Por Violeta Moraga | “Vivo en Patagonia y aquí los pueblos originarios escuchan atentamente sus sueños. Yo siempre tuve sueños vívidos, uno en especial que me acompañó durante muchos años: mi abuela, viuda reciente, desenterraba a mi abuelo porque lo extrañaba, y organizaba un segundo velatorio. En la reunión, yo tropezaba con el cajón y caía al suelo con sus huesos”.
La voz en off de Natalia Cano, guionista y directora del documental de investigación Gigantes, resuena en el paisaje desolado de la Patagonia y abre la hendija –como obteniendo el permiso- para poder narrar ese texto que se urde en el mismo territorio.
“En 2015 asistí a la restitución de los restos de Margarita Foyel, una mujer mapuche tehuelche que había estado expuesta en el Museo de La Plata. La ceremonia, cargada de historias tristes, despertó en mí el eco de aquel sueño. Esa noche, entre los parientes de Margarita, conocí a la gente de la comunidad Sacamata Liempichún y ellos me contaron sobre el pedido de restitución de su ancestro que, fallecido en 1896, despertó el interés de un explorador francés por su gran altura. La Vaulx lo desenterró y lo llevó al Museo del Hombre en París y dejó un detallado registro de la actividad en su libro Viaje por la Patagonia”, continúa Natalia en los primeros minutos del documental, desandando un camino que necesariamente debe desandarse.
Allí, también recordará que hace sólo 200 años en esta parte de lo que hoy conocemos como Patagonia Argentina muchas comunidades, como la que protagoniza esta historia, atravesaban el territorio estacionalmente, cazando y comerciando. En este recorrido cíclico se conformaba su identidad, su historia y su cultura.
“En 1880 las comunidades originarias fueron atacadas militarmente y obligadas a abandonar esta forma de vida, los sobrevivientes se fueron asentando en zonas escondidas, generalmente frías e improductivas –detalla-. Hacia fines del siglo XIX hace su viaje el conde francés Henry de La Vaulx a la Patagonia. Apoyado e instruido por los Estados de Argentina y Francia recorre los territorios diezmados por la guerra llevándose 14 esqueletos completos y cientos de cráneos para aumentar las colecciones de los museos franceses. Cuando La Vaulx desenterró a los muertos dejó un paisaje plagado de tumbas vacías. Esos vacíos en el territorio, como marcas en la historia, nos llevan a las comunidades actuales, de aquellos cuyos restos llenaron los estantes de los museos”.
Narrar la historia
“Cuando se hizo la segunda restitución de los restos de Margarita Foyel conocí a Cristina Liempichún, parte de la comunidad Sacamata Liempichún de Alto Río Senguer, al sudoeste de la provincia del Chubut. Conversé con ella del interés en esta historia y le conté que ya había escrito un avance y que había intentado meter el proyecto en ‘películas en construcción’ dentro del FAB (Festival Audiovisual Bariloche). Me dijo que ella no podía decidir, pero que vaya a Alto Río Senguer a hablar con el lonko de la comunidad”, cuenta Natalia.
Y agrega: “Es así que en 2015, entre Navidad y Año Nuevo, viajé y conocí a Antonio. Le conté del proyecto, me quedé unos días con ellos y en algún momento él dio un primer permiso”.
¿Cómo fue tu aproximación al tema?
–Siempre hay una inquietud que se mantiene y es el interés sobre las historias que fueron quedando al margen de “la” historia y que tienen que ver en general con el territorio, los pueblos originarios, historias que son difíciles de contar porque estuvieron silenciadas durante mucho tiempo. Me pregunto, al mismo tiempo, cuál es mi derecho a ser la que narra, la que busca o investiga, no siendo parte directamente de la comunidad sino una persona que vino de otra región: me mudé a Bariloche en el año 97. Siempre cuando comienzo un proyecto está esa inquietud: desde dónde me voy a parar. Después, algo que pasa en general cuando uno hace un documental de investigación es que en el tiempo se tienen que ir ganando un montón de permisos: hay que esperar, tener paciencia, aceptar que las cosas no son como uno las planeaba, dar el tiempo a que las cosas sucedan y en todo ese proceso uno va construyendo una forma de aproximación al tema, a las personas, a la historia. Cuando pasaron tres o cuatro años de estar haciendo este documental, de seguir este relato, recién ahí uno va sintiendo que está cerca, que se ganó esos permisos de contar la historia.
¿Cuáles son algunas de las experiencias que fueron apareciendo en el camino?
–Realmente viví en carne propia todo lo que es la negativa de las instituciones que conservan, la violencia de la burocracia, la gran injusticia disfrazada de cuidado o de conservación, o de interés cultural. Aprendí algo que en el principio yo me preguntaba y era si el documental iba a ser para visibilizar la historia o para ayudar a la restitución. En el camino no me quedó duda: el único motivo que podía tener era ayudar a la restitución.
¿Qué aprendizajes te dejó en lo personal?
– Algo que se va profundizando, y es que la única manera de construir un relato que cuente la historia, la vida, el dolor, el sufrimiento, la lucha de otros es siendo muy respetuosos, dejando que las cosas sucedan, estando en el lugar para que cuando las cosas estén dispuestas de cierta manera se pueda filmar, pero uno no puede forzar. También que la historia se va a contar con el material que se te ofrece y no con el que vos querés.
Marcas en el territorio
La forma de vida de los tehuelches, el nomadismo, el uso estacional del espacio toman dimensión y peso en la propia vivencia.
–En un viaje que estaba haciendo con Waldo Liempichún -descendiente directo del Pu lonko (antiguo cacique) Liempichún- a Esquel, él me iba contando las diferentes cosas que había a izquierda y derecha y los lugares por donde transitaron sus antepasados. Me iba narrando la historia a medida que circulábamos en el territorio y en ese momento realmente tuve la comprensión de eso que yo venía leyendo sobre el uso estacional del territorio: la cultura inscripta en una territorialidad, que se recorre cíclicamente, y donde algunas personas recolectan, los adultos les enseñan a los niños, algunos se quedan, otros avanzan. Todo este movimiento territorial anual como enseñanza cultural, como adscripción étnica de reconocimiento como nación de los grupos que se movían.
Eso hizo que después, cuando yo estaba reflexionando con el material en el montaje, dijera: ‘claro, todos esos desentierros, todos esos cráneos, esos hurtos, ese ultraje a sus lugares ceremoniales son marcas, son agujeros, son vacíos que quedan en ese territorio, y ese territorio es la cultura, es el pueblo, la nación’. Entonces, ¿cómo deshacés eso si no hay un retorno, un resarcimiento, un reconocimiento? Esas marcas en el territorio son como textos en nuestra historia.
El documental tiene registros en Francia, en el corazón de aquel lugar donde aún permanecen los restos de los antepasados de la comunidad ya que todavía no fueron restituidos.
–Hubo muchas negativas, pero también el encuentro con las personas que apoyan la restitución y que luchan desde allá. Me siguen ayudando al día de hoy con las traducciones, la inscripción a los festivales. Hay también toda una movilización del Colectivo GUIAS de volver a insistir y visibilizar el caso y creemos que eso puede empujar, porque la comunidad través de su abogada hizo una presentación en la ONU y la ONU se va a expedir. Tal vez tengan alguna posibilidad de obtener una respuesta de los museos franceses. Hasta ahora no la hubo.
Contabas que decidiste cambiar el título hacia el final…
–La película se iba llamar “La tierra del gigante” o “El regreso del gigante”. Y de repente, muy sobre el final del montaje dije ‘no, la película tiene que llamarse Gigantes’. No tanto por el gigante patagón del mito, sino porque lo que ellos hacen es gigante. Ellos son los gigantes, porque sostienen una lucha contra los Estados, contra la misma discriminación de la gente del pueblo en el momento en que empiezan hacer su recuperación identitaria, y ni hablar de cuando hacen la recuperación territorial. Todo desde un lugar de estar muy bien parados en la cultura y dejar que la cultura misma sea la que los ampare o los guíe hacia donde tienen que ir.
Por el momento, el material está circulando por diversos festivales y el 29 de septiembre se presentará en el Festival de Cine Etnográfico de Ecuador*, para seguir luego su recorrido por el mundo. “Me siento contenta de que me guste cuando la veo y que a ellos los haga sentir bien. Aprendo de la manera en que se muestran para que la ética del documental tenga que ver con cómo ellos se manejan. El trabajo audiovisual o de autor muchas veces pone por delante la propia subjetividad y no creo que en este caso eso pierda espacio, sino que se nutre y genera una manera de decir que tiene que ver conmigo y con ellos”, resume Cano.
Con potentes registros y una poesía que hila con gran belleza todo el relato, la película ha logrado atraer la atención de un público que no está interesado, o incluso es refractario, al tema indígena, la deuda histórica del Estado argentino con los pueblos originarios y el proceso de robo intranacional. “Igualmente les gusta verla. Lo audiovisual tiene esta cualidad de encantamiento que puede ampliar la llegada de la temática y sensibilizar de esta manera”.
*La película se podrá ver en https://www.cine-etnografico.ec/pelicula/gigantes/ por FB LIVE el 29 de septiembre a las 19.
Publicado en Colectivo Al Margen