Redacción Canal Abierto | En La conquista de las ruinas se hilvanan las historias de paleontólogos, agricultores, trabajadores de canteras, de obras o empleados de seguridad de barrios privados. Cada uno tiene una interpretación sobre qué es este mundo y cómo debe ser habitado.
Esta co-producción entre Argentina, Bolivia y España, y ópera prima del director boliviano Eduardo Gómez*, reflexiona acerca del poder de destrucción y construcción del ser humano como depredador y a la vez arquitecto. Lo hace en blanco y negro, con un ritmo hipnótico que borra los límites entre el documental y el film-ensayo.
La película fue filmada en locaciones tan disímiles como la Ciudad de Buenos Aires o Villa El Chocón -entre Río Negro y Neuquén- en Argentina, y en Orcoma, en la provincia de Capinota -Cochabamba- Bolivia. Entre otras cosas, el film sorprende por sus espectaculares escenarios, como los que ofrece el extractivismo de la cantera y la detonación de cargas para llegar al corazón de la montaña, el inmenso desierto patagónico o los altos edificios de grandes urbes. El director aborda problemáticas complejas, aunque sin una pretensión moralizante o aleccionadora, como la profanación de cementerios indígenas a manos de ambiciosos proyectos inmobiliarios o bien el rescate de restos paleontológicos.
En este diálogo con Canal Abierto, Eduardo Gómez cuenta cuál es el mensaje o la visión detrás de este documental que ya se estrenó y puede verse en la plataforma Cine.ar.
¿Cómo definirías a La conquista de las ruinas?
La Conquista de las Ruinas es un documental que expone varias capas relacionadas a los efectos que derivan de las construcciones y las maneras en que socialmente las hemos readaptado. Internamente, el documental descansa bajo una metáfora simple que avanza paralelamente a toda la trama observable: El paso del tiempo, la ley intrínseca de destruir para poder crear. Y la necesidad constante de reconstruirse, no sólo a través de lo vivo sino también de lo perdido, de aquello que podemos llamar ruinas. Y esto está expresado sobre todo por los personajes.
La película va y viene entre dos territorios y lógicas que parecieran oponerse: lo rural y lo urbano, lo terrenal y lo místico/religioso, lo efímero y lo trascendente. ¿Fue tu intención trabajar estos contrastes?
– El documental inició a partir de esas dicotomías y fue ampliando su complejidad en el camino. La primera que me encontré fue en las canteras: me impactó ver cómo tantos cerros son dinamitados día tras día, modificando el panorama de un lugar, para que después toda esa destrucción provocada se transforme en los materiales que generan una construcción nueva en otro lugar.
Posteriormente las mismas metáforas (de lo material e inmaterial) se extrapolaban a otros temas como, por ejemplo, con los asentamientos indígenas o de otras culturas. Las construcciones inmobiliarias o countries aplastando o construyendo sobre cementerios indígenas que son reclamados por los últimos habitantes de esas culturas, como en el caso de los personajes de Punta Querandí. O en la propia cantera en Orcoma, Bolivia, donde el cerro de donde extraen piedra caliza es un antiguo sitio enterratorio incaico. Pero como nadie lo reclama, son destruidos a diario.
Durante el proceso de investigación comencé a trabajar estas semejanzas y oposiciones, tratando de que los hilos narrativos también sean susceptibles de ser filmados, y que contengan las equivalencias y/o contrastes visuales que también perseguía el documental. Como sucede con el paleontólogo, que trabaja en un sitio muy similar a una cantera, pero en su caso para buscar y rescatar fósiles.
¿Qué particularidades económico sociales de Latinoamérica buscaste reflejar?
– Mas que aspectos particulares, el documental buscaba conflictos generales. Es verdad que la capa económica-social es manifiesta, pero paralelamente existe una capa abstracta que une esas diferencias: aspectos más humanos como el miedo, o espirituales como las creencias en lo sobrenatural.
Recorriendo desde una capa inferior se podría decir que existe una fuerte desconexión entre los seres humanos que extraen los materiales, los que construyen espacios y los que las habitan; y viajando paralelamente a ello, están los que rescatan.
Hoy en día, más que diferencias económico/sociales, se trata de ideas o ideales, de creencias o supersticiones y, ante todo, las diferencias sobre el miedo que contenemos. A partir de ello se crean submundos que nos van diferenciando o uniendo a unos con otros.
Hay una clara reflexión sobre el modo en que el hombre modifica o interviene la naturaleza, e incluso en cómo dicho proceso repercute en los protagonistas. En este sentido, ¿cuánto de denuncia o de reivindicación tiene el film?
– En cualquier pequeña historia que se narre hoy en día, puede existir por detrás una denuncia. En ese sentido, yo no busqué denunciar algo en particular porque sé que pueden existir muchos subtextos en ese camino. Y en el documental está claramente expuesto que las ciudades continúan expandiéndose, creando capas y superficies nuevas sobre la propia historia, lo que ya crea una cadena problemática inherente. Si existe una reivindicación, esta sería interior a cada personaje. Es decir, sobre identificar la voz interior, donde los personajes -más allá de dónde se encuentren social o económicamente- converjan entre sí, en un pequeño espacio de nulidad en la mente.
* Eduardo Gómez es guionista, director y productor. La Conquista de las Ruinas es su primer largometraje documental, coproducción entre Bolivia y Argentina y ha participado en LatinSide of the Doc, DocAndino, ChileDoc, Cinescope, DocLab, BoliviaLab, entre otros. Nació en 1986, en la ciudad de Cochabamba, Bolivia. Es licenciado en Comunicación Social y en 2007 estudió cinematografía en La Fábrica, Escuela Internacional de cine de Cochabamba. Co-escribió y produjo el documental Quinuera de Ariel Soto, proyecto ganador por Bolivia del DocTV Latinoamérica.