Por Pablo Bassi | Cuando a las nueve menos cuarto de la mañana el 10 surcoreano abrió el marcador con un gol en contra, Diego Bonefoi ya estaba muerto. Aquel 17 de junio de 2010, Argentina jugaba el segundo partido de grupo del mundial de Sudáfrica. El cuatro a uno final aseguró la clasificación a octavos.
Seis chicos del “169 Viviendas”, barrio obrero del Alto de Bariloche, se habían juntado desde la madrugada temprana en la calle a hacer la previa. A las cinco, una vecina asustada llamó a la Policía y el joven cabo Sergio Colombil dio la voz de alto. Los chicos –que eran seis- salieron corriendo para todos lados y Colombil, en vez de neutralizarlos de alguna manera, fusiló a Bonefoi por la nuca a seis metros distancia, en plena plaza del barrio.
La noticia comenzó a circular rápido hasta escurrirse pasadas las 10.30, con el final del partido. Indignados, los vecinos rodearon la comisaría N° 28, mientras una lluvia de piedras fue contrarrestada con gases y balas.
Los barrios aledaños Ceferino y Boris Furman se convirtieron en escenario de una batalla desigual. Cientos de policías rionegrinos iniciaron una cacería que se prolongó hacia la noche y descendió 20 cuadras, hasta el centro. Vidrieras rotas, inocentes detenidos, neumáticos incendiados. Ira. Los vecinos ya no querían venganza, sino trasladar la comisaría.
A las 15 del otro día, decenas de hombres y mujeres se movilizaron a la Comisaría 28 y metros antes de llegar volvieron a ser reprimidos. Horas más tarde, otras 300 personas llegaron a las puertas del destacamento de la Unidad Regional, donde volaron bombas molotov y otra vez, fueron reprimidas.
El gobernador radical de Río Negro, Miguel Saiz, sólo atinó a pedir refuerzos de Gendarmería Nacional y a movilizar tropas desde el norte de la provincia.
Más muertes
Tal vez Nicolás Carrasco estuviese en estos días definiendo algún pase gol si no fuese porque cuatro tiros le robaron el sueño. Alto y ancho como Palermo, morocho y habilidoso como Agüero, Nino jugaba en la quinta división del club Chicago de Bariloche. Tenía 17 años y trabajaba con su padre, de gasista plomero.
“Nicolás había estado arreglando el camión (Ford) 350 con mi papá, a la vuelta, en lo de nuestra abuela. Vino para acá, dijo que se iba a la casa de la novia, creo que eran las cuatro y diez. Cuidate, le digo yo, que está re feo ahí atrás. Sí, no pasa nada, India, me dice. Llegó mi papá a los cinco minutos, preguntó por Nino, salió detrás suyo y a los veinte minutos volvió llorando, diciendo que a Nicolás lo habían herido”, cuenta Gabriela Carrasco, hermana de Nicolás.
Según testigos, Nicolás fue encerrado, a dos cuadras de donde cayó Diego Bonnefoi, le dispararon por la espalda, llegó herido al hospital, al rato murió.
Justo a esa hora, Sergio Cárdenas almorzaba con su compañera, Carina Riquelme, que había regresado del trabajo en la municipalidad. De fondo lloraba la beba de un año, mientras el mayor de cinco hacía preguntas curiosas sobre el partido que miraban en la tele: México versus Francia. Cárdenas había pedido licencia en la cocina del hotel Llao Llao, para poder ver el Mundial.
De pronto sonó el teléfono, atendió Carina, del otro lado su hermana le pedía que fuesen a la casa, que se oían tiros, que el gas lacrimógeno llegaba al comedor, que se enteró de que habían matado a un pibe por la mañana, etcétera. Así fue como Cárdenas y señora subieron al auto, hicieron cuatro cuadras, bajaron, ella fue al primer piso, él se quedó afuera del coche viendo las corridas, escuchando los estruendos, hasta que reconoció a un amigo, se adelantaron unos metros y, de espaldas a un paredón, un perdigón de plomo alcanzó su arteria. A la noche moriría en el hospital zonal.
“Vivo en un país y una provincia que a lo largo de estos ocho años han provocado en mí una sensación de desprotección y desamparo total, donde la Justicia no es igualitaria; porque favorece a los más ricos y poderosos. Hoy ya no soy ingenua: siempre nosotros, la gente pobre, la gente humilde, menos justicia tenemos”, nos dice Carina.
En este tiempo se mudó cuatro veces. Al principio a un edificio. Pensaba que era más seguro.
Responsabilidades
Luego del asesinato de Bonefoi y las primeras horas de la represión a la furia desencadenada, el ex secretario de Seguridad y Justicia de la Provincia, Víctor Cufré, se fue rumbo a El Bolsón, 120 kilómetros al sur. Lo hizo acompañado de Jorge Villanova, exjefe de la Policía de Río Negro, y Argentino Hermosa, a cargo de la Unidad Regional con asiento en Bariloche. Dijeron haber tenido una audiencia pautada con la viuda de un médico de policía antes asesinado.
Finalmente, tras maniobras de dilación orientadas a emplazar impunidad, la máxima jerarquía de la que fue la Policía de Río Negro llegó a juicio en octubre de 2018 y la Cámara Criminal los encontró coautores de homicidio culposo e incumplimiento de los deberes de funcionario público, y los condenó a cuatro años de prisión efectiva y el doble de inhabilitación para ejercer cargos.
“No debieron abandonar la ciudad; ameritaba que la máxima cúpula de Seguridad se quedara en Bariloche”, señaló el presidente del Tribunal, Marcelo Barrutia, durante la lectura del fallo.
Los magistrados condenaron también a los policías Víctor Pil, Marcos Epuñán y Víctor Sobarzo a cuatro años de prisión efectiva y ocho años de inhabilitación para manejo de arma. Fueron encontrados coautores materiales de disparos en agresión agravados por el uso de armas de fuego que dieron muerte a Sergio Cárdenas.
El homicidio de Nicolás Carrasco no pudo ser esclarecido y el de Diego Bonefoi, en tanto, había sido juzgado ya en 2011, con la condena a 20 años de prisión efectiva al cabo Sergio Colombil.
Las sentencias de 2018 fueron apeladas por el abogado defensor Santiago Arrondo. Como no están firmes, los cinco condenados permanecen en libertad.
Los familiares, la querella y los fiscales habían calificado de histórico al juicio, sólo comparable con el que en 2006 sentenció a Enrique Mathov, secretario de Seguridad de Fernando De la Rúa, y al jefe de la Policía Federal Rubén Santos, por los crímenes alrededor de Plaza de Mayo el 20 de diciembre de 2001.