Redacción Canal Abierto | En 2020 el coronavirus paralizó al mundo, obligó a todos a quedarse en casa, a priorizar lo esencial y a emplear el cuidado colectivo. Pero para poder hacerlo, hubo otros, trabajadores y trabajadoras, que siguieron cuando todo se paró. La incertidumbre ante un virus desconocido, las nuevas medidas de protección y la responsabilidad de sostener su trabajo a pesar del peligro generó en ellos angustia, pero el compromiso fue más fuerte.
Cuidadoras, repartidores, personal de limpieza, camioneros, recolectores de basura y cajeras de supermercados se convirtieron en esenciales, apenas detrás de esa primera línea que constituye el personal de salud, para mantener las casas equipadas, para asegurar los alimentos y hacer frente al confinamiento obligatorio.
Pero, ¿qué pasó con el reconocimiento a la hora de vacunar, o cuando había que aumentar los sueldos? Al igual que los aplausos de las nueve de la noche, todo se diluyó y en la fila de vacunación se convirtieron en ciudadanos comunes que debían esperar un turno por edad.
Canal Abierto dialogó con Gladys Auce y Cintia Cabrera, cajeras de la usina láctea El Puente y Carrefour respectivamente. En medio de su jornada, pararon para contar sus historias, su vida y trabajo en pandemia, y los principales problemas laborales que enfrentan día a día.
Gladys trabaja en El Puente hace cinco años, tiene dos hijas y es soporte de su hogar. Lo primero que comenta es lo que tarda en llegar a su trabajo. “Tenemos la limitación del transporte público, porque tardamos mucho en llegar a nuestro trabajo, y si llegamos tarde se nos saca el premio”.
Cintia vive en Claypole y combina tren, colectivo y subte para llegar al local de Colegiales en un rango de tres horas de ida y tres de vuelta. “No nos reconocen como esenciales, sino tendríamos la vacuna. Las paritarias fueron un desastre. Somos un número, no somos reconocidos como personas que trabajamos en esto desde el día uno. Es una falta de respeto lo que nos están haciendo”.
A la avalancha en los supermercados los días previos a la cuarentena estricta, le siguieron meses de un trato al que no estaban acostumbradas. Hoy, lamentan que ese cambio de actitud hacia ellas duró poco, tanto en el trato de algunos clientes como de sus empresas, sindicatos y los gobiernos.
Para cumplir horarios y condiciones siguen siendo esenciales. Para las vacunas no, a pesar de su permanente exposición al contagio. En El Puente, toda la línea de caja se contagió. “Cuatro compañeras y compañeros al principio, y después no se quería aislar a otra porque los jefes consideraban que no era contacto estrecho siendo que compartió la jornada de ocho horas con los infectados”, comentó Gladys, quien además es delegada general en CABA del Sindicato Joven CIS (Comercio, Industria y Servicios) de la CTA Autónoma.
Ante esa situación, ella decidió dar aviso a los clientes de lo que pasaba en el local. La respuesta de la empresa fue enviar a Recursos Humanos a negociar con ella, y recién ahí mandaron a hisopar a su compañera, quien resultó positiva y se contabilizaron siete casos al mismo tiempo.
“Nuestra primera demanda es la vacuna contra el covid ya que estamos en primera línea, todo el tiempo expuestos”.
El rol del sindicato
A pesar de trabajar para distintas cadenas de ventas de comestibles y productos de uso doméstico en general y no tener contacto entre ellas, Gladys y Cintia coincidieron en muchas cosas. Una es el accionar del Sindicato de Empleados de Comercio (SEC Capital) afiliado a la FAECyS (Federación Argentina de Empleados de Comercio) y conducido por Armando Cavallieri.
“El Sindicato de Comercio quedó totalmente fuera de toda discusión, no le importa lo que le pase a los trabajadores y trabajadoras. Como representante del Sindicato Joven tuve que tomar medidas para que nos den respuestas”, comentó Gladys.
“El SEC no estuvo presente. Cerraron las puertas directamente, los directivos tienen sus vacunas pero a nosotros nos dejaron a la deriva”, sostiene Cintia que, a pesar del rol de la dirigencia que conduce el gremio, está afiliada y participa sindicalmente en la agrupación Nueva Generación – Lista Granate del SEC Capital.
Llegar a fin de mes
En Argentina, el sueldo promedio de cajeros y cajeras es de $38.000 por mes, un 35% más bajo que el sueldo establecido en la escala salarial de los empleados de comercio. Aunque éste se ubica en $62.000, sigue estando muy por debajo de lo necesario para cubrir la Canasta Básica.
“Con el sueldo que tenemos no llegamos ni a mitad de mes. Buscamos precios para poder llegar y vivir, porque ni siquiera podemos darnos gustos. Estamos muy mal”, cuenta Gladys.
Mientras, Cintia comenta: “Estamos reclamando que se reabran las paritarias. También los bonos, por ser personal de riesgo. Los pagaron los primeros meses y después dejaron de darlo. También que reconozcan al personal que es tomado por consultoras y no los efectivizan cumplidos los tres meses”.
Las violencias con las que conviven
Tanto Cintia como Gladys vivieron episodios de violencia laboral y acoso en sus trabajos. En ningún caso la empresa o el sindicato formal actuaron como debían, y ellas quedaron expuestas a más malos tratos.
“Yo lo padecí, lo denunciamos, pero no llegó a nada más que una denuncia telefónica. Judicialmente tampoco se llegó a algo y lo echaron por otros motivos. Era mi ex jefe. Escuché de varios casos con este mismo hombre”, relata Cintia.
En el caso de Gladys, que fue acosada, ignorada, despedida y reincorporada por la Justicia a su puesto, hoy debe convivir con malos tratos por parte de sus superiores, y lidiar con las trabas que le ponen cuando debe cumplir sus tareas de madre, avaladas por un DNU presidencial. “Viví muchas situaciones y todas las denuncié, pero la empresa nunca hace nada con estos temas”, dice.
Finalmente, Cintia expresa: “No tengan miedo, no se callen. Esto lo puede padecer tanto un hombre como una mujer. Involucrarme en esto me sirvió para que no vuelva a pasar. Nadie tiene por qué sufrir o padecer violencia o acoso”.