Por Diego Leonoff | Protagonista de la Revolución de Mayo, integrante de la Primera Junta, político ilustre, creador de la bandera nacional, hombre de acción y jefe militar del ejército independentista, Manuel Belgrano es una de las figuras canónicas de la historiografía argentina. Quizás el único que sale airoso de caer a uno u otro lado de ese parteguas que existó siempre, y que hoy reducimos a la idea de grieta.
“El enigma Belgrano. Un héroe para nuestro tiempo” es el último título de Tulio Halperin Donghi. Allí el historiador argentino intenta reconstruir al hombre para entender el prócer, y a la vez desentrañar un interrogante: ¿cómo explicar esa admiración unánime, por qué se admiten y disculpan sus imperfecciones y derrotas, qué hay detrás de ese consenso?
El libro comienza con los testimonios de José María Paz y Bartolomé Mitre, autores e ideólogos de las más famosas imágenes arquetípicas de la historia argentina del siglo XIX. Al centrarse en el enaltecimiento de su heroismo en batalla y en un anecdotario con escenas como la creación de la bandera y un lecho de muerte en la más honesta pobreza, ambos logran eludir aspectos incómodos de la visión de país belgraniana.
En función de los intereses que supo (y aún sabe) representar, esta corriente historiográfica optó por reducirlo a seguidor del liberalismo de Adam Smith y enemigo del rol activo del Estado en la economía. Por el contrario, el pensamiento de Belgrano abordó una gran variedad de discusiones desde perspectivas mucho más heterodoxas de lo que pueda llegar a soportar la versión oficial hegemónica.
Como tantos otros en su época , entrevía a la agricultura como fuente predilecta para la generación de riquezas para la nación. No es casual que algunos lo consideren prócer “patrono” del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), una suerte de homenaje resuelto en 1960 por el entonces presidente del organismo, Horacio Giberti. De ahí, aunque muchos no lo sepan, que tantas oficinas del personal jerárquico cuenten con cuadros con su imagen. Las paradojas de la historia llevaron a que la sede central del instituto se ubicará sobre la porteña avenida que lleva el nombre de uno de sus más acérrimos opuestos, Bernardino Rivadavia.
Al igual que Domingo Faustino Sarmiento -quien hablaba con desprecio de los miembros de una aristocracia nacional “con olor a bosta de vaca”-, Belgrano cuestionaba el proyecto en ciernes que soñaba con una Argentina “granero del mundo”: “ni la gricultura ni el comercio serían, en ningún caso, suficientes para establecer la felicidad de un pueblo si no entrase en su socorro la oficiosa industria”.
El hombre que comandó el Ejército del Norte no sólo advertía tempranamente sobre los riesgos de apostar únicamente a una economía primarizada que genere riqueza para unos pocos y desaliente el desarrollo productivo y social. También fue uno de los primeros patriotas en proponer una verdadera reforma agraria basada en la expropiación de las tierras baldías para entregarlas a los desposeídos: “se han elevado entre los hombres dos clases muy distintas. La una dispone de los frutos de la tierra, la otra es llamada solamente a ayudar por su trabajo la reproducción anual de estos frutos y riquezas”.
“Nuestra población ha ido aumentando, y corre a sus progresos en medio de las trabas e impedimentos… […] Es de necesidad poner los medios para que puedan entrar al orden de sociedad los que ahora casi se avergüenzan de presentarse a sus conciudadanos por su desnudez y miseria y esto lo hemos de conseguir si se les dan propiedades”, aseguraba un texto con su firma aparecido en el Correo de Comercio, a menos de un mes del estallido de la Revolución de Mayo.
En 1797, siendo secretario del Consulado de Comercio de Buenos Aires, publicó su segunda de las quince memorias bajo el título: “Utilidades que resultaran a esta Provincia y a la Península del cultivo del lino y cáñamo”. “Belgrano estaba convencido de que el cannabis iba a hacer felices a los pueblos”, señaló en diálogo con la agencia Telam el autor de «Marihuana. La historia. De Manuel Belgrano a las copas cannábicas», Fernando Soriano.
“No sé si sabía de las propiedades psicoactivas de la planta, pero tenía una mirada económica. Era una planta fundamental para la economía porque se utilizaba para hacer lona, fabricar las sogas de los barcos, estopa. Era una época en la que la industria naval era fuerte, por lo que el uso del cáñamo era clave”, explicó.
“A través de su amistad con el síndico del Real Consulado de Santiago de Chile conseguía semillas que repartía a personas acomodadas que tuviera tierra para cultivar; sin embargo, sólo se llegó a realizar un cultivo en la casa de su amigo Martín José de Altolaguirre, cuyo producto fue procesado y enviado a España”, explica Alejandro Corda en “Cannabis en Argentina: de los afrodescendientes en la colonia al movimiento cannábico”.
Belgrano consideraba a la educación pública, gratuita, obligatoria y para mujeres y varones como uno de los elementos centrales para el desarrollo tanto económico y social. También defendía el rol activo del Estado en el fortalecimiento de la moneda nacional. “El grueso interés del dinero convida a los extranjeros a hacer pasar el suyo para venir a ser acreedores del Estado. No nos detengamos sobre la preocupación pueril, que mira la arribada de este dinero como una ventaja: ya se ha referido algo tratando de la circulación del dinero. Los rivales de un pueblo no tienen medio más cierto de arruinar su comercio, que el tomar interés en sus deudas públicas”, opinaba Belgrano en relación al sobre endeudamiento estatal en el que cayeron precursores liberales como Rivadavia o Mitre, y que tanto abonaron quienes prefieren recordarlo ta sólo como el “padre de la bandera”.
Tras su misión diplomática en Londres a fines de 1815, volvió entusiasmado con el modelo inglés de monarquía parlamentaria. Un año más tarde expuso ante los diputados del Congreso de Tucumán una propuesta de instaurar una monarquía casi nominal que ofrecía el trono a los descendientes de los Incas.