“Frente a las enfermedades que genera la miseria, frente a la tristeza, la angustia y el infortunio social de los pueblos, los microbios, como causas de enfermedad, son unas pobres causas”.
Redacción Canal Abierto | Belém do Pará, una tarde de diciembre de 1955. Para esas horas, la temperatura promedio ronda los 31º, posiblemente cae copiosa la lluvia, antes, después o durante.
Un hombre de 49 años, santiagueño, con su salud diezmada, se acerca al Hospital de la Santa Casa de la Misericórdia. No va a una cita médica, procura conseguir un trabajo para complementar sus ingresos magros como médico en una mina de oro de la Hanna Mining Company, 150 kilómetros río arriba por el Amazonas.
Según relata su esposa, Susana Pomar, sostiene el siguiente diálogo con un funcionario, quizás el director del centro de salud:
“–¿Qué especialidad hace usted?
–Neurología –contesta, sin aclarar qué antecedentes tenía.
–No hay partida para el puesto.
–No me interesa cobrar un sueldo.
–Pero no tenemos lugar.
–Es que no necesito un despacho.”
Le ofrece un espacio en uno de los sótanos de la Santa Casa, cerca de las escaleras de acceso. Consultado por si precisaba algo más, su respuesta es: “Una mesa y una silla, el lápiz lo pongo yo”.
Este improvisado consultorio fue el que recibió el hombre que en 1951 había publicado un voluminoso tratado titulado Teoría del Hospital, sobre la organización, administración y arquitectura de los nosocomios. El hombre que entre 1946 y 1954 había sido, primero, secretario de Salud Pública y, a partir de 1949 el primer ministro de Salud Pública de la Argentina. A su gestión se atribuyen la creación de 234 hospitales, 60 Institutos de Especialización, 50 Centros Materno-infantiles, 23 Laboratorios y centros de Diagnóstico, 9 hogares-escuela y unidades sanitarias en todas las provincias.
El “Negro” Ramón Carrillo. El neurocirujano más brillante de su generación que dejó su carrera profesional a un lado para fundar las bases de lo que hasta hoy conocemos como salud pública en nuestro país.
2020
En plena pandemia por el coronavirus COVID-19, en un país en el que, pese a décadas de políticas neoliberales, no fue posible acabar con su obra sanitaria, circuló a mediados de mayo la noticia de que un futuro billete de 5000 pesos de nuestra devaluada moneda llevaría las figuras de Carrillo y Cecilia Grierson. La información fue desmentida rápidamente por voceros del gobierno. Sin embargo, ante este rumor el Centro Simón Wiesenthal, institución que se dedica a documentar las víctimas del holocausto y a los criminales de guerra nazis y sus actividades, expresó su rechazo en un comunicado.
“Si bien son dos médicos prominentes, Ramón Carrillo también fue un admirador de Hitler: se sacó fotos con él”, expuso Ariel Gelblung, director del Centro para América Latina de la entidad, al portal Infobae. ¿Las fotos? Nadie las mostró. El comunicado del Centro concluye: «Rechazamos enfáticamente la elección de un personaje así, que mancillará a Argentina con su imagen en su billete de mayor denominación».
Los fabricantes de mitos juegan con la falta de información y hacen de los anacronismos razones de relevancia. Ranaan Rein, historiador israelí y vicepresidente de la Universidad de Tel Aviv, escribió una extensa nota en defensa de Ramón Carrillo. En esta ofrece varias razones para desestimar las denuncias de la ONG.
“¿De dónde surgió esta acusación contra Carrillo como admirador del Führer? Ante todo, por la misma lógica que hace que si Perón estaba en Italia en tiempos de Mussolini, entonces necesariamente se convirtió en fascista.
Entonces, si Carrillo visitó Alemania en los años treinta ¿no significaría necesariamente que se convirtió en nazi?”, argumenta Rein.
Entre 1929, año que se recibió de médico con medalla de oro al mejor alumno de su promoción, y 1945, Carrillo se dedicó a las investigaciones en neurología y a la neurocirugía. Realizó una gran cantidad de descubrimientos y desarrollos de técnicas de diagnóstico.
“Por su brillante carrera académica, la UBA otorgó a Carrillo una beca de dos años para perfeccionar sus conocimientos en neurocirugía en Europa. Recorrió instituciones médicas en Ámsterdam, París y Berlín”, continúa Rein. “Es probable que en Alemania haya presenciado un mítin con Hitler, como cuenta en sus trabajos la historiadora Karina Ramacciotti. En 1933, Carrillo ya estaba de regreso en Buenos Aires”, y nadie en ese momento podría prefigurar los horrores del nazismo y el desencadenamiento de la guerra mundial y el Holocausto judío.
“Salomón (Chichilnisky) atendió a Ramón Carrillo por la hipertensión y le salvó la vida. Ambos colegas, paciente y terapeuta, trabaron una sólida amistad y Chichilnisky se transformó en un estrecho colaborador del ministro de Salud en el primer gobierno peronista”, señala el historiador israelí, experto en estudios sobre Latinoamérica y autor de “Los muchachos peronistas judíos” (Sudamericana, 2014).
“Entre los cargos que ocupó se destaca el de director General del Servicio Nacional de Extensión Hospitalaria y Hospital a Domicilio”, detalla sobre el médico nacido en Ucrania en 1898 y llegado a estas tierras huyendo del terror del imperio zarista sobre el pueblo judío. “Lo de la supuesta admiración de Carrillo por Hitler nunca surgió en la larga amistad entre ambos”, remata.
“Pero a Carrillo hay que evaluarlo ante todo por el lugar clave que ocupó dentro de la administración pública peronista por ocho años y su aporte crucial al desarrollo del sistema sanitario, la promoción de la medicina social, la construcción de cientos de hospitales, la reducción de la mortalidad infantil o de los muertos por tuberculosis. Por estos logros merece un homenaje; si tiene que ser sobre un billete o no, ya es otra historia”, concluye la nota de Rein.
Mientras tanto, el pasado 19 de mayo, el presidente de la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA), Jorge Knoblovits, recibió a Facundo Carrillo, nieto del ex ministro, quien presentó razones para desestimar la acusación sobre su abuelo. La entidad dio por concluida la polémica hasta que no se demuestre otra cosa. Entre las “pruebas” que aportó el joven, que es funcionario del gobierno porteño, están una placa que el ministro de Salud del Estado de Israel le regaló en 1954 a su homólogo y una carta de su amigo Chichilnisky a su abuelo.
Acá les dejo un regalo del Ministro de Salud Pública de Israel a mi abuelo, Dr. Ramón Carrillo, como Ministro de Salud de Argentina. Jerusalem, 1954. pic.twitter.com/6Dq2N6YVqz
— Ramón Carrillo (@ramcarr95) May 18, 2020
“Carrillo es un héroe nacional y es patrimonio inspirador de la militancia del pensamiento sanitario y social de la Argentina, y merece quizá mucho más en la construcción de la memoria colectiva, que su imagen en un billete…”, señala Daniel Godoy, médico sanitarista y director del IDEP Salud. “Carrillo advirtió para la posteridad, la vinculación entre calidad de vida y Salud, minimizando el ‘rol’ de los ‘microbios’. La palmaria necesidad de un sistema de salud con más y mejor capacidad de resolución, y la obscena desigualdad hacia el interior de nuestra sociedad, son dos de las claves más importantes a operacionalizar en este tiempo donde la Pandemia nos instala a flor de piel estas situaciones y
debates, lejanos en tiempos de ‘normalidad’”.
1954
En abril de 1954, en consonancia con las elecciones legislativas de medio término se realiza la elección a vicepresidente, cargo vacante tras la muerte Hortensio Quijano. Es elegido, con una victoria aplastante del Movimiento Peronista, Alberto Tesaire con el 64.52% de los votos contra el 32.22% del candidato de la UCR Crisólogo Larralde.
Este hecho marca el inicio del fin de la carrera de Carrillo junto al “jefe”. Marginado del entorno presidencial, con muy mala relación con el nuevo vicepresidente, el 27 de julio renuncia a su cargo y propone en su reemplazo a su discípulo Raúl Matera. Desoída su voluntad, será ocupado el cargo por Raúl Bevacqua, de cuya gestión se puede destacar que apoyó la reapertura de los prostíbulos –cerrados durante la Revolución del ’43– como “casas de tolerancia”, una de las razones del conflicto del peronismo con la Iglesia que llegaría a su punto cúlmine con la quema de iglesias del 16 de junio de 1955 tras el bombardeo a Plaza de Mayo de los aviones de la Marina de Guerra pintados con la consigna “Cristo Vence”.
Sin lugar para ejercer su profesión en la caldeada atmósfera del final del primer peronismo, no pudiendo retomar la neurocirugía ya que “había perdido la mano” en tantos años de gestión pública alejado de los quirófanos, parte con su familia a fines de julio a los Estados Unidos. Allí se trata de su dolencia -sufría hipertensión arterial maligna-, y da clases y seminarios en universidades, entre otras en Harvard.
Tras el golpe de la Revolución Fusiladora, sus bienes son confiscados y debe buscar desesperadamente una fuente de recursos para sostener a su familia. Así es como llega a Belem, vía Río de Janeiro, el 1º de noviembre de 1955 con un contrato para la compañía minera.
1956
«Yo estoy haciendo discípulos; ya tengo uno que se llama Ceme Ferreira Jordy, médico que me ha asistido en mi enfermedad, y que tiene gran interés por mis ideas», comenta en carta de marzo del ‘56 a su hermana. Este joven profesional, había egresado recientemente de la Universidad y encuentra casi como un tesoro perdido a Carrillo atendiendo bajo las escaleras de la Santa Casa. “Carrillo estaba en el exilio y en la miseria. Para mí fue como un ángel caído del cielo. Me estaba preparando para salir de Belém, quería complementarme en neurología fuera de Brasil. La llegada de Ramón fue un regalo para mí”, cuenta Jordy en un escrito personal recogido en un artículo de la Revista Pan-Amazônica de Saúde.
Así Carrillo consigue ejercer la medicina a través de Jordy, ya que al no tener validado su título estaba impedido de hacerlo. “El profesor Ramón no podía practicar sin regularizar su condición profesional en Brasil, pero pudimos atender en mi consultorio particular, donde examinamos a mis pacientes juntos y él pudo recibir el producto de las consultas”.
Al poco tiempo, los colegas de Ferreira Jordy sorprendidos por la sabiduría del principiante, se anoticiaron de que la fuente de este saber era el oscuro personaje que atendía bajo las escaleras de la Santa Casa. Develada la identidad de Carrillo, es convidado a colaborar con el Hospital de Aeronáutica, donde da clases y asiste en la organización del nosocomio. También da conferencias en la Facultad de Medicina y Cirugía de Pará e incluso estudia para competir por la cátedra de Patología General, con el apoyo de estudiantes y algunos profesores. Su condición de exiliado y criminal para el gobierno dictatorial argentino no favorece esta posibilidad, e incluso provoca que queden pocas constancias oficiales de su paso por Pará.
“Nuestras citas eran tres: por las mañanas, íbamos a la clínica de Santa Casa, tres veces por semana. […] en casa, a la hora del almuerzo, utilizamos nuestros mejores momentos de buena conversación. Siempre nos deteníamos en un bar: «Paremos aquí por un tiempo. Tengo que prepararme para mantener la dieta que me espera en casa». Bebía un vaso de vermut con una cereza o aceituna y decía que la fruta extraía alcohol de la bebida, pero después de beber el vaso, se comía la fruta”, describe el entonces joven médico brasileño.
En marzo del ‘56, tras un examen médico, Carrillo le comunica a su esposa que no vivirá más de nueve meses. El 20 de diciembre, con 50 años, un accidente cerebro vascular acaba con la vida de Ramón, el Negro, santiagueño de nacimiento.