Redacción Canal Abierto | Como blanco favorito donde mostrar su cara más letal, el virus COVID-19, que devino en pandemia, eligió a algunos grupos sociales. Entre ellos, el más numeroso es de los adultos mayores: según el Censo 2010, en la Argentina son el 10,2% de los habitantes.
La necesidad de cuidarlos con mayor ahínco generó que las autoridades comunicaran recomendaciones especiales para prevenir y abordar casos de coronavirus en la población más añosa. Y se ensayaron distintas medidas para garantizar su aislamiento que dejaron al desnudo una realidad pocas veces observada: “falta voluntad política y sistémica de encarar los temas de los mayores con antelación”, resume Roberto Orden, psicólogo, gerontólogo, responsable de la ONG GerontoVida e integrante del IDEP Salud.
¿Cuáles son las particularidades que están observando sobre la situación de los adultos mayores en el marco de la pandemia?
–Yo no creo que haya una actitud malévola contra los viejos, pero sí creo que, por ejemplo, el supuesto cuidado que hacen otros grupos de los destinos y de las necesidades de los mayores es algo histórico. El problema actual de la pandemia lo inscribo en que adolecemos de la falta de una perspectiva de envejecimiento que muestre en particular –así como la perspectiva de género muestra las dificultades de las mujeres– las serias dificultades que atraviesa el colectivo de los adultos mayores. Esto forma parte de un maltrato simbólico, material, económico, cultural, que se hace con los mayores.
Como la medida de Horacio Rodríguez Larreta de prohibir a los adultos mayores salir a la calle sin pedir permiso…
–Tiene que ver con este tema de no entender que ser viejo no es ser tonto. Entonces, me provocó mucha emoción que suspendiera la medida porque tuvo que ver con la respuesta del colectivo.
¿Y cómo se resuelven, en esta situación, problemas como el contagio múltiple en los geriátricos?
–No podemos tener una política sólo para los grupos de riesgo, porque esto fracasa. Creo que tiene que haber test de sensibilidad en todas las instituciones geriátricas, con todos los profesionales abocados, pero también para todo el colectivo (de adultos mayores), porque la mayor parte no está institucionalizada, ni siquiera un 5%.
¿Cómo es eso?
–Es un mito que los viejos van a geriátricos. La mayoría están en sus familias, las más de las veces con sus parejas. Por eso hace falta trabajar con el sector de alto riesgo, pero también con las familias y, en particular, con ciertas minas subterráneas que son precisamente las que estallan. Porque se ha desatado la pandemia de violencia de género y no sólo en los femicidios con chicas más bien jóvenes, sino en los malos tratos, porque hoy lo que nos dice la gerontología es que la violencia prevalente con mayores se da en la relación de cuidados. Pero como esto es culposo, el sistema no lo admite.
¿Hay algún sistema que permita regular el funcionamiento de estos lugares y el trabajo de los cuidadores?
–Hay una frase que dijo quizá el más grande sanitarista argentino, Ramón Carrillo: “Los microbios (y ahora los virus) son pobres causas comparados con la magnitud del aislamiento, la pobreza y la soledad”. Si nosotros la única trinchera que cavamos entre la casa y el hospital, que expulsa de un modo infame a los mayores y le endilga a los familiares las responsabilidades de cuidados, son los geriátricos estamos encarando mal el problema. Hoy el funcionamiento de los geriátricos es insuficiente. No tenemos cooperativas o empresas autogestadas de cuidadores que aseguren calidad para el trabajador y para los ancianos asistidos: hay mujeres independientes sometidas a regímenes en su gran mayoría en negro. No hay viviendas tuteladas, no hay pisos con un régimen bajo de asistencia sanitaria, no hay camas de internación prolongada. No tenemos un set para confrontar con la problemática, y con las virtudes –para promoverlas– del envejecimiento.
¿Cuál es un modelo al que Argentina podría apuntar?
–Tenemos que desencadenar procesos que acrediten la condición y la perspectiva de envejecimiento para que estas necesidades que estoy planteando evolucionen como problemas en la mesa de decisores. Luego podemos hablar de algunas intenciones que yo jamás caracterizaría como modelo cerrado: sabemos que hay un set de recursos alternativos que hay que armar con una fuerte participación de los mayores. Esto es sociosanitario. Desde esa conciencia podemos pensar en ampliar el actual set de recursos incluyendo centros de día para pacientes con trastornos cognitivos, apoyos de distintos tipos a los familiares, camas en el sistema de salud de larga estadía, distintos set de residencias.
¿Cuáles son las experiencias (cooperativas, pymes, empresas sociales) que se deberían considerar como opciones?
–Está el modelo uruguayo con una Ley de Cuidados, y hay experiencias acreditadas en Canadá y a nivel internacional de empresas sociales. No es que soy un amante de las cooperativas, pero creo que hay que aprender de los fracasos. Y creo que es inevitable que agendemos como punto crítico la profesionalización de los cuidadores, que en su gran mayoría son cuidadoras. No me cierra si nos quedamos únicamente en trabajar con comunidades empobrecidas al interior de esas comunidades. Eso es loable, pero no alcanza. Tenemos que ir por más, que es acreditar a estos trabajadores y que ellos en su formación incorporen conceptos y metodologías para agruparse con distintas formas asociativas, una de ellas son las cooperativas.
¿Qué opina de las medidas que tomó el Gobierno?
–Creo que el Gobierno ha sido muy cauteloso, que hay un buen piloto de tormentas, independientemente del tema político-partidario. Esto es lo que se podía hacer. En ese sentido hay un mérito no menor. Si hay algo desgraciada y dolorosamente positivo es que estamos apareciendo como colectivo. Lo que tenemos es esto, pero tenemos que empezar a armar lo otro.