Por Federico Chechele | Si hacemos un recorrido rápido, veremos que el pueblo, si se equivoca, se equivoca poco. Si nos remontamos al retorno de la democracia, el triunfo de Ricardo Alfonsín fue lógico: representó la paz social que la sociedad reclamaba y que aquel peronismo del ´83 no era el más atinado. La victoria de Carlos Menem también tuvo su sentido, el país estaba incendiado y desde el interior profundo del país llegaban las promesas de una revolución productiva y salariazo. De nuevo el radicalismo, con Fernando De la Rúa a la cabeza, se embanderó para poner orden a una parafernalia de los ´90 que había hecho trizas un país que parecía tocar el futuro, pero con la mitad de su población a la deriva. Hasta que explotó todo nuevamente y otra vez el peronismo, con Néstor Kirchner, prometió sensatez y sentimientos. El triunfo de Macri vino a poner en pausa 12 años de un mismo gobierno que postulaba como candidato a un Daniel Scioli que poco y nada tenía para mostrar. Una vez más estalla el país y la figura de Alberto Fernández es elegida para amontonar a ajenos y extraños, y así lograr la retirada del macrismo con el FMI parado arriba de la mesa. Pero las respuestas no llegaron, y llegó agosto del 2023.
En las elecciones Primarias de agosto parecía haber fallado aquel axioma de Juan Domingo Perón. A saber: que el pueblo nunca se equivoca. El triunfo de Javier Milei descolocó a todo un país, pero esa cantidad de votos hacia un espacio que asusta hasta estéticamente tuvo su llamado de atención ante la falta de respuesta del gobierno actual y la negativa de recurrir nuevamente al macrismo.
Por suerte existe este esquema electoral, que se transformaron en encuestas a cielo abierto y así poder corregir los errores. El candidato presidencial Sergio Massa lo hizo y toda la militancia partidaria, orgánica, digital y vecinal, también. Y la maquinaria funcionó hasta dar vuelta una elección que, contando con los dedos de la mano, fue inesperada para la mayoría de la población.
¿Cómo un candidato que no puede controlar una inflación que ronda el 150% anual y con un dólar a 1000 pesos puede ganar una elección? Hay dos motivos elocuentes: 1) Massa se mostró como el dirigente que se tiró arriba de la bomba y que hará todo lo posible para que las esquirlas no le lleguen a la mayoría de la gente. 2) Enfrente estaban Frankenstein y Drácula.
El primer punto se analiza sólo. Agarró el Ministerio de Economía en un momento espinoso para lanzarse al primer plano y así lograr su candidatura presidencial. Los números en rojos no lo ayudaron mucho; sus ganas de ser, un montón.
El segundo punto es, quizás, el motivo del triunfo de ayer. A Drácula se lo vio trastabillar durante todo el tramo entre agosto y octubre, nunca hizo pie ni logró convencer a sus propios. Por eso Bullrich se retira de la peor manera: sola, triste y con un final que gran parte de la sociedad le deseó tras varios años de cipayismo explícito, cobardía política y fascismo de consorcio.
Frankenstein es una obra literaria que fue publicada en 1818, pero la metáfora -por más elocuente que sea- nos deja corto al proyecto de país adaptado al 1300 al que todavía nos intenta llevar Javier Milei. Una cosa es la economía de mercado, que es uno de los tantos sistemas o modelo de país, y otra muy distinta es la propuesta de arrastrar a una “sociedad de mercado” donde todo tenga un precio, donde todo se compre y se venda. Ese fue el límite que taponó a la manada de leones.
El tercero punto, lo agregamos ahora: el pueblo, la gente, la sociedad – elija usted el sustantivo que quiera – para quienes se montaron una campaña de convencimiento, de puerta a puerta, de discusiones y debates, y de flyers arrojados como una botella al mar para lograr el triunfo de anoche y llegar a noviembre de pie para derrotar al fascismo, a quienes reivindican la dictadura y a quienes se oponen a una sociedad con derechos.
Ilustración: Marcelo Spotti