El recuerdo, necesidad loca de revivir lo vivido con la fuerza de una visión, brota sin cultivo ni propósito. Simplemente sucede. Se recuerda porque ese recuerdo forma parte de la vida y en ocasiones actúa como si fuera un músculo avivado por un aguijonazo. De modo ingobernable. Imposible reprimirlo o ignorarlo; posible, sí, olvidarlo, fingir desmemoria y sortear así la quemazón que provoca. El recuerdo, un acuerdo con la memoria. Porque la memoria es subversiva, subvierte el presente, por un momento lo sumerge en sombras, en una sabiduría sombrosa que ayuda a presentir el futuro.
La memoria, en este país, ataca, arremete, se abalanza. Y lo bien que hace en hacerlo. Mal que les pese a los que profesan y alientan el olvido del recuerdo.