Por Carlos Fanjul | El tsunami Maradona volvió al fútbol argentino. Y casi que cumplió con cada una de sus características naturales, esas que le reconocemos desde siempre. Aquellas que le dan pie a cuanto estúpido opinólogo, que la va de racional erudito, utiliza para despedazarlo en una mesa de teorías sociológicas y de moralinas solo aptas para analizar a los demás. Pero sobre todo las otras, las que nos conmocionan, nos provocan idolatría. Nos hacen caer lágrimas. Las que solo pueden ser medidas desde los sentimientos. Las que están a flor de piel.
Por un rato, la ciudad de La Plata esta vez deja de ser mirada como el lugar desde donde la Mariu Vidal se va también alejando del ruido con esa sonrisita de hermana buena, porque hasta allí llegó el terremoto del Diego, para copar todas las miradas.
Y, fiel a aquellas características que mencionábamos, lo hace contrariando toda la supuesta lógica de lo habitual, de lo considerado natural.
Gimnasia, el ‘hijo desdichado de la ciudad´, pasó a ser el escenario novedoso en el que, por Maradona, los pechos se inflan y las caras sonrientes tantean al otro con indisimulada felicidad.
La capital bonaerense es un sitio diferente en materia futbolera a cualquier otro de la Argentina. Allí, la historia dice que a uno de sus clubes le sale todo casi siempre, mientras que al otro nunca le llega el tiro del final del Desencuentro de Cátulo Castillo.
Allá por los ’60, cuando Estudiantes se instaló en el podio futbolero mundial, el enorme Humberto Costantini que fue pincha hasta la médula, escribió su ‘Porteño y de Estudiantes’, que terminaba de esta manera: Uno vivió humillado y ofendido, se sintió negro, paria, risible minoría, adventista o croata.// Entonces, ¿se dan cuenta por qué ando así, bastante bien últimamente, con sonrisa de obispo y con dos alas?
Respetando su costumbre siempre epopéyica de desarrollarse desde lo de abajo –ya lo hizo de arranque desde su Argentinos Juniors y luego desde el Nápoli italiano-, el Diego se paró en el centro del campo del estadio tripero y le traspasó, en un segundo, a la multitud que llenó las tribunas para recibirlo, aquel vuelo ‘con dos alas’ de Constantini.
Lo racional nos obliga a decir que nadie, ni el propio Maradona, sabe qué resultará de todo esto. Pero, como decíamos al comienzo, no existe racionalidad que valga desde que los sentimientos afloraron en el Bosque platense.
Y aquí aparece también el otro componente de esta zaga que se inicia. Como muy bien remarcó el colega Daniel Arcucci, tal vez quien más a fondo conoce el latir del cuore del ídolo, ‘Gimnasia necesitaba tanto a Maradona, como Maradona necesitaba a Gimnasia’.
Gimnasia, el ‘hijo desdichado de la ciudad´, pasó a ser el escenario novedoso en el que, por Maradona, los pechos se inflan y las caras sonrientes tantean al otro con indisimulada felicidad.
Arcucci, que pasó días y días con el 10 para escribir el libro biográfico ‘México ’86, mi Mundial, mi verdad’, percibió bien desde adentro lo que todos pudimos ver ese día de la presentación en el estadio gimnasista: el llanto que brotó instantáneo en el rostro de Maradona al pisar el campo de juego y ver y oír a la multitud coreando su nombre. “Lo que provoca Maradona, lo sabemos todos.-añade el periodista- Lo que necesita Maradona, no lo sabe casi nadie: Diego necesita hoy ser querido”.
Claro que Arcucci sabe que Diego es víctima y victimario a la vez de su propio ser, misógino a veces, egocéntrico y de lengua larga siempre, pero también conoce mejor que nadie de las carencias de un hombre frágil y vulnerable en su cercanía de las seis décadas.
Gimnasia, con pocas chances de salvarse del descenso y Diego, más que nunca rogando mimos, mientras sus piernas y su espalda crujen por tanto ‘peso de vida’ transportado, parecen dos almas que se abrazan para seguir respirando.
Por eso, nada de cabeza y todo corazón para seguir mirando, y disfrutando, este noviazgo de dos remendados.