Por Carlos Saglul | Nada más violento que el Estado. Su violencia es selectiva y tiene criterio de clase. Si “ellos” roban, “nosotros” podemos matarlos, aún por la espalda. Donde no hay solidaridad social, el miedo ordena. La grieta hace rato está abierta. De un lado nosotros, el poder que es sinónimo de custodio de los intereses de clase, y del otro lado ellos, los objetos del odio: pobres, negros, sucios y malos. De esta violencia que crece junto al ajuste, hablamos con Roberto Samar, licenciado en Comunicación Social de la Universidad de Lomas de Zamora, especialista en Comunicación y Cultura de la Universidad del Comahue y docente de la Casa de Altos Estudios de Río Negro.
¿Cuál es el proceso por el que se logra que forme parte del sentido común la existencia de una violencia estatal buena que entre otras cosas significa un muerto cada 21 horas y otra mala, ilegal, generada entre los empobrecidos? ¿Qué papel juegan los medios en esto?
-Los medios de comunicación y la industria del entretenimiento juegan un papel clave en la construcción del sentido común. Construyen agendas de preocupaciones, nos transmiten emociones y nos enseñan que la violencia es la forma de resolver los conflictos.
Según el profesor Raúl Zaffaroni, estamos atravesados por el discurso de una criminología mediática mundial, que nos presenta a la sociedad dividida entre buenos y malos. Asimismo, esta criminología mediática coloca a determinados sectores en el lugar de chivos expiatorios, es decir, los responsabiliza de nuestro problemas estructurales.
En nuestro país se coloca en ese lugar a los jóvenes en situación de pobreza, a los migrantes latinoamericanos y al pueblo Mapuche.
Una de las bases de la violencia estatal de este discurso es la psicología conductista. Parte del supuesto de que cuanta más violencia se aplique contra esos sectores, estaremos más seguros. Pero no es así. Las detenciones sistemáticas, la violencia institucional o la estigmatización no resuelven los problemas, los agravan.
Se pierden de vista los problemas estructurales y se canaliza todo el odio y el miedo contra los grupos más vulnerables. En ese sentido, actualmente tenemos sobrepoblación en nuestras cárceles, llenas de jóvenes en situación de pobreza que con suerte terminaron el primario y en condición de procesados, es decir técnicamente inocentes.
Sin embargo, como dijo el sociólogo argentino Gabriel Kessler, si a un joven que sabe que robar está mal se lo lleva a la cárcel de buenas a primeras, además de generar en él resentimiento y un estigma que le resultará muy difícil sacarse de encima una vez que cumpla su condena y salga de la cárcel, se lo estará vinculando con otros individuos en una carrera profesional del delito. De esa manera, la cárcel, lejos de resolver los problemas, recrea las condiciones para que se agraven.
Paralelamente, a los delitos complejos y estructurales como el lavado de dinero o las redes de trata de personas, habitualmente no les toca un pelo el sistema penal.
Si midiéramos la relación que existe entre profesión y delito, basta chequear en los diarios para ver que son las fuerzas de seguridad las que van a la delantera de una manera espectacular en eso de actuar fuera de la ley. ¿No es contradictorio?
-Es contradictorio pero el tema de fondo es que para pensar las Fuerzas de Seguridad primero habría que repensar que entendemos por seguridad. Si entendemos la seguridad como el ejercicio de los derechos, el rol del Estado debería ser intervenir para que todos los sectores puedan ejercerlos de la forma más plena posible. Y sobre todo los sectores históricamente vulnerados que les cuesta más ejercer sus derechos.
Desde esta perspectiva, el rol de las Fuerzas de Seguridad no debería ser imponer un orden funcional a los sectores concentrados, que es lo que ocurre actualmente. Debería ser el de garantizar el ejercicio de los derechos.
¿Cómo supones que marca culturalmente a una sociedad haber sido administrada durante largos períodos por asesinos, corruptos, personas que le mienten descaradamente? ¿Cómo se sale de esto?
-No tengo claro cuál es la incidencia de esas marcas culturales. Creo que es necesario construir otra ética política, lo que a veces ocurre es que el debate de una nueva ética es usado para correr el foco de la inequidad y la violencia del sistema en el cual vivimos.
Desde la dirigencia es difícil decir cómo se saldrá. Esa ética dañada es solidaridad lastimada que se debe recuperar desde la militancia. Como dice Zitarrosa: desde el pie.
Alguien aplasta con su coche a un ladrón y, lejos de ser considerado un homicida, lo admiran, al punto que se presenta como candidato a un cargo electivo… ¿Supone esto una identificación con el asesino?
-Es interesante. El último Monitoreo de Noticieros desarrollado por la Defensoría del Público, da cuenta que el tópico “Policiales e inseguridad” fue el más tematizado: llegó a tomar cerca del 40 por ciento del tiempo total emitido. Asimismo, casi un tercio de las noticias que tematizaron “Policiales e inseguridad” no presentó ninguna fuente, ningún móvil y no fue presentada por un columnista. Es decir, un tercio de dichas noticias no presentó ningún recurso que acompañe y/o sustente los datos que informan.
Estos discursos mediáticos -descontextualizados- sin análisis de los fenómenos, refuerzan la idea de la sociedad del miedo y de la construcción de chivos expiatorios. En ese marco, lo que ocurre es que la persona que se presume que cometió un delito es colocada en el lugar de sub humano. Se lo asocia a ese “Ellos” estigmatizado. Para este discurso, a esa persona no le valen los mismos derechos que a “nosotros”.
Asimismo, entiendo que esta mirada tiene un contenido clasista y racista porque si quien es atropellado hubiera pertenecido a otro sector social, seguramente la mirada hubiera sido otra.
Se podría decir que uno de los grandes problemas que tienen actualmente gran parte de los Estados es cómo eliminar a los pobres, que cada vez son más, y que se note lo menos posible ¿Estamos ante un Estado criminal?
-Creo que lo que más se busca es correr el foco de atención del aumento de la pobreza y de la inequidad de la sociedad. Por un lado, nos estimulan a intentar pertenecer a un mundo híper consumista y excluyente, el cual sólo es posible sostener si es un privilegio de unos pocos. Paralelamente se construye un discurso del miedo que estigmatiza a las personas en situación de pobreza. Entonces en lugar de solidarizarme con mi par, intento diferenciarme con la ilusión de llegar a pertenecer al grupo de los privilegiados.
Probablemente, con la construcción de otros discursos mediáticos podríamos fortalecer miradas más inclusivas.