Yo quería esconderme, necesitaba huir de mi casa, de mi marido, de mi rutina, y ver a mi amante. Pero nunca puedo hacerlo tranquila. Me persiguen, me vigilan, saben cada uno de mis pasos. Camaritas en el hall, en el ascensor, en las esquinas, en los baños públicos, en las plazas, en el ropero. Hasta en el bidé. Camaritas en todas partes. Que el registro de la Sube. Que los tipos del hotel y los vecinos que de pronto se convierten en perros de caza con celulares y uasap y toda esa parafernalia chismosa. Y la policía que parece que no tiene otra cosa que hacer. Y los noticieros y las radios. Y yo que pensaba que con lo que está pasando en Bolivia, en Colombia, en Ecuador, en Uruguay, en Chile; la marcha por los derechos de la mujer en Argentina, en el mundo; los muertos en el ingenio La Esperanza por culpa de la negligencia de los patrones; las protestas en Haití; la final de River; el casamiento de Pampita; los doscientos trabajadores despedidos de Massalin Particulares… Sí, por favor, con tantos temas serios dando vuelta yo pensaba que ningún medio de comunicación iba a darle importancia a mi escapada a Mardel. Pero no, se la pasaron gastando horas y páginas y horas y micrófonos hablando de mi aventura y ni bola a todo lo otro. Así estamos. Continuamente vigilados, es decir, continuamente desprotegidos. Y yo que apenas quería coger con mi amante.