Por Colectivo Malgré Tout* (para Revista Ignorantes) | Dejemos en claro que no tenemos ni idea de lo que estamos pasando. Y si solo una cosa nos parece segura hoy, es que no hemos terminado de contar nuestras muertes, ni de constatar los daños a la salud, humanos y económicos causados por la propagación mundial del coronavirus.
También sabemos que al final del día, lo que nos espera es tristeza y miseria. Y como siempre, golpearán más duramente a los más vulnerables entre nosotros.
Sin embargo, si abrimos los ojos y los oídos de par en par, nos sorprenderá saber que es posible, a nivel de un país, e incluso de un continente, tomar medidas radicales para proteger a las poblaciones. Las mismas medidas que durante una década nos han repetido que son imposibles cuando se trata de combatir el calentamiento global, poner fin a la contaminación con pesticidas o incluso prohibir los disruptores endocrinos. Consideradas necesarias y aplicadas hoy sin vacilar, estas medidas dirigidas a fortalecer nuestros sistemas de salud, todavía ayer se venían sacrificando en nombre de un realismo económico, el cual nos advertía categóricamente que no eran viables.
Aquellos que se opusieron a la destrucción de nuestra estructura social, que pidieron un uso diferente de nuestros recursos económicos, fueron llamados idealistas, populistas o soñadores ingenuos con demasiada frecuencia. Desafortunadamente, comprobamos hoy el precio que el «realismo» nos hace pagar ante una gran crisis de salud, ante una situación muy «real», casi difícil de creer. En pocos días, los líderes políticos supieron milagrosamente cómo encontrar el voluntarismo y los recursos (éticos y financieros) que les faltaba a la hora de regular la industria del automóvil, acoger con dignidad a refugiados y migrantes o fortalecer la estructura social de nuestros países.
Así que al menos esto es lo que habremos aprendido: el fatalismo económico, la destrucción de nuestros ecosistemas en nombre de la lógica industrial, la bulimia antropofágica de los bancos, los dictados del FMI (y la consiguiente destrucción de nuestros servicios públicos), todas estas realidades que los «izquierdistas» edípicos no aceptaron, pueden saltar. Ciertamente, una vez que haya pasado el horror estaremos tentados de explicarnos de que estas medidas eran necesarias, porque la vida estaba en peligro. Los más perspicaces entre nosotros responderán que la química de síntesis, la contaminación del aire y la industria petrolera aplastan concretamente a los seres vivos no mañana o pasado mañana, sino por mucho tiempo.
Sin embargo, «el más perspicaz de nosotros» está lejos de la mayoría de las personas. La amenaza del desastre ecológico le parece, a la mayoría, más lejana y menos inmediata. Primero, le “parece”, porque todavía no afecta directamente a la parte de la población mundial que vive con comodidad (o lo hace, pero sin que la gente se dé cuenta). En segundo lugar, porque esta amenaza incluye un número considerable de variables que permanecen desconocidas u oscuras para la mayoría de las personas quienes, en la dificultad de representárselas, tienen dificultades para sentirse preocupadas y actuar. Por el contrario, una amenaza como la de la pandemia que estamos experimentando actualmente parece ser inmediata: podemos morir de ella hoy, ahora. Debemos protegernos, actuar. La pregunta es, por lo tanto, qué determina la inmediatez de la amenaza. ¿Es realmente una propiedad intrínseca a esta pandemia, que la diferenciaría, por ejemplo, de la amenaza ecológica? Mirando de cerca la situación, nos parece que lo que ha hecho una contribución decisiva para hacer de esta pandemia una amenaza inmediata está en gran medida vinculado a la acción de los gobiernos y al sistema disciplinario implementado.
En otras palabras, lo que lo hace inmediata la amenaza no es la mortalidad del virus (carácter intrínseco) sino más bien la acción disciplinaria de los gobernantes. Esto constituye para nosotros una lección fundamental que debemos recordar: si todo lo que percibimos no se ve necesariamente (en el sentido de Leibniz), es seguro que para pasar de una percepción (en la cual estamos inmersos) a una apercepción (una imagen clara desde la cual y en relación con la cual podemos actuar) se necesita acción. En este caso particular es que actuó la acción coercitiva de los gobiernos. Es, por lo tanto, el acto de recorte e identificación de una amenaza como inmediata lo que nos puede mover de una percepción difusa a una apercepción clara. ¿Por qué entonces no podemos hacer lo mismo con otras amenazas? Porque, por ahora, debe reconocerse que todavía solo hay una minoría de personas (ciertamente, una minoría en crecimiento) que percibe la amenaza inmediata de un desastre ecológico (muchos científicos, figuras simbólicas como Greta Thunberg, etc.). Luego, lo que no existe es una acción de los gobiernos y un movimiento legitimador (no necesariamente disciplinario) de esta apercepción de una minoría, es decir, un acto de recorte e identificación necesario para la acción.
No sabemos quién estará allí mañana y por quién lloraremos. Pero al menos sabemos que no tendremos que perder la memoria. Porque esta pandemia no es un «accidente», sino un evento que se esperaba desde hace 25 años. Al igual que en Crimen y Castigo (Dostoievsky), quienes cometieron y perpetúan el ecocidio todos los días saben que son culpables, conocen sus crímenes y esperan el «castigo». No perdamos nuestros recuerdos, no solo para erigir monumentos, sino también para recordar que es posible limitar la barbarie economicista y que los (ir)responsables pueden y deben aplicar planes para proteger la vida y cultura. No perdamos la memoria, en vista de la capacidad que los gobiernos han demostrado, cuando realmente lo desean, para enfrentar una amenaza inmediata y perceptible.
Intentemos mañana no confiar en estos (ir)responsables que nos hablarán aun de esta sacrosanta «realidad económica». Una vez que la pandemia haya quedado atrás, recordemos que supimos hacerlo y que actuamos de acuerdo con nuestro deseo de libertad, incluso sin contar con un conocimiento completo de la situación. Sepamos entonces actuar en y por una época oscura y compleja, lo que supone comprometerse con cierto grado de incertidumbre, sin esperar una información última que sería capaz de desencadenar la acción. Si hay un desconocimiento estructural que se sitúa en el corazón de cualquier situación compleja, recordemos que supimos, incluso en la oscuridad, que es posible actuar de todas formas, que la única cosa «real» (de ese realismo económico) es la falta de voluntad de los gobernantes del mundo para actuar en cierta dirección y de manera responsable. Que nuestro deseo de libertad, no de totalización del conocimiento, sea la luz que nos guíe en la oscura complejidad.
** El Colectivo Malgré Tout (https://collectifmalgretout.net/le-collectif-malgre-tout/), constituido por personas de nacionalidades, prácticas y horizontes políticos y sensibles diferentes, surge en Francia a mediados de los años ’80. Se proponen formas de resistencia alternativas a los movimientos emancipativos clásicos, tanto en sus modos de enunciación como en sus acciones concretas. Nueva radicalidad, pensamiento situacional y focalización en la complejidad de lo real, son rasgos que definen la deriva libertaria del colectivo. Miguel Benasasag y Angélique del Rey publicaron Elogio del conflicto y Miguel Benasayag publicó La singularidad de lo vivo, Che Guevara. La gratuidad del riesgo y La vida es una herida absurda (junto a Luis Mattini), siempre en Red Editorial.
Este artículo fue publicado en español originalmente en Revista Ignorantes, traducido del francés por Pedro Cazes Camarero. La publicación original en francés se encuentra aquí https://collectifmalgretout.net/2020/03/16/de-la-vie-par-des-temps-de-pandemie/