso me llevó a que me inscribieran con ese apellido. Yo siempre me reconocí como Díaz y toda esa lucha para recuperar mi identidad me llevó mucho trabajo, esfuerzo económico, tocar puertas, instituciones. Tuve que llegar hasta los máximos líderes del Frente Sandinista, y les conté mi historia y mis necesidades. Ellos saben muy bien que mi padre estuvo acá, inmediatamente vino el comandante (Daniel) Ortega y dio la orden de que se hicieran los trámites: en cuestión de dos meses yo ya tenía mi rectificación de partida de nacimiento, con todos los respaldos legales. Es una reivindicación de derechos que hizo la cúpula máxima del FSLN, ellos saben que yo estoy acá.
¿Sobre la relación entre Iván y José que pudiste descubrir?
– Estuvieron juntos en el TPU y en el BLI, luego en Guatemala. Mi mamá me cuenta que hacian asado, salían a correr. Algunos compañeros del lugar donde yo vivo (el barrio Máximo Jerez, en Managua), donde vive mi mamá, que participaron en la revolución y siempre los reconocen a ellos, los identifican como el grupo de «los argentinos revolucionarios». Me dicen: «tu padre era un gran combatiente, vos tenés que ser alguien». Yo los visito porque aparte de que conocen mi historia son combatientes históricos y están organizados en el sandinismo, eso me lleva por el camino también a mí.
También visité a la mamá de Iván, (Aurora Sánchez Nadal, argentina que vive en Nicaragua y que además es la hermana de Roberto Sánchez, el jefe operativo del grupo que ingresó a la Tablada, que murió en combate ese 23 de enero del 89). Me habló sobre Iván y sobre mi papá, cómo se compenetraron en su amistad, andaban jugando fútbol. Después, en Guatemala, hace como cinco años, hablé con Pablo Monsanto (jefe guerrillero, actual dirigente político de la izquierda guatemalteca). Me dijo que en su próximo libro contaría cosas de ellos. Su lucha revolucionaria siempre estuvo en común entre ellos dos, era como un acuerdo.
Sobre el fin de la conversación, Daniel insistirá en la importancia de que este juicio sirva como punto de partida para investigar otras cosas:
“A Arrillaga lo van a condenar, pero va a vivir igual que como está viviendo ahora, ya tiene dos condenas perpetuas y está feliz en su casa, eso no me conforma, porque yo quiero saber dónde está mi padre, que me digan dónde están los restos. Aunque sé que es algo difícil, pero para mí sería algo maravilloso”.
* Informe realizado con la colaboración de Fabio Basteiro e información tomada del libro “De Nicaragua a La Tablada. Una historia del Movimiento Todos por la Patria” (Hugo Montero, Editorial Sudestada, 2015).