Redacción Canal Abierto | Pese a que pasaron 68 años de aquel 16 de junio de 1955 que pasó a la historia como “el bombardeo de la Plaza de Mayo”, el número de víctimas es todavía discutido. De sus vidas, sólo quedó una placa que la CGT inauguró en 2005 en el hall de su sede, un tótem detrás de la Casa Rosada que se inauguró en 2009, y un libro que en 2010 publicó la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación.
“En todos figura: apellido coma nombre, apellido coma nombre. ¿Quiénes eran esas personas? Detrás de ese apellido y de ese nombre hubo un ser humano que yo quiero rescatar. Hubo el joven, el estudiante, el arquitecto, el sindicalista, el granadero. La memoria colectiva debe rescatar esa integralidad del ser humano, la vida”, sostiene el escritor, profesor de Historia e investigador, Héctor De Arriba, que ayer presentó Los muertos de Plaza de Mayo, en el Espacio para la Memoria de Avellaneda, un libro que da cuenta de mucho más que apellidos comas y nombres.
Al comienzo de la investigación que duró cinco años, De Arriba quiso indagar en quiénes eran las víctimas del bombardeo del 55. Ese hito que marcó la historia argentina, en el que aviones de la Marina de Guerra Argentina, con apoyo de sectores de la Fuerza Aérea y civiles opositores, descargaron bombas sobre los manifestantes y transeúntes de la Capital Federal con el objetivo principal de matar al entonces presidente Juan Domingo Perón y dar un golpe de Estado, aún desvela a muchos historiadores.
Sin embargo, en ese derrotero se topó con otros muertos, igual de ignotos. “Al investigar estos hechos me encuentro con que hubo dos precedentes: dos bombas que estallan en la Plaza de Mayo el 15 de abril de 1953, en un acto organizado por la CGT, coronado por las palabras del presidente Perón, que producen seis víctimas fatales y numerosos heridos. Y antes, al terminar el 17 de octubre de 1945, en la desconcentración de la Plaza de Mayo, donde la gente fue a recuperar la figura y la presencia del entonces coronel Perón, hubo dos muertos en la madrugada del 18”, relata el investigador en diálogo con Canal Abierto.
Durante los primeros años, recorrió la Biblioteca del Congreso, la Biblioteca Nacional, los libros de inhumaciones de los cementerios. Pandemia mediante, recurrió a las redes sociales y allí contactó a familiares de las víctimas de los tres hechos y reconstruyó sus historias.
Las víctimas del 45
Según pudo saber De Arriba, a las 3 de la mañana del 18 de octubre del 45, dos jóvenes —Darwin Ángel Passaponti (18 años) y Francisco Ramos (21 años)—, fueron asesinados.
“La historia de Darwin Ángel se rescató un poco más porque una rama del Justicialismo la tomó y colocó una placa en el lugar donde cayó, sobre Avenida de Mayo a pocas cuadras de la Plaza. Allí hubo un tiroteo, que nunca se supo quién inició, entre los empleados del Diario Crítica y los jóvenes unionistas y aliancistas, a los cuales pertenecía Darwin, y cuya columna se desconcentraba por allí —relata el autor—. Darwin era miembro de la Unión Nacional de Estudiantes Secundarios, rama juvenil de la Alianza Libertadora Nacionalista, y era estudiante de 5º año del colegio Mariano Acosta”.
Esa madrugada, Darwin cayó con un balazo en la frente, que provenía de los ventanales del Diario Crítica, opositor al general Edelmiro Farrell, en el que el matutino veía similitudes con el fascismo italiano.
“Después de su muerte, el papá de Darwin, que era socialista, se pasó al Justicialismo. Era farmacéutico, igual que la mamá. Se mudan a Moreno, trasladan los restos de Darwin que hoy descansan allí, y abrieron una farmacia que hoy todavía se llama Passaponti”, cuenta De Arriba.
Esta historia es solo una de muchas que completan los seis capítulos del libro donde el historiador se propuso, según sus palabras, “darles vida a estos muertos”.
Las víctimas del 53
La otra historia casi desconocida que rescata De Arriba sucedió el 15 de abril de 1953, durante una concentración de la CGT, mientras Perón hablaba desde el balcón.
“Estalló una bomba en la Plaza de Mayo que produjo más de 90 heridos, y que estaba colocada dentro de un hotel que estaba en la esquina de Defensa e Hipólito Yrigoyen —detalla—. El acto continuó, vinieron las ambulancias. En las filmaciones, que se pueden encontrar en Youtube, se ve cómo el Presidente mira a su izquierda, donde estalló la primera bomba, la gente se enardece y grita ‘leña, leña, leña’, y el Presidente responde: ‘si ustedes quieren leña, sean los primeros en aplicarla’. Termina su frase y estalla la segunda bomba dentro del subte de la Línea A que está en la esquina de Hipólito Yrigoyen y Balcarce, que mata a tres empleados del subte y, por la onda expansiva, a tres manifestantes que estaban cerca: un sindicalista de la Unión Obrera de la Industria de la Madera, una señora italiana, jubilada, de 84 años, y un taxista”.
Sobre cada uno de ellos, De Arriba trae datos, detalles, vivencias. Cuenta quiénes eran y cómo fueron recordados por quienes los conocieron, cómo siguieron sus familias adelante.
Las víctimas del 55
“Para el politólogo francés Alain Rouqié ‘algunos testimonios hablan de 1.000 y hasta 2.000 muertos enterrados a hurtadillas en la Chacarita’. La investigación oficial realizada por el Archivo Nacional de la Memoria-2015, aclaró que había ‘un número incierto de víctimas cuyos cadáveres no lograron identificarse, como consecuencia de las mutilaciones y carbonización causadas por las deflagraciones’ (…).Perón, escribió en 1956: ‘Querían terminar conmigo y para eliminar a un hombre no vacilaron en matar a quinientos’”.
El fragmento que antecede forma parte del libro de De Arriba, y da cuenta de la tarea titánica que resulta rescatar del olvido a estas personas imposibles de contabilizar porque de algunas de ellas, incluso, la historia se ha tragado hasta el nombre.
Es que aquel 16 de junio de 1955 fue, según dice el autor, “erróneamente llamado el bombardeo a Plaza de Mayo” porque, en realidad, “ocurrió en un espacio geográfico distinto”.
Su salvedad radica en que los pilotos que comandaban los aviones con la leyenda Cristo Vence no pretendían bombardear la Plaza sino, específicamente, matar a Perón. Y, en esa búsqueda, las bombas fueron mucho más allá de la Plaza.
“El 16 de junio de 1955, a las 10, se esperaba un desfile de aviones para desagraviar la quema de la bandera y hacerles un homenaje a San Martín y Belgrano”, recuerda De Arriba.
El desagravio venía a cuenta de lo que había pasado días atrás, el 11 de junio en la procesión de Corpus Christi que fue de la Catedral porteña hasta Plaza Congreso por Avenida de Mayo. Allí, los católicos y miembros de la oposición quemaron una bandera argentina. El hecho tiene explicación. Para ese entonces, la situación política se había vuelto cada vez más tensa, y a lo que ya se había configurado como un aguerrido antiperonismo se había sumado un actor: la jerarquía católica. Esa quema pretendió ser un acto de desafío al gobierno comandado por Perón.
Sin embargo, el 16 de junio amaneció nublado, y el desfile de aviones se suspendió por baja visibilidad. “Pero, sabiendo los aviadores de la Marina de Guerra de este desfile, se prepararon junto con comandos civiles para hacer un desfile agresivo. Y hacia el mediodía, salen de Punta Indio, Bahía Blanca y Morón, aparecen por Plaza de Mayo y tiran las primeras bombas, a las 12.40”, indica el escritor.
Tras el primer bombardeo, la CGT convocó a defender al Gobierno y comenzaron a llegar a la Plaza camiones con obreros. A las 15.15, nuevos aviones descargaron otra tanda de bombas sobre los manifestantes. A las 17.23, un tercer bombardeo completó la masacre.
«Las bombas que cayeron sobre Plaza de Mayo lo hicieron sobre la base del Monumento a Belgrano, que todavía está justo en frente de la Casa Rosada. Pero no sólo se bombardeó la Casa Rosada, Paseo Colón, Hipólito Yrigoyen, el Parque Colón que antes era la estación de servicio del ACA, sino que los aviadores recibieron información de que el Presidente no estaba en la Casa Rosada, entonces fueron a Recoleta, donde estaba la residencia presencial, en el Palacio Unzué. Los aviones bombardearon la zona y mataron a seis personas: un barrendero, un chico de 15 años, un vecino, una mucama…”, narra.
Dos aviones más ametrallaron a las tropas oficialistas que venían de La Tablada por Crovara, y a los obreros que habían salido de la fábrica de jabón Federal. “Allí mataron a un obrero y a un conscripto”, según pudo reconstruir De Arriba.
La jornada terminó con quema de edificios: las iglesias que estaban en las inmediaciones de la Plaza. “Hay que hacerse una idea de lo que fue ese jueves. Bombardeos, muerte, sangre, gritos, destrucción, lluvia y, por la noche, fuego”, explica el historiador.
Luego cuenta: “Hubo un caso de un joven de 25 años que estaba cerca de la Plaza de Mayo ese 16 de junio. Su familia no era peronista y uno de los aviadores que tira las bombas era su primo, que no sabía que él pasaba por la Plaza ese día. El joven murió. La familia quedó separada”.
Y finaliza: “Mi libro intenta rescatar a las personas en su faceta humana. Esas vidas quedaron truncas, con un proyecto que no llegó a desarrollarse, yo quise contar eso”.