Por Carlos Saglul | Desde el cinismo y la imposibilidad de cumplir lo que había asegurado haría, el gobierno traicionó todas las promesas electorales. Impuesto a las ganancias, inflación, pobreza cero, fútbol para todos, devaluación, despidos. Hizo todo lo contrario de aquello a lo que se había comprometido. Pero el país no le estalló en la cara. En su fracaso está su éxito, por lo menos hasta ahora.
Mauricio Macri necesitó mentir para ganar en 2015. Ya nadie que lo vote se podrá justificar en la estafa electoral, no obstante nadie descarta seriamente que pueda ganar en 2019. Se puede aducir que jamás ningún presidente tuvo tanto respaldo de los Estados Unidos. La economía de Cambiemos hace rato entró en default. Es el Fondo Monetario Internacional quien lo mantiene enchufado a un pulmotor. En lo político, son cada vez más los que se animan a decir que el verdadero jefe de los espías que montaron gran parte de las causas contra el kirchnerismo, chantajearon, amenazaron, hicieron escuchas ilegales, es el propio Presidente. Y de ahí la ofensiva contra el juez Alejo Ramos Padilla y la desesperación porque no lleguen a la cabeza de la asociación paraestatal de servicios y estafadores. No solamente la economía hace agua.
Lo que pasará si Macri gana es una historia de terror bizarra. Implica la desaparición del sistema solidario de jubilación -por el cual los pasivos con suerte cobrarán no más de un treinta por ciento del salario activo-, la desaparición total de la industria con la consiguiente multiplicación de la desocupación, aumento de la brutalidad de las fuerzas de seguridad para contener el malestar social. El crecimiento del discurso de odio contra personas de otra nacionalidad, migrantes, la descalificación del pensamiento distinto que, como en la dictadura, trata de naturalizar “el delito de pensar”: “Estaba enfermo de marxismo, no sé si después se curó”, escupió el intendente de Vicente López, Jorge Macri, a principios de este mes.
La bolzonarización de un Macri que ya no promete respetar ningún derecho heredado del “populismo” sino exterminarlos, abre una etapa definitoria en la historia del país.
No es lo mismo mentir que manipular. Lo terrible es que Cambiemos ha pasada de la mentira a la estafa científica, la manipulación de gran parte del electorado.
Hay poco espacio para el voto amarillo entre los trabajadores que ven amenazada su fuente de trabajo, ya no llegan a fin de mes, temen por los despidan o ya están en la calle. Tampoco entre los jóvenes a los que ya no les prometen trabajo o estudio sino un rincón en algún cuartel de la Gendarmería donde les “enseñen” qué hay que hacer para no ser un futuro Santiago Maldonado o Rafael Nahuel.
El colchón electoral de Macri además de la derecha pura, está –según las encuestas- entre los ancianos puestos al borde de la subsistencia y parte de la clase media que en medio de la crisis desbastadora sigue esperando un futuro que no existe mientras se da valor regurgitando el odio al “negro”, los que “viven del Estado”, “los zurdos”, los “kuka-choripaneros”, Venezuela, y ahí va…
¿Alguien puede alucinar que la fórmula Fernández- Fernández pueden dar siquiera un paso por fuera del capitalismo? Si en lugar de limitar el desempeño de la política internacional realizando un seguidismo lacayo de la norteamericana, Macri intentara por lo menos leer los diarios, se enteraría que Donald Trump hace exactamente lo contrario que él en materia económica.
Al mismo tiempo que en Estados Unidos Trump defendía las regulaciones que se aplican a los bancos para las criptomonedas, aquí, quien está al frente del gobierno argentino, atacaba duramente al secretario general del gremio bancario, Sergio Palazzo, por exigir lo mismo que el magnate norteamericano. Obvio, si las colonias imitarán las políticas económicas de los denominados países centrales y no cumplieran con lo que le dictan hacer, dejarían de ser colonias.
¿Qué se rompió en la Argentina para que después de todo lo que hizo Macri existan dudas si las mayorías los votaran o no?
La influencia electoral que hoy tiene Cambiemos es inseparable de importantes cambios en la cultura argentina que sobre todo tienen que ver con el quiebre de la ética. Los peores asaltantes, antes no robaban en su barrio, existían códigos. Son innumerables los casos de bandoleros populares que repartían entre los pobres el fruto de sus correrías. Desde robar un banco a construir una ciudad, la percepción de la existencia del “prójimo” es fundamental. La ética es el contrato con el otro. No hay proyecto posible de Nación sin el Otro. Aún el malviviente es rescatable a partir de que en algún momento piensa en “el otro”. Para los políticos neoliberales, una suerte de psicópatas, “el otro no existe” como humano.
El discurso de Cambiemos ha trabajado como ninguno por eliminar al otro. Por eso se enloquecen cuando los pobres se mueren en la calle y ya no pueden decir que se trata de bonaerenses excéntricos que han venido de paseo a Buenos Aires. No hay cinismo que pueda tapar la muerte. El discurso que justifica desde el individualismo más acérrimo que no hay desocupados sino haraganes, se cae a pedazos ante la muerte. “No hay desocupación, lo que pasa es que son cada vez más los argentinos que buscan trabajo”, dijo la gobernadora María Eugenia Vidal. ¿Qué clase de sociedad es aquella donde la gente se muere en las calles en una de las ciudades más ricas del mundo, donde lo que gasta en nuevas veredas el intendente Rodríguez Larreta es superior al presupuesto de muchos municipios?
Macri lo logró. A nadie teme más la clase media que al pobre que pueden ser mañana. Por eso, el pobre “no es un igual”. Tampoco bolivianos, paraguayos, musulmanes. Hay quienes queman vivos a los que duermen en las calles afeándolas. Los que acusan a los inmigrantes del aumento del narcotráfico dicen: “De las villas salen los chorros”; “Hay que rodearlas con la policía y Gendarmería”. Fusilan por la espalda un pobre cada 20 horas, pero no alcanza.
Los mejores, la Argentina blanca y de ojos celestes, puede ganar la próxima elección. No es una elección cualquiera. Cuatro años más de Macri -sin ninguna exageración- es la consolidación de una sociedad construida no a partir de la solidaridad o la contención social del populismo y el trabajo sino del odio, que justifica la opulencia de unos pocos y el hambre de los más. Esas mayorías acorraladas tarde o temprano se transformarán en violencia sin metáforas. Abrir las puertas del Infierno es siempre menos complicado que cerrarlas.
Dirigentes corruptos e insensibles desvalorizan la palabra, destruyen los valores. La impunidad inunda todo. Predican como pastores que la ética es un valor inútil, igual que la solidaridad. .Para reconstruir el país no solo hay que reabrir sus fábricas, es necesario reparar los cimientos éticos de la Nación, que las mayorías sientan que nuestros sueños y necesidades no nos separan, como nos quieren hacer creer, sino que nos unen