Yo no juzgo a nadie. ¡Por favor! Jamás lo hice y nunca jamás sería capaz de caer en actitud tan reprochable. Tampoco puedo ser tan necio y ponerme a ignorar los hechos, las cosas que pasan. Lo que me dicen, lo que me desdicen, lo que veo, lo que tapan; lo que leo, lo que no me dejan leer porque no lo publican; lo que pienso y todo lo que hacen para que despiense. Lo que quiero ser y hacer, lo que quieren que sea y lo que nunca me permitirán hacer. Dale, querido, bien sabés que es así y siempre lo será. Llevamos décadas en manos de tipos que piensan y actúan de modo alucinógeno, como presas de un desquiciamiento político, social, existencial, gastronómico, psicológico, discursivo, moral. La banalidad del mal, che. Unos, desde luego, más brutales; otros, más propensos a aplicar leyes brutales al amparo de un librito de cuarta, escrito seguramente por Groucho Marx, librito al que llaman, pecho inflado, mayúsculas, Constitución. ¿Te das cuenta? ¿Qué es la constitución, que cuernos es constituir? Que yo sepa, Constitución es un barrio picante, es una terminal de colectivos picante; es la partida y llegada de trenes muy picantes. Además, ¿quién le otorgó a un puñado de tipos de esencia improbable la gracia de constituir una constitución que debemos respetar sin vueltas? Cada una de las líneas de ese manuscrito es la consecuencia de un intercambio tipo, “Y dale, me parece bien”, “No sé, pero no pinta mal esta frase”, “¿No habría que incluir a los extranjeros?”, “Si te parece, no hay problema”, ¿Y el asunto de la soberanía?”, “¿Te parece necesario?”, “Propongo, para que no se nos vengan encima los medios de comunicación, que añadamos una frase tipo:.. por voluntad y elección de las provincias que la componen”, “¡Impecable, señor!”.
El constituyente es un tipo que constituye, en acuerdo con otros tipos, una suerte de manual de estilo en el que se establece cómo uno debe ser, hasta qué punto puede ser; qué es digno de castigo y qué es digno de perdón. Vamos, che, los dictados del poder pero constitucionalizados. Todo, claro, sujeto a la interpretación de jueces habitualmente decrépitos.