Por Revista Cítrica | Es casi invierno en Santiago de Estero, pero el sol no fue avisado de la novedad. Mediodía de 25 grados. Casi sin viento. Ninguna nube. Los rayos tejen luces y sombras entre las últimas hojas de los árboles, y dibujan copiosos y anárquicos caleidoscopios sobre la tierra.
Dos aves se acicalan en una rama. Perfume a hogazas de masa madre. Conversaciones tímidas, lejanas. Sonido a siesta. Mauro bien podría estar jugando con sus hijas en este ambiente idílico. Debería estar disfrutando del sol, de una temperatura clemente, de un aire fresco y suave, de sus pequeñas correteando en su entorno, quizá del canto de aves, de las brisas dulces, del olor a tierra.
Santiago pareciera honrar la etimología de su nombre, que significa ‘que Dios proteja’. Sin embargo, muchos y muchas no tuvieron el privilegio de ser cuidados. Sino todo lo contrario. Fueron asesinados y asesinadas. Y las acusadas directas -y sin filtros mediante- son las fuerzas represivas institucionales, en connivencia con el Estado y la Justicia. Un tridente intoxicado. Contaminado. Envenenado.
La Comisaría 10ª del barrio Autonomía, en Santiago del Estero, tiene al menos cuatro denuncias de muertes de jóvenes por apremios ilegales.
No importa la región geográfica a la que se aluda. Los nombres de ellos y ellas se apilan en las marchas contra el gatillo fácil. En Argentina, según datos de CORREPI (Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional), muere una persona cada 20 horas a manos de la violencia institucional. Santiago del Estero no es la excepción, ni mucho menos.
Silvia Maldonado, presente. Franco Isorni, presente. Leonardo Gallo, Sergio Godoy, Damián Godoy, Clelia Santillán, Luis Moyano, Jonathan Llanos, Marcelo Costas, Nazario Gómez Soria, Yanina Mendoza, Felipe Jaimes, Ramón Farías, Clara Bravo, Sergio Pogonza, Nancy Pereyra, Mario Salto, presentes. Son sólo algunos y algunas. La lista sigue y sigue.
«Soy Laura Coronel, de Santiago del Estero. Yo soy mamá de Mauro Coronel. Fue torturado y asesinado por la policía. Por favor, me censuraron en el canal 7 de acá. Quiero contar lo que le hicieron a mi hijo. Pido justicia. Ayúdenme por favor…».
Laura pide por su hijo. Era Mauro Ezequiel Coronel, de 22 años. Fue detenido el 30 de abril de 2020, en la Comisaría 10ª del barrio Autonomía, en Santiago del Estero. Allí fue donde lo torturaron. Hay videos.
Con una sensación térmica bajo cero, lo descalzaron, lo semidesnudaron, lo empaparon, y lo esposaron a un poste en el patio de la comisaría, expuesto al frío, toda la madrugada. Mauro lloró, gritó desesperado. Le colocaron una bolsa de nylon en la cabeza hasta asfixiarlo. El submarino de la dictadura.
El sadismo de los policías no tuvo límite: lo filmaron mientras lo torturaban y circularon las imágenes entre los grupos de whatsapp de la misma fuerza. La comisaría ya tiene -al menos- cuatro denuncias de muertes de jóvenes por apremios ilegales.
Después, a Mauro lo trasladaron al Liceo Policial. Y más tarde -el domingo 3 de mayo- terminó en el Hospital Regional de la ciudad, donde su cuerpo no resistió. Según el informe forense, Mauro falleció a causa de un “paro cardiorespiratorio motivado por una falla multiorgánica”. Además, tenía “múltiples traumatismos que le produjeron hematomas y una infección generalizada». Describe: «A simple vista se observa un cuerpo lleno de moretones en la cabeza, los brazos, el abdomen y las piernas».
Laura fue a la comisaría y consiguió ver cómo lo torturaban a su hijo, “lo tenían arrodillado y con una bolsa de nylon en la cabeza mientras lo golpeaban”. No dudó y grabó con su teléfono lo que estaba sufriendo Mauro, quien gritaba desesperado “Mamá, sacame de aquí. Mamá, me están matando”.
Cuando -desesperada- le pidió explicaciones a los policías, estos le dijeron que no se preocupara, que Mauro “estaba bien”. La echaron de la comisaría, la mandaron a su casa. Regresó al otro día, pero Mauro había sido «trasladado» al Liceo de policías, la escuela de suboficiales.
No le dieron ninguna otra información, por lo tanto estaba virtualmente desaparecido. Cuando supo que estaba en el Hospital Regional Ramón Carrillo, corrió a verlo: “Estaba irreconocible, hinchado, con hematomas y al costado de su cama, un fuentón lleno de coágulos”, donde Mauro vomitaba bilis con sangre.
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«Me han pegado en todo el cuerpo, me han hecho recagar, me han pegado mucho», le contó Mauro a su madre, con las pocas fuerzas que le quedaban. Horas después ingresó en terapia intensiva, donde ya no resistió. Los médicos no explicaron las causas del deceso. «Lo dejaron agonizando en una sala común cuando debían haberlo tenido en terapia intensiva. Es una vergüenza lo que pasa en Santiago del Estero».
Comenzaron las denuncias de la familia, las intervenciones de organismos de derechos humanos, de organizaciones contra la violencia institucional. El Gobierno local, conducido por Gerardo Zamora, acorralado por las circunstancias, se pronunció ante «la muerte» de Mauro, mediante declaraciones del ministro de Seguridad, Marcelo Barbur. Dijo que fue “una muerte por causas naturales”.
Se publicó un comunicado en el que el «informe preliminar de la autopsia», encabezada por la junta médica del doctor David Jarma, arrojaba como resultado que la muerte de Mauro se produjo por una “neumopatía bilateral con disfunción orgánica múltiple, con un foco infeccioso pulmonar que produjo un paro cardiorrespiratorio no traumático”.
Mauro era vendedor ambulante, vendía bolsas de consorcio y también alfajores, en el centro de Santiago. Le gustaba el deporte. «Jugaba a la pelota, pero lo que más le gustaba era el básquet. También practicaba boxeo», cuenta Laura.
«Era tranquilo, bueno. Le gustaba ayudar a los demás. Lo que le quedaba de lo que vendía se lo regalaba a los chicos del Santa Rosa. Él traía de todo del centro y se ponía a cocinar. Les daba a los chicos. Era muy servicial».
Laura cuenta que Mauro terminó la secundaria cerca de su casa. «Era un chico muy bueno, se ocupaba de trabajar y de hacer todo por sus hijas. No merecía lo que estaba sufriendo en su relación de pareja. Mi hijo nunca lastimó a nadie».
¿Qué pasó horas antes de la detención de Mauro? Policías llegaron a su casa del barrio Santa Rosa de Lima. Lo golpearon. Después le dijeron que su pareja -Florencia- había hecho una denuncia por violencia. Sin mediar más explicaciones se lo llevaron para la “comisaría de la muerte”.
Laura señala que si bien Florencia denunció a Mauro, luego se arrepintió: «Tengo testigos. Mi hijo nunca le levantó la mano. En la comisaría de la mujer dijeron que ella no tenía lesiones. Es hasta hoy que me sigo preguntando por qué detuvieron a mi hijo. Y por qué lo golpearon así. ¡Qué no le han hecho! Fue muy doloroso. Se lo llevaron vivo y me lo entregaron en un cajón».
El ministro de Seguridad de Santiago del Estero, Marcelo Barbur, dijo que fue “una muerte por causas naturales”.
Mauro y Florencia habían discutido por las hijas de ambos. Ella llamó a la Policía. En tanto, Laura vio cómo los policías golpearon a su hijo. En el medio del griterío, los uniformados hicieron un disparo al aire, para que ningún vecino se atreviera a intervenir.
Todo esto fue denunciado ante la -ya polémica- fiscal de la Unidad de investigación de Violencia Institucional, Erika Leguizamón, quien también entiende en el caso del asesinato de Franco Isorni, entre otros. Posteriormente, Laura negó la denuncia de su nuera y le interpuso otra por falso testimonio.
«Mauro fue detenido tras una falsa denuncia de violencia de género. Tengo testigos judiciales que estuvieron presentes cuando golpearon a mi hijo para llevárselo. Mi hijo no golpeó a su pareja. Esa misma noche vi a Mauro en la comisaría. Gritaba desesperadamente: ‘Má, me están pegando. Má, me están matando’. Abrí una puerta y veo que cinco policías golpeaban salvajemente a mi hijo y lo tenían con una bolsa de nylon en la cabeza. Los policías actuaron violentamente y me corrieron, pero pude grabar un audio con los pedidos de auxilio de mi hijo», narró Laura a Cítrica.
«Al día siguiente fui a la comisaría y mi hijo ya no estaba. No sabían decirme dónde estaba. Lo tenía desaparecido. Por una vecina me entero que mi hijo estaba en el hospital regional de Santiago del Estero. Fui y lo vi golpeado, desfigurado, lleno de hematomas, en una cama. No podía respirar, y me cuenta que los policías de la comisaría 10° le pegaron. Allí le saqué dos fotos, todo golpeado».
«Ese día, a la madrugada, ya nos llaman diciendo que mi hijo murió. El ministro de Seguridad, Marcelo Barbur, salió a decir que mi hijo murió de neumonía. Y cuando yo denuncio por Facebook que a mi hijo lo mataron, un policía -empleado del gobernador Gerardo Zamora- publicó un video de la detención de mi hijo. Se lo ve atado a un poste, mojado, semidesnudo y descalzo. Mi hijo gritaba, pedía ayuda desesperadamente. Logré alcanzar a descargar y guardar esos dos videos ya que son pruebas de las torturas que sufrió Mauro».
La familia de Mauro denuncia que tiene sus teléfonos intervenidos. Laura cuenta que los amenazan con armas de fuego, para que no marchen, para que no pidan justicia. Recibieron ofertas monetarias (cien mil pesos) a cambio de silencio.
Como en la mayoría de este tipo de casos, no hay detenidos, ni investigaciones. «El gobernador jamás me recibió en Casa de Gobierno, tras decenas de marchas pidiendo justicia. La fiscal Erika Leguizamón no autorizó un pedido de reautopsia. Jamás me entregaron la ropa de mi hijo cuando fue detenido. Me lo entregaron a cajón cerrado».
Por el caso de Mauro, los ojos están puestos en un sinnúmero de uniformados: Sergio Castellanos, William Santillán, Lorena García, Franco Navarro, Cristian Correa, entre otros.
Tras más de un año de la muerte de Mauro, sigue sin haber justicia. La impunidad suma casos en forma directamente proporcional a la sucesión de denuncias de muertes causadas por la violencia institucional en Santiago.
Todo se tapa. Todo es penumbroso. Ya no hay sol. Ni siesta. Ni tranquilidad. Todo apunta a la policía local.
Mientras tanto, el gobierno provincial niega toda acusación. Un atronador silencio mediático y judicial enturbian el escenario. Los familiares siguen marchando, gargantas rojas y pies doloridos. Una procesión en reclamo de esa injusta justicia, que casi nunca llega.
Texto: Saverio Lanza
Publicado en Revista Cítrica