Cuando una persona comienza a transitar su transexualidad, a vivir la vida como imperiosamente necesita vivirla, comienza al mismo tiempo un proceso de invisibilización. El ámbito social al que pertenecía, incluida gran parte de su familia, deja de hablarle, ya no la considera dentro del grupo; si antes tenía aspectos en los que se destacaba entre sus pares, estos desaparecen como por arte de magia. Deja de ser considerada una persona inteligente y comienza a perder no sólo sus derechos –ya que muchos se sienten autorizados a maltratarla– sino que pierde su visibilidad, su presencia, que sólo puede recuperar si abandona lo que para ellos es la absurda y loca idea de querer cambiar de sexo.
Así me sucedió a mí. La mayoría de mis familiares dejaron de hablarme. Se me corrió de todos los lugares que había conquistado en mi vida; por ejemplo, el de ser la música de la familia. Pese a que me otorgaron cinco premios nacionales de composición musical, y antes, cuando hombre, no había reunión familiar en que no me pidieran mis canciones, desde que vivo como mujer, ese cetro se lo pasaron a alguien que apenas toca la guitarra, pero que no cometió mis incorrecciones…
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Acerca de 27 de octubre: Una revista para pensar en la coyuntura electoral los posibles comunes. Una cuenta regresiva hasta la elección. Cada día una nota escrita por amigues diferentes. En cada nota el pensamiento como potencia de lo presente. Y un punto de llegada: fuerza de rebelión y de fiesta para no quedarnos solo con lo que hay.