Por Diego Leonoff | La Legislatura de Tierra del Fuego hizo lugar al pedido de comunidades originarias y colectivos ambientalistas al prohibir por ley la cría de salmones en jurisdicción provincial.
La iniciativa presentada por el diputado provincial Pablo Villegas, del Movimiento Popular Fueguino, es el corolario de un proceso iniciado en 2018, cuando se instaló con fuerza el posible establecimiento de salmoneras en el Beagle.
En rigor, se trató de un proyecto de factibilidad suscripto por la ex gobernadora Rosana Bertone con empresas noruegas, derivado de un convenio firmado por el entonces presidente Mauricio Macri durante una visita a nuestro país de los reyes del país nórdico (principal productor de salmones en el mundo). “Después fueron a Chile, también a hacer lobby a favor de la salmonicultura”, cuenta Estefanía González, coordinadora del área de océanos de Greenpeace.
“No estamos hablando del salmón o trucha silvestre que se pesca en el río, sino de una especie exótica -principalmente se da en las aguas de Noruega- que se cultiva en unos piletones del tamaño de un campo de fútbol y una altura similar a la de un edificio de 15 pisos. Ahí, en unas jaulas gigantes, viven cientos de miles de salmones hacinados, alimentados de forma artificial y repletos de antibióticos”, detalla.
En esta entrevista con Canal Abierto, González explica cómo impacta en el ambiente la industria y cuestiona las voces que hablan de una supuesta pérdida de oportunidades económicas: “Chile es el segundo productor de salmones a nivel mundial, y la salmonicultura –con más de mil proyectos aprobados– es el segundo sector económico detrás de la minería. Sin embargo, en un país con 18 millones de habitantes, el sector genera sólo 21 mil empleos”.
¿Qué es y cómo funciona una salmonera?
-No estamos hablando del salmón o trucha silvestre que se pesca en el río, sino de una especie exótica –principalmente se da en las aguas de Noruega– que se cultiva en unos piletones del tamaño de un campo de fútbol y una altura similar a la de un edificio de 15 pisos. Ahí, en unas jaulas gigantes, viven cientos de miles de salmones hacinados, alimentados de forma artificial y repletos de antibióticos.
Es tan anti natural el proceso que les ponen luces durante el día y la noche para que el animal no duerma, se alimente constantemente y engorde.
Los salmones que hoy se producen en la Patagonia chilena recibe hasta 800 veces más antibióticos que los criados en Noruega. Esto no sólo genera una contaminación constante. La carne de esos salmones es blanca, ese color rosado que vemos es colorante.
¿Cómo impacta en el ambiente?
-El salmón como especie es maravillosa, nada a contracorriente. Pero este tipo de prácticas generan una contaminación constante del medio marino a causa de la putrefacción de aquellos salmones muertos –en estas jaulas es muy alta la mortandad–, su materia fecal, los alimentos no consumidos y demás químicos como los antibióticos. Es una sopa química que devasta todo a su paso.
A todo esto hay que agregar el efecto inmediato sobre la biodiversidad marina. Por ejemplo, no es inusual que las ballenas se enreden con las jaulas o la caza indiscrimada de lobos marinos que se acercan a comer los salmones. Este caldo es ideal para la proliferación de micro algas que son muy tóxicas para otra fauna.
Otra cuestión es que esta concentración de salmones termina quitándole oxígeno al mar. En Chile, cerca de donde hay salmoneras, es común ver tanques de oxígeno para instalar en las jaulas.
¿Y en la salud de los humanos?
Yo no recomendaría a nadie que consuma un salmón chileno.
El salmón es muy caro y se nos vende como un producto gourmet y saludable, pero detrás hay un verdadero engaño. Cuando vi cómo se producen estos salmones, nunca mas pude probarlo.
Estudios realizados en Buenos Aires demostraron que el salmón que llegaba de Chile tenía más antibióticos que los declarados o permitidos. Rusia ha llegado a devolver productos a Chile por lo mismo.
Un tema muy alarmante es que ya hay estudios que demuestran que la gente que vive en zonas aledañas a las salmoneras terminan desarrollando una resistencia a los antibióticos. También preocupan las enfermedades que puedan llegar a transferirse desde el salmón a otras especies marinas.
¿Qué le dirías a quienes aseguran que la Argentina estaría perdiendo una oportunidad de desarrollo económico?
-En primer lugar, hay que aclarar que Tierra del Fuego prohibió la cría de salmones antes de que exista, y por lo tanto no hay pérdidas de empleos. También es importante resaltar que se trata de una industria que podía poner en riesgo otras actividades que sí son la base de la estructura productiva de la provincia, como es el turismo.
Chile es el segundo productor de salmones a nivel mundial, y la salmonicultura –con más de mil proyectos aprobados– es el segundo sector económico detrás de la minería. Sin embargo, en un país con 18 millones de habitantes, el sector genera sólo 21 mil empleos. Por otro lado, las localidades donde avanzó este negocio no suelen tener los mejores indicadores socio económicos, aunque sí concentran los impactos ambientales.
Los estudios económicos indicaban que de instalarse en Tierra del Fuego, la industria iba a generar alrededor de 160 empleos.
Si estamos hablando del segundo sector económico de Chile y genera tan pocos empleos, ¿quién sale beneficiado?
-Hay que recordar que todo esto comienza con un convenio firmado entre el Gobierno nacional y Noruega luego de una visita de los reyes del país nórdico a la Argentina. Después fueron a Chile, también para hacer lobby a favor de la salmonicultura.
Fue la provincia de Tierra del Fuego la que decidió poner un límite. Hoy por hoy Chile no tiene una legislación al respecto, e incluso prosperan proyectos para instalar estas jaulas en reservas naturales.