Por Adolfo Aguirre * | Las imágenes que recorrieron el mundo de fanáticos seguidores del presidente saliente Donald Trump asaltando el Congreso de los Estados Unidos generaron alarma internacional. Varios analistas que he leído mencionan que un evento de esta gravedad no sucedía desde la Guerra Civil, conocida como de “Secesión”, que ocurrió entre 1861 y 1865. Recordemos que hasta hubo enfrentamientos bélicos entre regiones tras el fin de aquel conflicto.
Hoy nadie puede garantizar que tras la salida de Trump el 20 de enero o antes, si es que avanzan los pedidos de juicio político, las aguas se calmen. Por el contrario, éste seguirá agitando a los ultras que han celebrado cada una de sus barbaridades en estos cuatro años de mandato.
Trump insufló con falsas denuncias de fraude (el golpe de 2019 en Bolivia comenzó con este modus operandi) a su base fascista para atacar el Capitolio, donde se debía certificar la victoria del presidente electo Joe Biden. Ya son cinco las personas que han muerto en este asalto.
Pero sucesos de este tipo han caracterizado estos cuatro años de presidencia de Trump: el racismo, el fascismo, el ataque a la política, el odio amplificado en las redes sociales y en los medios hegemónicos y adictos. Es la propia democracia la que está bajo ataque.
La irrupción de líderes como Bolsonaro o Trump -y otros ultraderechistas en la región- es una demostración de que grandes sectores de la ciudadanía ya no creen en la democracia ni se sienten representados por ella a pesar de que las libertades que hoy gozamos son fruto de la lucha popular contra las sangrientas dictaduras. Lo que ocurrió el 6 de enero en el Capitolio es una variante de golpe y desestabilización de la que los latinoamericanos estamos acostumbrados. En el propio corazón del Imperio, en la primera potencia militar del planeta, acostumbrada a tumbar democracias en todos los continentes, se produjo un intento de autogolpe. Es un dato geopolítico trascendente que nos obliga a quienes vivimos al sur del Río Bravo a potenciar herramientas organizativas que impidan que estos sectores accedan tan fácilmente al poder.
Tres líneas de acción resaltan: más democracia, más integración y más acción popular. El devenir del autoritarismo demuestra la necesidad de contraponer nuestra apuesta por la paz y la libertad; ampliar y fortalecer nuevas alianzas para preservar lo conquistado; y avanzar en más derechos. Más en este 2021 que nos presenta un mapa electoral en la región que puede ser clave para recuperar el sesgo progresista (Perú, Chile, Ecuador, Honduras, Nicaragua, Haití, El Salvador, México, Argentina). Desde la clase trabajadora seguimos en disputa por otra cosmovisión política entre la humanidad y la naturaleza.
Por eso no podemos soslayar este dato de la realidad, que es que Estados Unidos vive una crisis sistémica al interior de sus fronteras. El gobierno de Biden, a pesar de ser el más votado de la historia de los Estados Unidos, deberá atender un frente interno encabezado por un Trump sin límites. Biden lo admitió cuando sostuvo: “Nuestra democracia está bajo un asalto sin precedentes».
El nuevo escenario estadounidense repercute en nuestra región. Recordemos que Estados Unidos ha impulsado nuevas modalidades de golpes de Estado en Latinoamérica. En los últimos 10 años cuatro fueron exitosos, a saber: Manuel Zelaya en Honduras (2009); Fernando Lugo en Paraguay (2012); Dilma Rousseff en Brasil (2016) y Evo Morales en Bolivia (2019).
Como señaló Claudia de la Cruz, educadora popular e integrante de The People Forum: “La ideología neolberal ha permeado al sector progresista y de izquierda. Hay un trabajo muy fuerte que hacer, de deconstrucción de lo que ha sido la hegemonía cultural capitalista desde adentro, de cómo han trabajado para dividirnos. Es momento el preciso para hacer trabajo de formación alrededor de lo que nos une, que es la clase”.
* Secretario de Relaciones Internacionales de la CTA Autónoma.
Publicado en Agencia CTA /ACTA