Por Carlos Fanjul | EL PELO DEL HUEVO
Tengo un amigo que asegura que hoy en día le resulta más difícil a un equipo de fútbol quedarse con un jugador menos, respecto de lo que ocurría hace 20 o 30 años.
El tipo tira esa máxima pero ni ahí de agregar algún argumento que la esclarezca. La lanza al ruedo y luego pone cara de otario. Como para iniciar una charla nomás… de aburrido que debe estar.
En estas últimas horas justamente por ese sendero anduvo el gran debate nacional futbolero. Con aquello de la expulsión de Rojo en el superclásico y el subsiguiente pedido de clemencia de Battaglia porque ya Boca nada pudo hacer para frenar a River, y con esto más cerquita de que el propio River dio una clase de cómo encarar un partido chivo con diez, la pantalla estalló de pavotes teorizando al respecto.
La historia, reciente y no tanto, está repleta de casos en los que el inferior por número remontó la cuesta y concretó la épica remontada.
Aquí y más allá sobran los ejemplos.
Como platense y veterano, uno no puede olvidar aquella noche del Estudiantes-Gremio del ’83, cuando los albirrojos con cuatro expulsados le dieron una lección de fútbol y guapeza a los brazucas –blanditos por cierto, sino no se les podía escapar ese partido-, para pasar de un 1-3 en contra a una igualdad agónica que puso al equipo de La Plata -con un Alejandro Sabella más lujoso que nunca-, en carrera todavía para la final de la Libertadores. Un empate luego en Calí lo iba a alejar de esa posibilidad.
Desde esa noche épica, de 7 contra 11 y dos goles abajo, hasta aquí muchos pueden ser los cotejos que sirvan para acallar la catarata de elogios ampulosos para Gallardo y Cia. Pero esa no es la idea.
Vale decir que algo de razón tiene ese amigo ya que de verdad pareciera que hoy en día, tal vez, se han achicado las posibilidades de revertir un marcador con menos jugadores. Por ahí la intensidad física con la que se juega y, por ella, la mayor capacidad para ocupar espacios que muestra cada jugador, arroje alguna forma de explicación a esa teoría. Algo así como que ese hueco permanente que le queda a mi equipo es aprovechado por el otro a cada instante y, desde allí, una montaña muy difícil de ascender para mi. Ponele…
De todas maneras este clima de debate instalado, le ofrece a uno la ocasión inmejorable para lanzar una propuesta que termine con dos situaciones que a este cronista lo tiene con los pelos de punta en cada partido.
Cuidemos al caído. Digamos para abordar la primera de las cuestiones que estamos viendo mucho choque de pierna fuerte. Cada vez pareciera que todos se ‘juegan la vida en cada cruce’. Es demasiada la virulencia a veces. Patadones fuertes, jugadores en el suelo, amontonamientos de rivales que se miran mal. Empujones, remolinos defendiendo al caído y queriendo comerse al violento agresor.
Ahora, observando esos escenarios pareciera que el fútbol argentino emerge hoy en día como la contracara de las series de acción, en las que el tipo baleado dos veces, se levanta como si lo hubiera picado un mosquito y arremete bañado en sangre contra su agresor hasta que lo liquida.
¡Esos son valientes y no estos mequetrefes que hasta causan gracias desparramados en el piso! Caen ante la primera infracción, se revuelcan, gritan de dolor y exageran gestos de ‘me estoy muriendo acá mismo’. A los 30 segundos, salen corriendo como Jesucristo resucitado y todos sabemos que el flaco solo tuvo la intención de hacer correr el reloj porque está ganando o que le saquen una roja al ‘asesino’ que le acaba de cometer una falta. Esa es una imagen común en cada partido. Y, la verdad, ya no impresiona a nadie. Aburre por falsa.
Ya contamos en esta misma columna la calentura que ese tipo de situaciones causaba en el inolvidable Roberto Perfumo.
Allá, por los 90, cuando incluso esta manera de proceder estaba apenas en ciernes, el Mariscal saltaba en la silla cuando veía que un jugador empezaba con esa muestra actoral de principiante. “¡Levantate cagón!”, gritó una tarde en algún palco de prensa. Y explicaba: “No me vengan con eso de perder tiempo, haciéndote la víctima. Cuando yo jugaba, había que levantarse de una. Lo único que faltaba era que el rival creyera que te había dolido. Te levantabas, casi sin tocar el pasto. Y lo mirabas feo, para que sepa que ahora le ibas a pegar vos”, sonreía con picardía.
Los tiempos de aquel formato, tan barrial, ya no existen. Hoy, casi todo lo que se hace, es para que se note. Y si hay una cámara cerca que amplifique la acción, mucho más.
El fútbol es un juego de vivos, dicen. Y en la viveza entra todo: que rajen a un rival, que si no convenzo al árbitro en esta al menos sé que quedará condicionado en la siguiente, que si no consigo nada de eso y termino perdiendo el partido al menos que me sirva como una excusa para la semana, que, que, que…
Desde aquí hacemos una propuesta formal para los que organizan la cosa. Es sencilla y, por ahí en algunos casos, hasta podría servir para cuidar la salud del lastimado:
Jugador que cae, se revuelca y pide asistencia, deberá salir del campo de juego por unos 5 minutos. Ponele.
Pero ojo, insistimos que es solo para asistir bien el caído. Para evitar complicaciones en su bienestar general. Pensando en su familia. En el futuro de sus hijos.
¿Te duele tanto? ¿Necesitás que entre el carrito? Recuperate afuera. Así no corremos riesgos…
La podríamos llamar la Ley Perfumo, en homenaje al gran Mariscal.
Leelo a Bucay. ¿Será que uno se va poniendo viejo y cada vez más sensible? ¿Será que el fútbol, en tanto espectáculo televisivo, debe tener sí o sí actores protagónicos y secundarios, y a uno le cuesta aceptar eso? Será que… lo que sea.
Pero a uno le sale exclamar: ¡Que insoportable que está el fútbol nuestro con tanto jugador quejoso!
Se protesta todo. Se protesta por deporte, porque sí, para sacar alguna ventaja de las ya enumeradas en los párrafos anteriores. Cuando corresponde y cuando no. Cuando el otro me pega o cuando pego yo, pero igual trato de convencer al árbitro que esta patada fue más chiquita que una en contra del primer tiempo. O en un penal en contra, aunque también en uno a favor para ver si además sacan la roja. O de otro partido. O de otro país. O de otro siglo…
Aquí se me representan las figuras de Pablo Pérez, el Gordo Ortigoza, Aleman, Insaurralde, Lisando López, o de Lautaro Acosta….Del Kily González, Gallardo, Becaccese, Caruso Lombardi. Y muchos más próceres de la protesta.
Hace unas fechas atrás, un juez, Yael Falcón Pérez, tuvo que parar el juego mientras un equipo avanzaba sobre campo adversario, por una notoria baja en la iluminación. Casi un corte total. Y ahí se le vino el malón de enardecidas víctimas que vieron como se le cortaba un ataque a su ‘siempre castigado equipo’. El flaco vestido de negro, joven (y pareciera que con buen futuro), se les plantó, los miró sonriente y les aclaró: “Que queres que haga. Soy profe de Educación Física, guardavias y árbitro… Electricista todavía no; dame tiempo capaz que también estudio de eso”.
O lo tomas con gracias, o te calentás. O, porque no, pensar en alguna manera de ayudar a esos pobres muchachos que viven en la queja. Que el sufrimiento que padecen evidentemente los altera, los lleva al reclamo enérgico, a no estar a gusto en esa situación.
Por ahí les está haciendo mal al alma sentir tanta injusticia en su contra de parte de ‘ese señor que vive perjudicándonos’.
Aquí hay que apelar a la filosofía de vida. A una mirada cuasi budista de las cosas. A pensar en que la paz interior debe ser la meta de esos pobres muchachos que viven nerviosos, padeciendo.
Para mí que los pobres tendrían que buscar el camino de la autoayuda.
¿Y si lo leen al tal Bucay? Ese caballero, por lo que uno ve, vive pensando en esa dirección. Así como uno, un sábado a la tarde en la que no tenga nada mejor que hacer por ahí se mira un Almagro-Villa Dálmine, Don Bucay seguro que usa ese tiempo en crear alguna frase piola que sirva para este tipo de cuestiones.
…“Cada vez que algo se va, deja lugar a lo que sigue”… podría servir para que el quejoso piense en irse de un partido que le está haciendo mal a los nervios.
O, por ejemplo “Si estás en un callejón sin salida (el juez no me da pelota), no seas tonto…salí por donde has entrado”.
Y ahí el muchacho iracundo que se vaya para afuera, aceptando aquella máxima de “si te hace mal, soltalo, dejalo ir…”
Salí del terreno también 5 minutos.
En ese tiempo pensá en algunas líneas del budismo, el yoga, la autoayuda…..Sacá de tu cabeza los malos pensamientos, la ira. Rencuentra tu paz interior. Y no jodas más. Dejanos ver el partido.