Lo que creés que está ocurriendo, en realidad no está ocurriendo. Y lo que te dicen que ocurrió, en realidad no fue así. Nada de lo que ves tiene relación alguna con la realidad que creés estar viendo. Ninguna de las palabras que escuchás es, en realidad, lo que creés haber escuchado. Los sonidos que oís no tienen nada que ver con los sonidos que suponés haber oído. Lo que ves, olés y escuchás en tus narices no es más que un rumor. La única realidad real es la irrealidad que te cuentan los que, al parecer, se creen intérpretes de la realidad. Sí, todos, pero absolutamente todos los que andan por ahí. Delante de una cámara, de un micrófono. Desde un estrado. Meta tecla y tecla, meta palabra deshabitada. Y entonces sucede: la náusea, las convulsiones. Las ganas de hacerse ciudadano de Bután.
Todo indica que ha llegado la hora de que el Estado exija el consumo imperioso y diario del porro. Y, desde luego, que se ocupe de la entrega diaria, a domicilio, a cada habitante de esta gran Nación. Gratis.