Janet Cooke. Sí. Ese era su nombre. Presumo que todavía lo es. Vaya uno a saber por qué cuernos me vino a la memoria. Octubre del año 1980. Janet Cooke es periodista del Washington Post. Deja loco de entusiasmo a su jefe de redacción con la propuesta de un reportaje digno de primera página: la historia de un niño de ocho años, negro, que tiene el hábito de inyectarse heroína con el beneplácito de su madre.
El artículo ocupó la primera plana del Washington Post bajo el título “El mundo de Jimmy”. En los días siguientes, cientos de lectores llenaron el buzón del diario con cartas en las que aseguraban conocer a Jimmy. Los primeros peldaños de Cooke hacia una gloria que tuvo su culminación un año después, la noche en que recibió el premio Pulitzer. Con la velocidad de un parpadeo, la vida de la periodista, de veintiséis años de edad y poco más de dos en el oficio, se convirtió en una fiesta. Elogios y admiración por todas partes; entrevistas en los más prestigiosos programas de la televisión norteamericana en las que refirió, una y otra vez, con todo detalle, la vida de Jimmy y la investigación previa. Pero la embriaguez le duró pocas horas. A la incredulidad del alcalde de Washington se sumó la sospecha de su jefe, y, acaso, un estremecimiento interior. Al cabo de ocho horas de interrogatorio Cooke no soportó tanta presión. Confesó al comité del diario que Jimmy no existía, que su reportaje era apócrifo.
“No habría sido justo que le dieran el Premio Pulitzer de periodismo”, escribió García Márquez días más tarde, “pero en cambio sería una injusticia mayor que no le dieran el de literatura”.
Son decenas los casos de periodistas de pluma resbaladiza que se la pasan errando entre la invención y el plagio.
La intrépida Cooke tuvo en la Argentina un émulo que la superó con amplitud.
Nahuel Maciel comenzó a trabajar en el suplemento de cultura de El Cronista Comercial en 1991. En ese diario, en poco menos de dos años, tuvo la capacidad y el formidable atrevimiento de publicar entrevistas apócrifas con García Márquez, Ray Bradbury, Mario Vargas Llosa y Carl Sagan. La fraguada y larga conversación con García Márquez cobró forma de libro, con prólogo —también inventado por la imaginación frondosa de Maciel, desde luego— de Eduardo Galeano. “Haré todo lo posible por creer que ese prólogo me pertenece y hasta quizás, con los años, podré empezar a quererlo”, dijo Galeano al enterarse del engaño. Y añadió: “No será fácil, porque es horroroso”.
Maciel había logrado conquistar el afecto y respeto del director del diario, Mario Diament, y también de periodistas con años de andanzas en el oficio, como Emilio Corbière y Orlando Barone.
Maciel explicó de modo epigráfico su propensión al engaño: “Tenía una dificultad muy grande para percibir la realidad”.
Una perturbación mental, creo, pandémica, razón por la cual no puedo menos que celebrar las ocurrencias de Cooke y Maciel. Engañar de semejante manera requiere coraje y, por sobre todas las cosas, una dosis apreciable de talento.
Profesores de psicología cognitiva de los Estados Unidos han resuelto que la costumbre de copiar textos ajenos y concebir vidas quiméricas, no es más que una acción inconsciente. Y le han puesto nombre al trastorno que padecen escritores y periodistas plagiarios: criptomnesia. Palabra que vistieron de acepciones enmarañadas: acceso paranormal a las profundidades del subconsciente para evocar recuerdos y percepciones que se encuentran allí contenidos; reminiscencia o plagio; alteración de la memoria al evocar un recuerdo y no conocerlo como tal, de manera de creer que la idea es nueva y personal; juego oculto de la memoria o fabulación.
Vaya malabarismo academicista para echar por tierra tanta diversión, y, en la bolada, también los conocidos versos de Machado: “Se miente más de la cuenta/por falta de fantasía:/también la verdad se inventa”.
El límite entre la buena literatura y el buen periodismo, me atrevo a conjeturar, es invisible, producto del capricho de un crítico de pocas luces. A cada hora la realidad adquiere una luminosidad repleta de sombras y ausencias y malentendidos.