Por Diego Leonoff | Marcela, de dieciocho años, y Elisa, de veintitrés, se conocieron en 1885 en la Escuela Normal de Maestras de La Coruña, Galicia, donde se formaban las futuras profesoras de enseñanza primaria. Las jóvenes no tardaron en forjar una amistad que pronto devendría -en palabras de Manuel Rivas, autor del prólogo de“Elisa y Marcela. Más allá de los hombres”, del investigador Narciso de Gabriel- en «una de las más extraordinarias historias de amor de todos los tiempos”.
A medida que la relación se consolidaba, también crecían las sospechas de una sociedad ultra católica y moralizante. Luego de que llegara a sus oídos los rumores y temeroso de un posible escándalo, el padre de Marcela y capitán del Ejército resolvió enviar a su hija lejos. En concreto, a un internado en Madrid.
Lo cierto es que los 600 kilómetros que separaban la ciudad costera gallega de la capital no fueron suficientes para bajar la intensidad de aquel vínculo. Al cabo de cuatro meses, y habiendo culminado sus estudios, se reencontraron en su Galicia natal cuando Elisa fue destinada como profesora interina en la pequeña parroquia de Couso. Muy cerca, en la aldea de Calo, se instaló Marcela, ya como maestra superior.
Durante casi una década, la de Elisa y Marcela no fue más que una de las tantas historias de amor homosexual de la puerta del clóset hacia dentro. En definitiva, sociedades represoras y homofóbicas como la española de finales del siglo XIX estaban dispuestas a mirar para otro lado, pero no a tolerar y aceptar.
Todo cambió en 1901, cuando Elisa decidió que ya no sería más Elisa: eligió un nombre, Mario; una identidad, la de un primo suyo que había fallecido en un naufragio; e incluso una historia, la de un supuesto padre de origen inglés y ateo. Fue hasta la iglesia de San Jorge de La Coruña y convenció al párroco Víctor Cortiella de que lo bautizara.
A los pocos días, el 8 de junio de 1901 a las siete de la mañana, Elisa y Marcela se casaron por iglesia. Junto a otros dos testigos, Miguel Hermida y Ricarda Fuentes -se estima que ambos ignoraban el pasado femenino del cónyuge- fueron los padrinos de la primera boda lesbiana en España, y la única oficiada por la Iglesia.La pareja habría pasado la noche de bodas en la pensión Corcubión, de la calle de San Andrés.
Sin embargo, el escándalo no tardaría en tronar al cabo de unos días. Como consecuencia, ambas perdieron su trabajo, fueron excomulgadas y se dictó una orden de busca y captura bajo el pretexto jurídico de “falsificación de documento público”.
“Me engañó diciéndome que iba a casarse porque había dejado encinta a la joven con la que convivía”, se lamentaba el padrino en las páginas del diario La Voz de Galicia cuando días después se descubrió que se había celebrado, como tituló el periódico coruñés, “un matrimonio sin hombre”.
El 18 de agosto de 1901, a petición de la policía española, son detenidas y encarceladas. Fueron liberadas 13 días después porque un movimiento solidario liderado por activistas portuguesas exigió su libertad, realizándose, además, varias colectas públicas para ayudarlas económicamente. Entre tanto, Elisa juraba que era hombre.
Según la investigación que en 2010 publicara el decano de la Facultad de Ciencias de la Educación de La Coruña, Narciso de Gabriel, huyeron primero a la ciudad de Vigo para recalar luego en Oporto. Si bien hay innumerables versiones sobre sus destinos, lo último que se supo de ellas es que abordaron un barco con destino a la Argentina.
Como en tantas otras ocasiones, el tiempo fue el encargado de recuperar y reivindicar esta historia de orgullo. También lo hizo la Coruña, aquella ciudad que hace más de un siglo no soportó tanto amor y ahora tiene su Rúa Marcela e Elisa.