Redacción Canal Abierto | El nombramiento de Adriana Serquis al frente de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) se inscribe en una larga tradición de mujeres en el organismo y en una creciente presencia femenina en las Ciencias Exactas y Naturales. “Si vos mirás las carreras de ingeniería, física, química, hay más participación de mujeres, pero no es tanta en el ámbito de los institutos educativos de la CNEA. Yo vengo de estudiar física en la Universidad de Buenos Aires, donde el porcentaje de mujeres es bastante alto, diría de más del 40 por ciento, pero en el Instituto Balseiro no hay más del 10 o 15 por ciento”, cuenta en diálogo con Canal Abierto.
Serquis, quien fue nombrada el mes pasado, viene de un amplio recorrido personal en el Conicet y en el Centro Atómico de Bariloche donde, durante la pandemia, impulsó la producción de alcohol en gel y sanitizantes para los comedores y merenderos de la zona. También lo tiene como militante social y feminista: forma parte del Colectivo Las Curies, que agrupa a las mujeres de la ciencia y la tecnología de Argentina, y del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE).
¿Qué impacto tiene que vos estés ocupando este cargo para el desarrollo de las mujeres en el sector?
–Hay una idea de esta gestión de poder empezar a generar trabajo en equipo y ambientes libres de maltrato, que no es poco en un ámbito en el cual existe la supremacía de una forma de trabajo más masculina y de prevalencia por el poder en sí. El trabajo por consenso y más colectivo es algo que se sigue explorando. Desde lo personal, me interesa mucho eso. Y también para empezar a pensar que hay capacidades enormes y que, con un porcentaje tan bajo de mujeres en cargos de decisión, se están perdiendo grandes oportunidades. Lo que estoy tratando de hacer es empezar a trabajar en equipos que integran muchas mujeres, muchas muy valiosas. Cuando das un paso te vas encontrando con mucha gente muy valiosa, de todos los géneros, que quedó escondida y que hay que sacar a la luz y darle la oportunidad.
¿Cuál es el saldo del gobierno macrista en lo que refiere a energía atómica?
–Es bastante negativo. Nos ha dejado un montón de lugares donde recuperarnos nos va a llevar bastante tiempo, años. Como se fue degradando muchísimo el aspecto salarial, muchos se fueron por bajos salarios, buscando mejores perspectivas en otros ámbitos. Alguna gente se jubiló pero muchos renunciaron. No se echó gente porque cuando evaluaron la “planta óptima” en la CNEA les dio que estaba por debajo. Y aun así se perdió entre un 15 y un 20 por ciento de la planta. Y recuperar recursos humanos formados en un ámbito tan particular como éste no se hace en uno o dos años.
Por otro lado, hubo un montón de proyectos que quedaron truncos. Nos ha afectado mucho en las relaciones con las empresas asociadas a la CNEA, como Dioxitek, que es la que fabrica el material base del combustible nuclear (dióxido de uranio). Allí se ha perdido el voto tecnológico, es decir que la Comisión forme parte de su directorio y, aún sin tener la mayoría, pueda incidir en el tipo de desarrollo que se va a hacer. O el desarme de la planta de agua pesada. Como esas han ocurrido varias cosas en la institución que han dejado muy debilitada su posición dentro del sector nuclear, y con una mirada de dependencia tecnológica. Hay que recomenzar un camino de construcción en el ámbito nuclear que es muy importante desde el punto de vista geopolítico.
¿Cómo es ese camino de reconstrucción? ¿En qué proyectos se está trabajando?
–Había la posibilidad de hacer dos centrales nuevas en un contrato con China: una que implica la utilización de uranio enriquecido, tipo Hualong, que es una central de avanzada para la que nosotros no tenemos la capacidad tecnológica más que en la parte civil y en combustibles; y otra que es una central de uranio natural, tipo Candu, donde tenemos un conocimiento mucho mayor y que es importante para poder mantener el desarrollo que tenemos. La negociación de esas dos centrales quedó medio trunca, pero ahora se está revitalizando. Si se firma el contrato por la Hualong junto con Nucleoeléctrica Argentina, que es la que estará a cargo de la operación de estas centrales nucleares, estamos en tratativas para que haya un mayor porcentaje de transferencia tecnológica. Y no debemos dejar de lado la posibilidad de tener, en un plazo quizá más lejano, el desarrollo de una central de uranio natural que nos permitiría revalorizar el conocimiento actual y ser más soberanos en esa tecnología.
Además de la generación de la energía eléctrica, ¿qué otras aplicaciones tiene la energía nuclear?
–Tenemos el área de medicina nuclear, donde la CNEA tiene participación, que implica la generación de radioisótopos para los centros de diagnóstico de medicina avanzados y tratamiento de cáncer, a través de distintas radioterapias. Es la única que puede proveer de radioisótopos a los centros de medicina nuclear de todo el país. Estaba prevista la construcción de varios centros, pero durante el macrismo algunos quedaron sin terminar y ahora se están reactivando, otros directamente se dejaron de lado. Por otro lado está el reactor multipropósito RA-10, que vendría a reemplazar al RA-3 que es donde actualmente se hacen los radioisótopos y podría garantizar este tipo de tratamientos y diagnósticos tanto de nuestro país como de la región.
Además hay otras actividades relacionadas con altas energías, con energía solar, con energías alternativas, con el hidrógeno, con el litio. Queremos recuperar la función articuladora que tenía la CNEA.
Luego de Chernóbil, en el imaginario colectivo la energía atómica quedó asociada a la peligrosidad. ¿Cuán segura y amigable con el ambiente es esta energía en 2021? ¿Hay que transitar hacia energías renovables?
–En la actualidad, la energía nuclear es uno de los ámbitos tecnológicos con mayores controles internacionales y con menores probabilidades de riesgo gracias a esos controles. La energía nuclear da la posibilidad de una energía de base limpia que impide la emisión de gases de efecto invernadero y garantiza una cantidad de energía a un precio razonable y a un costo que permite generar desarrollo. Eso no implica dejar de lado las otras alternativas, que hay que seguir explorando. No hay que dejar de lado ninguna de las alternativas para generar energía. Tiene que haber una diversificación de la matriz que va a permitir mejorar y aumentar el uso de energía solar, eólica. En algunos lugares éstas se producen pero de forma intermitente, por lo que no pueden reemplazar la energía que producen los combustibles fósiles. También hay alternativas como el hidrógeno verde, el hidrógeno azul, o el hidrógeno rosa, pero que son a futuro. La exploración de esa combinación de alternativas, que son complementarias, es la que nos puede dar mayor riqueza y aprovechar todas las oportunidades que tenemos como país.
La pandemia y la discusión sobre los derechos de las patentes nos pusieron a pensar en la soberanía sanitaria. ¿Qué posibilidades le daría al país desarrollar una soberanía tecnológica en energía atómica?
–Hay que pensar que la participación de Argentina, incluso en el G20, tiene que ver con su soberanía y con su capacidad de desarrollo tecnológico a nivel nuclear. Hay cosas que ya se consiguieron gracias a esa inversión, como la de ser parte del club de países que tiene acceso a otro tipo de cosas, como al acero de alta calidad. Es estratégico poder sostener esa independencia tecnológica.
Por otro lado, a futuro, si pensamos en que tenemos la posibilidad de tener todo el ciclo de combustible nuclear desarrollado en nuestro país, incluso si tenemos centrales que fueron compradas con una tecnología de afuera, esto va a evitar tener que importar el combustible, lo que abarata los costos de electricidad para el desarrollo industrial pero también nos da la posibilidad de generar exportaciones de muy alta calidad. Esto le puede dar trabajo a las pymes y activar toda una cadena de valor de desarrollo industrial que pueda exportar toda esta capacidad.
¿Así de importante es?
–Sí.