Por Carlos Fanjul | EL PELO DEL HUEVO
‘No es posible un mundo mejor con árbitros bomberos’, asegura en el título de una pieza magistral el recordado Jorge Alorsa, líder del extinguido grupo musical La Guardia Hereje, quien partió joven a filosofar en las alturas hace ya casi una década.
Garabateó el gordo, mientras manejaba su taxi por las calles La Plata:
“Yo no sé si las luces del estadio lo cegaron en el corner, señor juez
O si fue el back central que lo tapó justo en el momento cumbre
Pero vinimos de tan lejos, señor juez, con banderas en las manos
Pa´ que usted nos robe así nuestra ilusión
Señor juez, no fue penal
Y le juro, desde acá donde yo estoy, desde atrás del alambrado
Lo vimos todos muy claro, señor juez, se tiró, no lo tocaron
Y es que vinimos de tan lejos pa´ alentar, papelitos en las manos
Pa´ que usted nos robe así nuestra ilusión
Señor juez, no fue penal.
…Yo no quiero su buen nombre mancillar ni mentar su santa madre
Pero dios sabe que usted se equivocó y la hinchada está que arde
Y es que nos vinimos de tan lejos, sabe, señor juez, con banderas en las manos
Pa´ que usted nos ponga triste el corazón
Señor juez, no fue penal”.
‘Penal para Barracas Central’. Con ese título recorre el espacio de las redes un video que se ha convertido en viral en estos días y que refleja un sentir que ronda en el mundo del fútbol local. Allí todos hablan del supuesto favoritismo hacia el equipo liderado por el Chiqui Tapia, el ‘capomafia’ de la AFA. Su club Barracas Central está a pocos pasos de acceder al sueño increíble de llegar a la Primera división, algo jamás pensado por nadie para un club que desarrolló su historia básicamente en las divisionales C y D, pero que desde 2010 hasta acá no ha parado de ascender. Ahora está a una fecha de resolver su grupo con Ferro y de ver si puede disputar el ascenso a lo máximo con el ganador de la otra zona (parece que Tigre o San Martín de Tucumán).
Claro que, según la cátedra, a esto ha llegado en base a una confabulación arbitral, mandada desde la AFA obviamente, que no para de darle penales inexistentes para que gane sus partidos.
Debo decir que he visto dicho video y que alguno de esos fallos me parecen razonables, que no dan para tanto ruido, mientras que otros resultan decisiones tan groseras que solo pueden explicarse en algún desequilibrio mental del juez o en la venta al Diablo de su alma minutos antes del partido.
Pero no importa, Barracas Central no es el centro de esta nota, sino que la cuestión pasa por esa especie de amor/odio que existe entre el hincha de fútbol y estos sujetos extraños que deciden rumbear su vida a ser árbitros de fútbol.
Porque, no jodamos, no es que juzgamos al tipo porque sea un burro o un inmoral, sino que lo hacemos solo cuando esa burrada o inmoralidad nos perjudica. Bien que nos hacemos los otarios cuando el ñato hace calentar a la contra por un penalcito mal dado a nuestro favor.
Lo cierto es que nuestro fútbol, como un espejo de lo que sentimos en cada orden de la vida, es un manto de dudas sobre la honorabilidad de quienes manejan la torta. Flota una sensación de injusticia y de favoritismos hacia el pez grande por sobre el pez chico. Como si todo estuviera digitado para que nunca el débil se ponga a la par del fortachón.
Es así, es la Argentina. O se la deja hacer y se la sufre, o se la transforma para que la tortilla se vuelva.
Árbitro bombero. La historia de José Bartolomé Macías (foto principal) es bastante curiosa. Su accionar en las canchas adquirió una gran relevancia allá por la década del 20 y hasta casi la mitad del siglo. De gran personalidad y de andar señorial, su fama de árbitro trascendió las fronteras y no extrañó que fuera designado lógicamente para dirigir varios partidos del primer Mundial disputado en 1930. Como tampoco que ostentara el récord de haber sido el elegido para 11 Superclásicos seguidos.
Nadie dudaba que fuera el mejor. Tampoco de su condición de mañoso y hasta manipulador, cosa que en varias confrontaciones lo llevó a salir insultado de la peor manera. Ahora bien, eso no impedía que en otras tardes, solo llenas de aciertos de su parte, un cerrado aplauso desde los cuatro costados lo acompañara al retirarse del césped. Extraño suceso, muy alejado de la lógica del hoy.
Lo cierto es que por él nació el apodo tribunero de “arbitro bombero”, una tarde en la que se produjo un incendio en una de las tribunas y el hombre de negro agarro decididamente una de las mangueras de los bomberos para terminar con el siniestro.
La revista El Gráfico lo inmortalizó en una foto con el epígrafe “Bartolomé Macías, árbitro y bombero”.
Lo del tono ofensivo y acusatorio que adquirió la definición, es una cuestión que solo encontrará respuestas en los sabios del lunfardo y de las esquinas de barrio.
Sobran sin embargo las historias de árbitros bomberos a lo largo de la historia futbolera argenta. Cualquier sobremesa permite que afloren en cantidad. Como aquella tarde del Expreso de Gimnasia, que se encaminaba directo al título en el ’33, hasta que se cruzó por su vida el árbitro Alberto Rojo Miró. Primero ante Boca que le dio vuelta el marcador con varios fallos raros y poco después frente a San Lorenzo. Un penal no otorgado y un gol en contra sin que la pelota hubiera traspasado la línea, llevaron a una memorable protesta: los jugadores del Lobo decidieron sentarse en el pasto hasta que ver como el azulgrana terminaba fabricando una patética goleada por 7 a 1. San Lorenzo fue el campeón.
La literatura siempre calma. Los hombres de las letras abordaron extensamente la cuestión de los jueces y sus realidades. Aunque claro, como buenos artistas de las palabras, le dieron a la cosa un sentido mucho más amable que la triste realidad de las sospechas que, con razón o sin ella, abundan en cada charla futbolera.
El enorme Roberto Fontanarrosa lo hizo en el cuento Fútbol y ciencia, en el que, sin saberlo, o sí, anticipaba la llegada del VAR asegurando que la tarea requería “de personas aptas para aguantar en las orejas, en la espalda y en la ética una tormenta de improperios” y que no sería para tanto con una estructura tecnológica: “El juez, fría su mente, gozando del privilegio de beber su marca de cerveza preferida en tanto vigila a los 22 jugadores, cuenta, entonces, con la inestimable ayuda de mil ojos electrónicos, que complementan los suyos».
El gran maestro uruguayo Eduardo Galeano nos ofreció en El Fútbol a Sol y a Sombras, una síntesis para pensar en estos tiempos de sospechas bastante verosímiles, por cierto: «A veces, raras veces, alguna decisión del árbitro coincide con la voluntad del hincha, pero ni así consigue probar su inocencia. Los derrotados pierden por él y los victoriosos ganan a pesar de él. Coartada de todos los errores, explicación de todas las desgracias. Los hinchas tendrían que inventarlo si él no existiera”.
Al final, Alejandro Dolina en Crónicas del Ángel Gris, nos cuenta la historia de un juez muy especial, el colorado De Felipe, a quien calificaba como “un árbitro demasiado justo” que no solo sancionaba alguna infracción “sino que sopesaba también las condiciones morales de los jugadores involucrados, sus historias personales, sus merecimientos deportivos y espirituales. Jamás iba a cobrarle un penal a un defensor decente y honrado, ni aunque el hombre tomara la pelota con las dos manos. En cambio, los jugadores pérfidos, holgazanes o alcahuetes eran penados a cada intervención. Creía que su silbato no estaba al servicio del reglamento, sino para hacer cumplir los propósitos nobles del universo. Aspiraba a un mundo mejor, donde los pibes melancólicos y soñadores salen campeones y los cancheros y compadrones se van al descenso”.
Recordaba el Negro que “una tarde casi lo matan en Ciudadela. Los Hombres Sensibles de Flores lamentaron no haber estado allí, para hacerse dar una piña en su homenaje”.