Por Carlos Saglul | Alberto Fernández no acumula ya para ganar la próxima elección. Sabe que es el futuro Presidente. Busca volumen para negociar con el Fondo Monetario Internacional. Sin lugar a dudas en esa lógica se entiende la foto de una CTA reingresando en la CGT. Nadie en su sano juicio puede discutir la necesidad estratégica de la unidad obrera. Sin embargo, son las dirigencias, no los intereses de las bases, quienes siguen divididos entre empresarios y combativos. La dirigencia obrera argentina tuvo raros momentos de unidad que, en general, coinciden con gobiernos débiles o en retirada. Algunos fueron históricos como el Cordobazo.
La unidad entre la CTA de los Trabajadores y la CGT que hoy encabezan Héctor Daer y Carlos Acuña tiene la fragilidad de una foto de vacaciones de verano. Todo indica que los intereses contrapuestos no tardaran en hacerla añicos. Los alineamientos los dictan los intereses no las buenas intenciones. Solo la democratización de abajo para arriba puede lograr la unidad obrera. No es dogmatismo sino la más simple lógica.
¿Qué cambió en la dirigencia que hoy hegemoniza la conducción de la CGT de aquella que así caracterizó la declaración de Burzaco, documento fundacional de la CTA: “El viejo modelo sindical sostenido por su dependencia del poder político y su grado de complicidad con el poder económico no sirve para canalizar las demandas de sus representados ni defender sus conquistas e intereses“?
Este turno neoliberal que culmina hubiera sido imposible sin el respaldo de gran parte de la derecha peronista, los gobernadores, la CGT de los paros domingueros y todos aquellos que abandonaron a su suerte a Macri recién cuando llegó a puertas del cementerio.
Muy inteligente, Cristina Fernández a través de Alberto quebró la alianza, unificó al peronismo. Cuando Macri reaccionó jugando la carta fascista de Miguel Ángel Picheto, ya era tarde. El bloque de poder del macrismo estaba quebrado por todas partes. Los mismos que votaron la Reforma Previsional mientras sus compañeros eran apaleados y gaseados en la calle, volvieron a cantar la marcha peronista. Atrás quedaban las fotos de la cúpula de la CGT brindando con Macri para recibir su segundo año de gobierno, los negocios cruzados, los intereses compartidos.
A este tipo de unidad le sucede lo mismo que al pacto social entre los trabajadores y el capital concentrado, lo difícil no es sacarle una foto sino lograr que permanezca en el tiempo. La enorme concentración de la riqueza que lograron los años de Macri en base al despojo de la clase trabajadora, y que hizo que el 70 por ciento de los que todavía tienen trabajo, termine ganando la miseria de alrededor de 20 mil pesos, se realizó en parte gracias al manejo monopólico de los precios por el capital concentrado. Los mismo que aumentaban los productos de primera necesidad cuando Cristina Kirchner incrementaba los planes sociales, aquellos a los que Juan Perón acusó, antes de morir, de jaquear su, hasta ese momento exitoso, Acuerdo Social.
¿Qué cambió en la dirigencia que hoy hegemoniza la conducción de la CGT de aquella que así caracterizó la declaración de Burzaco, documento fundacional de la CTA: “El viejo modelo sindical sostenido por su dependencia del poder político y su grado de complicidad con el poder económico no sirve para canalizar la demandas de sus representados ni defender sus conquistas e intereses“?
Macri asumió proponiendo que la Argentina capaz de elaborar alimentos para 400 millones de personas se transformara en el supermercado del mundo. Nuestro país poco poblado no es Brasil. Sin embargo, Alberto Fernández asumirá con la prioridad de combatir el hambre de millones de argentinos.
El plan para enfrentar el hambre de los Fernández cuenta con elementos que lo hacen creíble como la centralidad del Estado, la inclusión de los productores y trabajadores de la economía popular. No obstante, si alguien piensa que el titular de la Coordinadora de las Industrias Alimenticias, Daniel Funes de Rioja –presente en el acto de lanzamiento de ese plan- está preocupado por el hambre, no peca de optimismo, delira. El hambre en el mundo, lo repite la FAO todos los años, no se debe a la escasez de alimentos sino a la especulación que se realiza con ellos para maximizar las ganancias de los grandes grupos económicos. La alimentación –hace rato- dejó de ser un derecho para transformarse en un negocio. Los empresarios no bajan las ganancias cuando se vende menos, las recuperan aumentando los precios. Esos monopolios hambrean tanto al productor como al consumidor de la clase trabajadora. Son inmensas máquinas de concentración de riqueza
¿Dónde fue a parar el IVA que el actual gobierno quitó de muchos productos de primera necesidad? ¿Algún bolsillo obrero lo sintió? ¿Quién se quedó con esa ganancia?
Siempre es más simpática la unidad que la confrontación. Lo cierto es que con determinados personajes la única unidad posible es la fotografía efímera. No hay burguesía nacional en la que apoyarse. Ya no existe. Por eso, solo un Estado fuerte, con el protagonismo de los trabajadores organizados, unidos desde la base por sus intereses, puede revertir el estado ruinoso en que nos dejó el saqueo de Macri, el FMI y los grupos económicos aliados.