Redacción Canal Abierto | El 29 de enero pasado decenas de organizaciones y una multitud frente al Congreso lanzaban la campaña nacional por la Suspensión del Pago y la Investigación de la Deuda. En paralelo y dentro del recinto, la Cámara de Diputados daba media sanción al proyecto que busca facultar al ministro de Economía para realizar canjes o reestructuraciones de los vencimientos de bonos. De esta manera, con el respaldo macrista y sólo dos votos en contra, el parlamento argentino avanzaba en la legalización de la monumental deuda.
“Todo el mundo reconoce que estos niveles de endeudamiento son inviables, y no me refiero sólo al caso argentino sino a nivel global”, asegura en esta entrevista con Canal Abierto la economista especializada en deuda pública y coordinadora de Diálogo 2000-Jubileo Sur Argentina -organización integrante de la campaña-, Beverly Keene.
La Argentina tiene hoy una deuda equivalente a casi el 95% de su PBI (estimado en 637 mil millones de dólares al año), más de la mitad emitida durante la presidencia de Mauricio Macri. Y si bien no hay dudas de que recrudeció durante este último periodo, Cambiemos no es el único responsables de que nuestro país haya escalado hasta el puesto 33 del ranking de los países más endeudados del mundo.
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“Desde el inicio de la última dictadura militar [1976-1983], la deuda pública argentina ha crecido de 8.000 millones de dólares a casi 350.000 millones, y en ese mismo tiempo ya hemos pagado más de 550.000 millones de dólares [acumulados]”, asegura Keene, quien agrega: “La deuda es un sistema, y su naturaleza es que siempre sea impagable, perpetuo. Más pagamos, más debemos y menos tenemos”.
En términos sociales, las cifras oficiales y de ONGs revelan que más de un tercio de la población de nuestro país sobrevive hoy en condiciones de pobreza, con empleos precarios o inexistentes, convive en ambientes contaminados y faltos de servicios públicos.
En este sentido, la Madre de Plaza de Mayo y referente en materia de defensa de los Derechos Humanos, Norita Cortiñas apunta: “Cuando nos lamentamos por el hambre en la Argentina, por los pibes wichis que no tienen agua o porque no hay plata para pagarle a los docentes en Chubut, ¿a dónde creen que va esa plata? A pagarle al Fondo y los bonistas. Pero ni siquiera es que están pagando la deuda, sino los intereses”.
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“Algún día el FMI va a tener que sentarse en el banquillo de los acusados por su pasado cómplice, por haberle dado dinero a explotadores y asesinos, gobiernos que contrajeron deudas que no iban a poder pagar sino con el hambre de la gente”, asegura Cortiñas, y remata: “La última dictadura cívico militar y eclesiástica que sufrimos en Argentina es parte de esa historia: con acuerdos y créditos enormes para armar los campos de concentración y exterminios, para comprar las armas con que torturaron a nuestros hijos e hijas, para los aviones que se usaron en los vuelos de la muerte, para un mundial de fútbol que intentó ocultar la brutalidad, para mandar a la guerra de Malvinas a una generación de jóvenes”.
La opacidad y volatilidad con que se manejan los fondos de inversión vuelve compleja la identificación de los acreedores de la Argentina. Sin embargo, estimaciones de finales de 2019 planteaban que siete de los principales fondos a nivel global poseían poco más del 13,5% de los bonos bajo legislación extranjera emitidos por el macrismo y entre un 17% y un 40% del total de deuda nacional.
La lista la encabezaban Black Rock, con 1268,2 millones de dólares; Fidelity (FMR LLC), con 1226,1 millones, y PIMCO, con 1040,1. Le siguen Northern Trust, con 726,2 millones; Alliance Bernstein, con 677,5; Ashmore, con 374, y Prudential, con 309. En total son 5621,4 millones de dólares, siempre según declaraciones públicas a la agencia Bloomberg.
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Para tomar noción de su tamaño –y del desequilibrio que enfrenta el mundo-, a fines de 2019 Black Rock administraba una cartera de 7,43 billones (millones de millones) de dólares, una cifra que supera la suma de las economías de Alemania y Francia y que multiplica por más de 14 el PIB local.
“Es momento de parar la pelota, de dejar de pagar la deuda, e investigar los orígenes y sus usos. Es decir, saber exactamente quiénes se beneficiaron. Porque hay siempre hubo beneficiarios, y cada país tiene los suyos. Por otro lado, y tal como sucedió en otros momentos de la historia, es tiempo de que el sistema global libere a los esclavos de sus deudas para que las economías puedan convivir. No es viable este grado de desigualdad y concentración”, plantea Keene.
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Entrevista: Diego Leonoff