Por Lautaro Romero para Revista Cítrica (Ph: Victoria Cuomo) | Ramón baja las escaleras con apuro: lleva más de 12 horas de guardia y no ve el instante de volver a su casa para reencontrarse con su familia. Así y todo, frena su marcha y se toma unos minutos para charlar con Cítrica; casi con la misma buena predisposición que tuvo la noche anterior, para hacer el aguante y resistir, y que ellas “no estén solas y estemos unidos”.
Ramón tiene 44 años y lleva 20 realizando –como la gran mayoría de los trabajadores y trabajadoras– “tareas generales” en la fábrica de Mielcitas. Es uno de los pocos varones que ocupa un puesto acá: “Nosotros hacemos un producto que es barato, que lo consume la clase trabajadora: el que viaja en tren, en colectivo, le lleva alfajores a sus hijos por diez pesos. Pero esa gente, al no tener trabajo, no nos compra”, razona Ramón.
Cuando le preguntamos por sus hijos, Ramón rompe en llanto: este fin de semana es el cumpleaños 18 de su hija, y sabe que a causa de la situación económica que lo atraviesa, no podrá regalarle la fiesta que espera. “No sé si voy a poder hacerle unas hamburguesas, darle un plato digno. A ella le puedo decir hoy tomamos un mate cocido con torta fritas, porque es grande. Pero tengo compañeros que no le pueden comprar la leche a sus hijos chiquitos”, cuenta.
“Nosotros hacemos un producto que es barato, que lo consume la clase trabajadora, que le lleva alfajores a sus hijos por diez pesos. Pero esa gente, al no tener trabajo, no nos compra”
Roxana vive en Laferrere. Tiene mellizos y le da bronca que sus hijos se vean obligados a cambiar su ritmo de vida porque ella se quedó sin trabajo. Como es mitad de año está preocupada por definir dónde continuarán yendo a clases, cuando ya no pueda pagar las cuotas del colegio.“Nos cortaron al medio, va mermando todo. Me duele en el alma no poder darles lo suficiente a mis hijos, les das 100 pesos y no es nada, pienso qué van a comer, qué van a tomar. Ellos mismo te dicen: dejá, no hay problema».
Roxana forma parte del grupo de los domingos. Son mujeres y varones que dejan a sus familias, a sus hijos e hijas a cargo de otros para hacer las guardias, estar alerta y que no se lleven las máquinas, su futuro y el de sus familias. “Siempre hay alguien, pese a que no todas somos amigas y compartimos los mismos gustos. Nos convertimos en una familia. Nadie abandona la lucha. En el barco, que se hundió con 101 personas, vamos todas juntas”.
Son mujeres y varones que dejan a sus familias para hacer las guardias, estar alerta y que no se lleven las máquinas, su futuro y el de sus familias
En todo este tiempo, Ramón ha visto a mujeres llevar a cabo trabajos pesados, como cargar tolvas con dulce de leche –máquinas que llenan y dosifican la mezcla- y levantar tachos de 25 kilos. Claro que exigirse y cargar sobrepeso trae dolores en las espaldas y en los huesos.
Secuelas en todo el cuerpo
Hay trabajadoras que sufren de diabetes, hay pacientes oncológicos, con Lupus, que no pueden continuar con el tratamiento porque no disponen de obra social. Muchas entraron sanas a la fábrica yterminaron enfermas. Muchas alquilan y están solas.
A Norma tuvieron que implantarle clavos en la cadera. Es una de las que tiene más años de antigüedad: 39. Conoce la fábrica como la palma de su mano, la vio crecer y expandirse a fines de los 80. “Antes no teníamos comedores ni baños. Era comer sobre una bolsa. Pero no nos quejábamos, con tal de trabajar seguíamos. Siempre tuvimos voluntad de sacar esto adelante”, dice.
Norma la tiene difícil porque además de sus hijos, tiene a cargo un nieto y un sobrino que es discapacitado. Para colmo su marido también está sin trabajo. Y con 55 años, a Norma le hicieron creer que ya no es útil, y que por tal motivo merece ser excluida del sistema: “¿Dónde voy a conseguir trabajo? Nadie me va a tomar. Este Gobierno no nos ayuda. Y el dueño se escondió como una rata”.
“Antes no teníamos comedores, ni baños. Era comer sobre una bolsa. Pero no nos quejábamos, con tal de trabajar seguíamos”
Juan es un hombre pequeño, de espalda ancha y brazos fuertes. Durante casi veinte años ha estado a cargo de uno de los trabajos más duros en la fábrica de Mielcitas: operar la amasadora.
Con orgullo y pasión nos habla de su oficio.
“A la amasadora le decimos la doble z, por las dos cuchillas que tiene. Carga cerca de 300 kilos: 200 kilos de harina, 70 kilos de azúcar y 50 kilos de grasa, que se usan para hacer galletitas y tapas de alfajores. Cada amasado dura aproximadamente 40 minutos. Empiezo a las seis y hasta las dos de la tarde hago 10 amasados”.
Juan habla en presente, como si cumpliera su jornada de laburo, como si no llevara más de dos semanas sin escuchar el sonido de las máquinas en funcionamiento, sin sentir el calor de los hornos y los mecheros, sin llevar impregnado en sus manos, el aroma a chocolate, vainilla y limón.
“Me genera mucha tristeza y bronca ver todo parado. Los dueños hicieron muchas promesas pero nunca cumplieron”, denuncia.
Faltan tubos para las mielcitas, cajas para los alfajores, grasa y girasoles.
“Sólo nos quedan seis mil kilos de harina para lucharla”.
Y al parecer, las necesidades de urgencia que padecen estas familias, y la falta de materia prima, relegan a un segundo plano la iniciativa de armar una cooperativa, y autogestionarse.
La gran estafa
A Roberto Duhalde la última vez que lo vieron por la empresa fue a comienzos de julio.
Era miércoles cuando apareció, y en un abrir y cerrar de ojos se llevó la última recaudación que guardaba en la caja fuerte. Les dijo a los más de 100 trabajadores y trabajadoras de más de cuatro décadas de historia –en Rafael Castillo, La Matanza-; que no se preocuparan, que volvería el viernes yles pagaría los sueldos, además del aguinaldo que les debía.
Myriam no tiene dudas de que Duhalde planificó todo. Con 37 años, y 17 abocados a la preparación del amasado para hacer galletitas y tapas de alfajores, viene de pasar la noche junto a sus compañeras dentro de estas paredes gélidas, donde llueve y hay vidrios rotos que dan escalofríos.
“Todo esto es consecuencia del mal manejo que tuvieron los dueños. Siempre hubo conflicto, nunca se pudo llegar a un acuerdo que beneficiara a los trabajadores, que tuvimos que ceder para mantener las fuentes de trabajo”, nos dice Myriam, quien desde hace seis años forma parte de la Comisión Interna de la fábrica en la cual, además de alfajores Suschen, se producían las tradicionales Mielcitas, el Naranjú, y las pipas tostadas de girasol, entre otros productos.
Hasta hace poco, Myriam tuvo trato con los empresarios Roberto –primo del ex presidente Eduardo Duhalde- y su hijo Maximiliano. Cuenta que en noviembre de 2018 les ofrecieron cambiar de razón social en pos de salvar el negocio, y al mismo tiempo juntar lo necesario para que no les corten los servicios de gas y luz, y saldar deudas millonarias de aportes jubilatorios, entre algunas irregularidades, en AFIP. En consecuencia, Suschen S.A. pasó a llamarse Ateparese S.R.L.
En noviembre de 2018 les ofrecieron cambiar de razón social en pos de salvar el negocio, y al mismo tiempo juntar lo necesario para que no les corten los servicios de gas y luz, y saldar deudas millonarias.
Pero las deudas no desaparecieron, de hecho la situación cada vez fue peor. Los trabajadores y trabajadoras notaron que rechazaban pedidos y había menos producción. Sumado a que empezaron a pagarles las quincenas a la mitad. “Lo veíamos venir porque el dueño ya no quería comprar materia prima y cayeron las ventas”, revela Myriam.
Myriam nunca se preparó para afrontar semejante incertidumbre y tristeza, sin nadie que le dé respuestas ni le diga dónde está parada, sin ver un mango desde hace más un mes, sin ni siquiera haber recibido una carta de despido, ni una indemnización digna tras haber cumplido con su oficio, durante la mitad de su vida. “No conozco otro trabajo que éste. Al igual que mis hijos, dependo de esto para vivir”.
Gabriela es otra de las trabajadoras de la fábrica de Mielcitas –el 90% son mujeres-, que fue engañada por los Duhalde y presenció el vaciamiento de su lugar de trabajo. “Se llevaron dos máquinas para hacer la Mielcitas y unas tolvas de dulce de leche, supuestamente para mejorar todo. También hicieron unos toboganes de miel para que nosotras trabajemos más y no haya gente limpiando todo el día. Decían que no tenían plata, pero los camiones se iban con la mercadería, traían la plata y ellos se la llevaban. Comenzamos a sospechar que se estaban armado otra fábrica en otro lado”, confiesa Gabriela.
Gabriela tiene la certeza de que Roberto Duhalde y compañía no guardan intereses de invertir un peso en la industria, aunque sí se concentran en abandonarles. También siente que el Ministerio de Trabajoles da la espalda: les dicen que no pueden continuar con las negociaciones porque en las audiencias tienen que estar presentes las dos partes.
Duhalde no se presentó a ninguna de las audiencias donde denunciaron el fraude. Sólo dieron la cara el abogado y el contador del empresario. “Dicen que a ellos tampoco les pagaron, que lo llaman y no atiende. Nos ve todo el mundo pero a este hombre nadie lo encuentra, nadie le hace nada”, dice Gabriela, con tres silos enormes, de 30 toneladas, a su espalda.
El viernes pasado al empresario los trabajadorxs lo fueron a buscar y le hicieron un escrache en su casa, en Adrogué. Porque ya no se aguanta vivir entre tanta impunidad.
“Dicen que a ellos tampoco les pagaron, que lo llaman y no atiende. Nos ve todo el mundo pero a este hombre nadie lo encuentra, nadie le hace nada”.
“Estamos mendigando que vengan a pagarnos, que alguien venga, se haga cargo y nos tire una soga. Se fugaron con todo y nos dejaron en la calle”, se lamenta Gladys, quien piso la fábrica por primera vez cuando tenía 16 años.
A su lado está Andrea quien, como muchas de sus compañeras, es jefa de hogar: “Queremos una solución rápida. No queremos palabras, queremos hechos. Este no es un caso más de una fábrica que cierra. Él ya sabía lo que iba a hacer, nada de esto es casualidad. Acá nos estafaron”, asegura Andrea.
Fotografías: Victoria Cuomo