Por Gladys Stagno | “¿A dónde vamos? Hay mucha gente que todavía no sabe a dónde va a ir a parar cuando la pandemia pase”. Para Pablo Muñoz –psicólogo, psicoanalista y docente en la Facultad de Psicología de la UBA– el aislamiento generado a causa del COVID-19 nos hizo poner la vida en pausa.
Este cimbronazo social dejó una estela de deseos truncos que hay quienes resolvieron mejor y quienes peor, pero que a nivel general provocó una “crisis de sentido”, un trastocamiento de los vínculos con correlatos de ansiedad y angustia cuyas consecuencias en la salud mental de las personas todavía están por verse.
¿Por qué hablás de que estamos transitando una “crisis de sentido”?
–Habría que entenderlo de dos maneras: por un lado, la crisis de sentido en términos de quién soy, que es algo que está dado no solamente por lo que yo creo y por lo que hago sino por el contexto. Es decir, nosotros nos podemos definir de determinada manera, eso nos da un sentido, y ese sentido está vinculado con nuestros otros, con nuestros lazos sociales, con las funciones sociales que desempeñamos, con qué roles ponemos en juego en la vida, etc. Bueno, eso entró en crisis el año pasado y creo que se ha profundizado aún más porque estamos atravesando un período de cambio de significaciones sobre lo que pensábamos y lo que pensamos de todo lo que nos rodea, sobre nosotros, sobre el presente, y sobre los vínculos fundamentalmente. Eso está todavía en un estado de incertidumbre, no sabemos hacia dónde va a ir a parar.
Pero también hay crisis de sentido en la otra significación de la palabra sentido, como orientación, hacia dónde voy. Hasta marzo del 2020 teníamos un horizonte al que apuntábamos, un futuro que queríamos alcanzar, proyectos, deseos. Y todo eso, de pronto, para mucha gente quedó detenido. Hay muchos proyectos truncos, muchos deseos truncos, algunos no pudieron ni siquiera iniciarse. Otros encontraron algunas maneras de reinventarse pero eso habla de los recursos que cada uno tiene. A esto me refería cuando hablaba de una “crisis de sentido”: cambia la significación personal y cambia nuestra proyección hacia el futuro.
¿Y se modificó algo desde el año pasado hasta ahora? Es decir, ¿hay un acostumbramiento a esta nueva normalidad?
–Lo que yo vengo observando en este año y tanto, clínicamente, es que hay diferentes respuestas y las podríamos llegar a agrupar en dos o tres grupos: el grupo que ha logrado tener recursos defensivos para reconfigurar quién es, para qué está, cuáles son sus funciones y a dónde quiere llegar en la vida. Y hay gente que tuvo herramientas subjetivas para hacer esto y lo pudo hacer. Éste es el grupo que podríamos ubicar como el que a partir de la contingencia de la pandemia encontró respuestas y se pudo adaptar.
Después hay otros dos grupos, que quizá son los más problemáticos. El más evidente es el que no logró adaptarse y el que está atravesando crisis de ansiedad, crisis de angustia, en diferentes medidas, con diferentes intensidades, con diferentes consecuencias. Hay gente que la está pasando cada vez peor y que no logra encontrar un sentido, un horizonte.
Y después hay otro grupo, menor, que es el de sobreadaptados, que rápidamente armaron una especie de vida obsesiva adaptada alrededor del encierro. No me refiero a alguien que respeta las restricciones, sino a alguien que suspendió toda la vida previa y la adaptó a una nueva como si con la anterior no hubiera ningún lazo. Y esas personas también están teniendo, después de un tiempo, crisis de angustia, porque estas sobreadaptaciones funcionan un tiempo y después empiezan a fracasar. No se puede hacer un corte tan abrupto de un modo de vida para pasar a otro tan distinto de un día para el otro.
¿Estas crisis tienen que ver con la soledad a la que nos empujó el aislamiento?
–Sin duda. Como decía Jacques Lacan, la palabra pacifica. Y nosotros somos seres de palabra: nos definimos, nos autodefinimos, nos define también lo que el otro nos dice, nos definimos para el otro. Somos seres cuyo vínculo es fundamentalmente un vínculo social, nuestros lazos sociales son constitutivos, no hay manera de pensar un ser humano aislado de los lazos sociales. Y, si bien es cierto que los recursos tecnológicos que tenemos hoy facilitan ciertos vínculos, el contacto humano es irreemplazable, esto se evidencia.
Al principio los grupos de amigos hacían reuniones por Zoom permanentemente, ¿hoy cuántos hacen reuniones por zoom para seguir, un año después, vinculándose? Muy pocos. Se fue reduciendo porque al principio era una novedad, una manera nueva de vincularse, pero con el tiempo eso va perdiendo eficacia porque lo esencial no se resuelve. Y esta es una de las consecuencias más graves de la pandemia: el aislamiento que hace que todos los vínculos se vean profundamente afectados. No solamente afectivos, sino los vínculos identificatorios, que hacen que se vaya construyendo la subjetividad en el intercambio con otro.
"Con la #pandemia se viene observando un aumento significativo de los problemas mentales, algunos se han cronificado y otros han empeorado", sostiene Pablo Muñoz, doctor en psicología. pic.twitter.com/Tb2RctAXJM
— Canal Abierto (@canalabiertoar) June 8, 2021
¿Cómo es esa transformación de los vínculos?
–Ahora los otros son seres potencialmente malignos porque podrían portar el virus, enfermarme o matarme a mí o hacerme trasmisor y matar a mi familia. Los lazos sociales están profundamente perturbados porque el otro se convirtió en alguien que potencialmente me puede hacer daño. Han cambiado el valor de algunos significantes. Antes de la pandemia “contacto estrecho” quería decir que vos tenías a alguien muy cercano, íntimo, confiable, un ser querido. Ahora es sinónimo de riesgo. Hay un antes y después que hace que estemos en ese estado de suspensión angustioso.
En los jóvenes y adolescentes se están presentado síntomas que son preocupantes: hay una pandemia de angustia. Esto es algo que se va cronificando con el paso del tiempo, con la extensión de la cuarentena y con las medidas de aislamiento.
Cuando decís síntomas, ¿hablamos de síntomas físicos?
–La angustia se expresa por síntomas psíquicos pero también por síntomas físicos. Uno de los modos en los que la angustia se traduce físicamente es con palpitaciones, ahogo, sentimiento de vacío en el estómago, falta de apetito, perturbaciones en el sueño. La angustia toca el cuerpo. Y en ese sentido es un afecto que muestra que algo no está funcionando bien.
Suele haber una confusión entre ansiedad y angustia. La ansiedad es una sensación normal de la vida: sentirse ansioso ante determinadas circunstancias es parte de un afecto normal. Cuando estoy ansioso porque estoy encerrado, no sé qué hacer y limpio ocho veces lo que ya había limpiado es una conducta ansiosa, un intento de controlar las condiciones que me están determinando. Ahora, cuando la ansiedad se patologiza, se transforma en algo sintomático, las preocupaciones y los miedos se vuelven intensos, excesivos, persistentes, y se llega a crisis de ansiedad con escenas de pánico, de terror, lo que se suele llamar ataques de pánico. Eso es una cosa.
Pero la angustia, si bien puede parecer un contrasentido, tiene que ver con algo más propio, por eso yo hablaba de una crisis de sentido, en la medida en que me pregunto qué soy, quién soy, para qué estoy acá y a dónde voy a parar. Eso me interroga en mi subjetividad y en lo más íntimo de mi ser: ¿quién soy para los otros que ya no me llaman? Eso que puede parecer a simple vista negativo tiene un costado positivo que es lo que a veces en psicoanálisis llamamos “la angustia operativa”: la angustia es a veces la condición de posibilidad para rever la posición, preguntarse dónde está parado uno, qué pueda hacer para salir de ese lugar y transformar la realidad y su situación. La angustia a veces es paralizante pero también puede ser un motivo para salir de esta situación que no se está pudiendo cambiar.
¿Se están estudiando, desde la salud mental, las consecuencias de esta pandemia?
–Desde el año pasado hasta ahora podríamos decir que inicialmente se puso el acento en la salud física y se dejó un poco de lado la salud mental, en un abordaje un poco fragmentario del concepto de salud porque verdaderamente no hay salud sin salud mental. Ahí hubo un problema. Ahora hay una mirada más de conjunto y más integrativa.
La Facultad de Psicología, y también otras universidades, tiene un Observatorio en Psicología Social aplicada donde hay algunos grupos que están haciendo estudios epidemiológicos de incidencia de síntomas mentales en la población y lo que se viene observando es un aumento significativo de los problemas mentales y que no han cedido estos últimos meses, sino que algunos se han cronificado y otros han empeorado. Es decir que la evaluación de a dónde vamos a parar con esto, todavía no lo sabemos. Las consecuencias psicológicas y subjetivas de la pandemia y el aislamiento todavía están por verse en su plenitud. A veces los síntomas mentales terminan expresándose mucho tiempo después.
¿Hay recomendaciones generales que se pueden hacer sobre cómo sobrellevar mejor este momento?
–Las recetas son generales, pero tiene que ver la particularidad de cada caso. Cuando comenzó el aislamiento se trataba de intentar establecer cierta división dentro de la casa que haga que los espacios temporales y físicos queden recortados. Por ejemplo, esto es no trabajar, dormir, comer y tener ocio en el mismo lugar. Separar los espacios, los tiempos, trabajar más o menos hasta cierta hora. Eso ordena la dinámica familiar que antes ordenaba la salida al exterior. Pero esto en algunas clases sociales no es practicable.
¿Y qué hay sobre el cuidado de los otros?
–Es importante hacer el seguimiento de los familiares y amigos. Saber cómo están, cómo la están llevando, sobre todo en los mayores que son los que hay veces que quedan aislados, que no pueden ver a sus hijos o a sus nietos. Hay que ajustarse a cada una de las situaciones, pero sin duda en este contexto es fundamental tratar de mantener los vínculos, y de enriquecerlos con intercambios como sean posibles: presenciales cumpliendo con las normativas vigentes, pero también a distancia. En la medida de lo posible no dejar al otro aislado también de esa perspectiva y forzar un canal donde la palabra pueda circular.
Ilustración: Marcelo Spotti