Por Carlos Saglul | Los asesinatos planeados y ejecutados por la administración de Donald Trump del general Qasem Soleimaní y de Abu Mehdi al Muhandis, el número dos de las proiraníes Fuerzas de Movilización Popular (FMP), evidencian una vez más el verdadero rostro del orden internacional construido por los Estados Unidos de Norteamérica. Las Naciones Unidas, lejos de condenar este acto de guerra, los asesinatos, se hicieron las distraídas. Pensemos ¿Qué hubiera pasado si un comando iraní asesina al Jefe del Pentágono? ¿Alguien imagina la reacción de los Estados Unidos? No en vano, el país que más armas de destrucción masiva tiene endilga como principal acusación a Irán, estar buscando construir un misil nuclear. Lo mismo hizo con Irak para invadirla y quedarse con el control de su petróleo.
Una guerra anunciada
Desde el siglo pasado el homicidio es parte de “las bellas artes” de la diplomacia norteamericana. Los asesinatos en masa son inclusive un recurso electoral, mejor que la publicidad en las redes. Lo fueron para George Bush y Bill Clinton, como ahora para Donald Trump. A los estadounidenses les encanta tener enemigos ya sea comunistas, marcianos o musulmanes. Ninguna nación del mundo tiene tantas armas, aún de guerra, por ciudadano: necesitan un enemigo. Es parte central de su identidad. Pero hay mucho más que eso, desde sus inicios la actual administración norteamericana no solo dio marcha atrás con la distensión respecto a Cuba sino que volvió a erigir a Irán como su principal rival en Medio Oriente.
Mauricio obediente
El gobierno de Mauricio de Macri fue obediente en mantener la posible vinculación entre Irán y el atentado contra la Amia. Por eso aún en abierta contradicción con la política de Naciones Unidas, mediante decreto, definió a Hezbollah como una organización terrorista. El principal operador de Soleimaní en Irak, asesinado junto a él, es dirigente de Hezbollah. El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro no tardó en vincular a Soleimaní con el atentado a la AMIA cuando en realidad, el militar iraní se destacó justamente por combatir al terrorismo y fue un exterminador feroz del ISIS financiado, fundamentalmente, por Estados Unidos y Arabia Saudita.
La ministra de Seguridad, Sabina Frederic -que evidentemente no solo fue evaluada en su idoneidad sino por su valor para ser colocada en su cargo- mencionó la necesidad de revisar ese decreto. Desde ese momento, la postura del gobierno argentino que se niega justificar la intervención militar en Venezuela, y este tema, han sido parte central de las presiones norteamericanas.
¿A quién le importa la realidad, si podemos inventar una que nos gusta?, parece decir el monopolio de la información que maneja Estados Unidos. Es factible que el tema, junto a la presencia en el país del presidente de Bolivia Evo Morales, quien se refugió en Argentina después de ser desalojado por un golpe de Estado -y se sospecha se intentará asesinarlo-, sean las principales presiones a la hora de financiar la deuda externa.
Leen mal la realidad los que critican al FMI por prestar lo que no se puede pagar, como si la deuda fuera una cuestión financiera y no una herramienta de condicionamiento político norteamericano.
La vuelta de Nisman
Casi por una casualidad Netflix ha sumado a su programación una investigación sobre la muerte del fiscal Alberto Nisman. Si bien el documental es equidistante y bastante objetivo, trae otra vez a la vida al suicidado más vivo del mundo.
El fiscal que se limitó a trascribir los informes de la CIA como todo desarrollo de la causa mientras con los jugosos fondos destinados al financiamiento de la Unidad UFI-AMIA se dedicaba a “vivir la noche” y engordar sus cuentas, sigue siendo fundamental en la trama que une Irán y el atentado a la AMIA. Tanto en la muerte de Nisman como en el atentado a la AMIA, Estados Unidos e Israel implican a Hezbollah e Irán. Esta fábula, al igual que aquella del “Morza”, apodo que se atribuyó al ex ministro del interior Aníbal Fernández, (un supuesto jefe del narcotráfico que nunca existió, según verificó la Justicia) y por aquel entonces candidato a gobernador de Buenos Aires, fueron centrales para la victoria de Mauricio Macri en las presidenciales, y de María Eugenia Vidal como gobernadora de la Provincia más importante de la Argentina.
La soledad del gobierno argentino es una bendición pero también una debilidad. Repudiado por los golpistas bolivianos que acusan de terrorista al presidente constitucional de Bolivia, Evo Morales mientras arrojan a los partidarios del Movimiento Al Socialismo desde helicópteros, amonestado por su par de Chile, Sebastián Piñera, que sigue haciendo llamamientos a la paz a la par que los pacos disparan a los ojos de los manifestantes o los queman con gas pimienta, provocado por Bolsonaro, quien con sus ministro, no deja de reiterar sus nostalgias de la dictadura, donde cosas como el saqueo del país, se hacían sin tanto palabrerío.
Los espectros son tanto, que América del Sur parece una película clase B de terror, repleta de muertos-vivos. Más que nunca, Alberto Fernández necesita muñeca política, si quiere resistir ejerciendo si quiera modestas transformaciones hasta que el viento cambie. De lo que ha dicho una cosa seguro es verdad: “es posible que no piense igual que otros presidentes, pero los pueblos, las masas en ebullición reclaman lo mismo”, esto es más democracia, justicia social, vivir en paz.