Por Néstor Espósito | El presidente de la Corte Suprema de Justicia, Horacio Rosatti, dijo el lunes pasado en un acto en el Congreso por los 40 años de la democracia y homenaje a los constituyentes de 1994 que “no se puede decir cualquier cosa sobre las Islas Malvinas”. Habían pasado menos de 24 horas desde que el candidato presidencial por La Libertad Avanza (LLA), Javier Milei, tartamudeaba ante su contrincante de Unión por la Patria, Sergio Massa, cuando se refirió a ese tema.
Milei no pudo ocultar su admiración por Margaret Thatcher y Malvinas inesperadamente se convirtió en un punto más de diferenciación en el debate.
¿Rosatti le hizo un guiño a Massa? Parece más que claro que así fue. Pero también hubo una actitud oportunista y ciertamente incoherente –en lo profundo- respecto del colonialismo.
“Creemos que vamos a recuperar las Malvinas”, proclamó Rosatti, empinándose sobre el texto constitucional que él contribuyó a escribir como convencional en 1994. Interpretó un anhelo colectivo. Pese a los intentos de sucesivos gobiernos (siempre alineados ideológicamente a la derecha) de “desmalvinizar” a la sociedad argentina, ese territorio que pocos conocen pero casi todos aman es parte de la identidad nacional.
Al día siguiente de aquella proclama, Rosatti –junto con Carlos Rosenkrantz, Juan Carlos Maqueda y Ricardo Lorenzetti- firmó el fallo que ratificó la extradición de Facundo Jones Huala, el referente mapuche, a Chile, para cumplir una condena por un delito común teñido de político por las autoridades trasandinas. Para el Poder Judicial argentino, los derechos de los pueblos originarios –que también están consagrados en la Constitución- parecen un tema menor. Que cede, además, ante los derechos invocados por los ahora propietarios de la tierra que los pueblos originarios reclaman por derechos ancestrales.
¿Qué tienen de diferente las situaciones de los reclamos soberanos de la Argentina sobre Malvinas respecto de los planteos históricos de las comunidades de pueblos originarios sobre los territorios que reivindican como propios?
Argentinos vivían en territorio malvinense cuando el 3 de enero de 1833 desde el otro lado del mundo llegaron tropas británicas que invadieron el archipiélago, desplazaron a sus habitantes, se instalaron allí por la fuerza, designaron autoridades sin más autoridad que su propio designio, se rigieron por sus propias leyes y se proclamaron dueños de un territorio ajeno que invadieron y tomaron por asalto.
En América (cuando aún no se llamaba América, porque Vespucio no era conocido por estos territorios) ocurrió lo mismo. Civilizaciones enteras a lo largo de todo el continente poblaban las distintas geografías con sus culturas, sus costumbres, sus credos y sus normas de convivencia. Hasta que desde el otro lado del mundo comenzaron a llegar foráneos que hicieron lo mismo que los británicos cuatro siglos después con las Malvinas.
Lo mismo, no. Hubo varios agravantes, que aún perduran y nunca fueron juzgados: masacraron a los pueblos que ya habitaban en estas tierras, les impusieron por la fuerza sus creencias y tradiciones, saquearon sus riquezas, los sometieron a esclavitud, violaron a sus mujeres e importaron pestes y enfermedades desconocidas.
Es imposible para alguien intelectualmente honesto reivindicar la soberanía en Malvinas (que está absolutamente fuera de discusión, valga aclararlo) y llamar “terroristas “a las organizaciones que reclaman que les devuelvan un pedacito de todo lo que les robaron a lo largo de la historia.
El término “colonialismo” debe su origen a Cristóbal Colón, quien fue la punta de lanza de una masiva conquista territorial que avasalló, desplazó y asesinó a las poblaciones que vivían en esos lugares. En Malvinas, y en cada territorio colonial fuera de Europa, ocurrió y ocurre lo mismo.
Es cierto: no se puede decir cualquier cosa.
Néstor Espósito: @nestoresposito