Redacción Canal Abierto | “Los liberales argentinos son amantes platónicos de una deidad que no han visto ni conocen. Ser libre, para ellos, no consiste en gobernarse a sí mismos sino en gobernar a los otros. La posesión del gobierno: he ahí toda su libertad. El monopolio del gobierno: he ahí todo su liberalismo. El liberalismo como hábito de respetar el disentimiento de los otros es algo que no cabe en la cabeza de un liberal argentino. El disidente es enemigo; la disidencia de opinión es guerra, hostilidad, que autoriza la represión y la muerte”
Esta definición no lleva la firma de Juan Manuel de Rosas o Facundo Quiroga -íconos del caudillismo federal que el liberalismo argentino tanto batalló-, ni la de alguno de los tantos lúcidos pensadores que en la última centuria intentaron revisitar nuestra historia -Arturo Jauretche, por mencionar sólo uno-. Tampoco la escribió un anarquista de principios del siglo XX ni un militante peronista.
Son palabras de Juan Bautista Alberdi, el teórico liberal más notable que dio nuestro país. Político, jurisconsulto y escritor, escribió numerosísimas obras y ensayos, entre los que destaca su Bases para la organización política de la Confederación Argentina, una suerte de borrador de la Constitución de 1853.
Desde hace un tiempo, cuando era sólo un estridente panelista de televisión, y hasta el día de hoy, ya en su rol de Presidente de la Nación, Javier Milei se intenta presentar como la verdadera encarnación de la herencia alberdiana. “Hoy volvemos a abrazar las ideas de Alberdi. De nuestros padres fundadores que hicieron que en 35 años pasáramos de ser un país de bárbaros a ser potencia”, llegó a decir durante su discurso triunfal del 19 de noviembre.
Pero lo cierto es que, lejos de retomar y darle impulso a su pensamiento, el mandatario ultraderechista no hace más que violar las ideas y la figura de quien fuera uno de los miembros más influyentes de la Generación del ´37. Para empezar, con su política de ajuste y achicamiento del aparato productivo en pos de lo que parece ser un proyecto de mayor primarización de la economía.
Consultado por CNN en Español, el historiador Felipe Pigna definía a nuestro prócer como “un gran admirador del modelo norteamericano de desarrollo interno, que se traduce en la capacidad de consumo de la población para movilizar la industria y economía”. Y si bien es cierto que en sus escritos hacía un fuerte culto del individuo (“cada hombre tiene el encargo providencial de su propio bienestar y progreso, porque nadie puede amar el engrandecimiento de otro como el suyo propio”), lejos estaba Alberdi de idolatrar eso que hoy conocemos como “mercado”.
Basta decir que en su libro La omnipotencia del Estado es la negación de la libertad individual plantea que “las sociedades que esperan su felicidad de la mano de sus Gobiernos, esperan una cosa que es contraria a la naturaleza”. Sin embargo, en el mismo advierte, por ejemplo, que “tiene como responsabilidad la educación gratuita de la población en sus diferentes niveles y ésta es una clave del pensamiento liberal argentino”.
Para Alberdi, uno de los caminos ineludibles para el engrandecimiento de la Nación era su industrialización. De eso se trataba su celebre “gobernar es poblar”, premisa que luego devendría en aquella invitación de los constituyentes, en el Preámbulo, a «todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino”.
Allá por 1963 se opuso fervientemente a la infame guerra contra el Paraguay y cuestionó en duros términos a quien nos empujó a aquella carnicería latinoamericana, Bartolomé Mitre (presidente argentino entre 1862 y 1868). Por entonces, rechazó lo que el más prominente -y a la vez el más sanguinario- del clan vendía como una “guerra justa” y en nombre de la “libertad”.
Más allá del trasfondo histórico y político que atravesaba el periodo –demasiado complejo y extenso para detallar aquí-, durante esos años Bartolomé emprendió una serie de medidas para la consolidación del Estado nacional en términos modernos. Para ello, restableció la hegemonía política de Buenos Aires sobre el resto de las provincias a sangre y fuego, persiguiendo a caudillos locales y masacrando a poblaciones que no le eran afines.
Pero la ambición de Mitre no se limitó a lo que por entonces comprendía al territorio argentino. Mediante la guerra, y en alianza con el Brasil imperial y un gobierno de facto uruguayo previamente impuesto por los sectores dominantes porteños, buscó someter política y económicamente al Paraguay de Solano López. El pecado de este y su predecesor, Gaspar Francia, no había sido otro que impulsar un proyecto autónomo y desarrollista en la región que intimidaba a los sectores liberales que encarnaba la familia Mitre.
Son numerosas las fuentes utilizadas por el reconocido historiador León Pomer en su “La Guerra del Paraguay. ¡Gran Negocio!”, en las que el diario La Nación baja línea contra la “dictadura” de López. De esa manera, la “inteligencia” criolla legitimaba la avanzada que luego se convertiría en una de las peores masacres entre pueblos de la región.
“Los personeros, los instigadores, los sicarios o mercenarios de esa guerra cruel e inhumana fueron Bartolomé Mitre y sus secuaces. Inglaterra puso el dinero y sus condiciones”, explica León Pomer en diálogo con Canal Abierto.
“Los aportantes de capital para la guerra fueron los grandes capitalistas porteños, que se beneficiaron como proveedores de armas, uniformes, etc. Ganaron un montón de dinero y, luego, favorecieron a Mitre con aportes para el diario La Nación y una casa donde vivió tras la presidencia, y que es hoy el Museo Mitre en la calle San Martín”, cuenta Pomer, quien además de ser un prominente investigador, es docente de la Universidad de Buenos Aires.
Así es, el mismo medio de comunicación que hoy defiende a capa y espada el Decreto de Necesidad y Urgencia y la ley omnibus con que Milei busca avanzar sobre la República, los derechos adquiridos y el derecho a la protesta, entre otras cosas.
En relación a estos negociados mitristas, Pomer asegura: “Enriquecerse a costa del Estado es una cosa tan antigua que se remonta a la colonización española. Es una tradición que persiste hasta el día de hoy, como es bien notorio”. Aquí también cabe señalar el profundo agujero que dejó el conflicto bélico en las finanzas argentinas, con millonarios empréstitos ingleses que llegaban al país por intermedio de la banca brasilera. Siempre en nombre de la “libertad”, por supuesto.
Las cifras de población paraguaya asesinada por causas directas (acciones bélicas) e indirectas (hambre, estrés, epidemias como la del cólera) todavía son variables, pero todos los autores aceptan que la mortandad fue enorme. Diversas fuentes afirman que la merma en la población paraguaya habría sido de alrededor de un millón es personas. Es decir, según la edición de la Enciclopedia Británica de 1911, una mortalidad total de más del 60%, y la masculina de un 90%.
No obstante, las manos de Mitre no sólo se vieron manchadas de sangre paraguaya. Fueron frecuentes las campañas contra poblaciones de provincias argentinas que se oponían a su dominio, o que simplemente repudiaban la guerra.
“Un alto jefe militar brasilero le escribe al emperador diciendo que el Ejército argentino arrojaba deliberadamente cadáveres coléricos al Río Paraná para contaminar a la gente que vivía a ambas veras del rio. Es decir, que había que exterminar a poblaciones que eran adversas a la participación en la Guerra del Paraguay”, detalla Pomer.
Basta obervar qué “liberalismo” nos ofrece hoy Javier Milei para echar por tierra su pretendido ascendente alberdiano y, en cambio, advertir el corrimiento hacia un ideario más relacionado a Bartolomé Mitre, el destinatario de la definición de liberal citada al inicio de esta nota.
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