Redacción Canal Abierto | La convocatoria al Senado para tratar hoy el megadecreto con el que el Gobierno inauguró su cruzada para “refundar la Argentina” fue la decisión de Victoria Villarruel que desató el enojo presidencial.
Ni bien se conoció la convocatoria a sesión, Javier Milei pidió que se difundiera un comunicado de la Oficina del Presidente que reza: “Tanto el tratamiento apresurado del DNU 70/23 como la iniciativa de promover una fórmula jubilatoria sin consenso violentan el espíritu de acuerdo promovido por el Presidente en su convocatoria al Pacto de Mayo”, en un claro reto público a su vicepresidenta.
No contento con ello, el ejército de trolls libertario arremetió contra Villarruel, con una virulencia tuitera que no escatimó en detalles de su vida privada ni en sospechas sobre su lealtad.
Pese a que escalar los conflictos parece ser una marca de estilo meleísta, la tensa relación entre un primer mandatario y su vice no es privativa del muy particular gobierno de La Libertad Avanza. De hecho, esto ocurrió muchísimas veces a lo largo de la historia argentina.
Una historia de internas
Muchos recordarán las peleas de gobiernos recientes: La de Néstor Kirchner con Daniel Scioli, la de Cristina Fernández con Julio Cleto Cobos —y su voto de “no positivo” que desempató en contra de la Resolución del Ejecutivo que pasó a la historia como “la 125”—, o la reciente interna a cielo abierto entre Alberto Fernández y Cristina, en su rol de vice. Pero la primera tensión de la que se tiene registro entre ambos integrantes de una fórmula presidencial data de la presidencia de Domingo Faustino Sarmiento (1868-1874) y su vice, Valentín Alsina.
Según cuentan los libros, el padre del aula no se llevaba con Alsina. Tan poco coincidía con su vice, que dicen que le dijo: “Usted no se meta en mi gobierno; límitese a tocar la campanilla en el Senado durante seis años y lo invitaré de tiempo en tiempo a comer para que vea mi buena salud”.
Pese a que escalar los conflictos parece ser una marca de estilo meleísta, la tensa relación entre un primer mandatario y su vice no es privativa del muy particular gobierno de La Libertad Avanza. De hecho, esto ocurrió muchísimas veces a lo largo de la historia argentina.
Otra situación donde quedó al descubierto una interna fue durante la segunda presidencia de Hipólito Yrigoyen (1928-1930). En esa ocasión, ante la inminencia del golpe de Estado y tras la renuncia del primer mandatario, el vicepresidente Enrique Martínez —en ejercicio de la Presidencia— decretó el estado de sitio y pensó en renovar el gabinete, ambicionando quedarse con el cargo. Pocas horas después, el general José Félix Uriburu, quien encabezaría el Gobierno de facto, le pidió la renuncia también a Martínez esa misma tarde.
Algo similar ocurrió con Roberto Marcelino Ortiz y Ramón Castillo (1938-1944), quienes asumieron luego de una de las elecciones más fraudulentas de la historia argentina. Pese a ello, Ortiz, radical antipersonalista, quería terminar con el fraude y poner en orden las instituciones. Castillo representaba el ala conservadora de la coalición de gobierno (La Concordancia), el Partido Demócrata Nacional.
Por su parte, Juan Domingo Perón (1946-1955) —quien llamó a elecciones durante su segundo mandato para elegir al vicepresidente, tras la muerte de Hortensio Quijano—, se llevó su chasco con el elegido, Alberto Teisaire. Tras el derrocamiento de Perón, el 16 de septiembre de 1955, el gobierno de facto de la autodenominada Revolución Libertadora hizo pública una filmación en la que Teisaire acusaba al expresidente de desleal y cobarde, entre otras críticas.
Otro que no se llevaba bien con su vice era Arturo Frondizi (1958-1962). Y es que Alejandro Gómez quería recomponer relaciones con la otra ala de la Unión Cívica Radical, la del Pueblo, encabezada por Ricardo Balbín, y se enfrentó al Presidente por la explotación petrolera, que Frondizi abría tácitamente a la extranjerización, y el vice quería mantener estrictamente nacional.
Es justo recordar también los enfrentamientos entre el más progresista Héctor Cámpora y su vice, el conservador Vicente Solano Lima; y la de Carlos Saúl Menem y su primer segundo, Eduardo Duhalde, quien renunció para candidatearse, y ganar, como gobernador de la Provincia de Buenos Aires. Pese a ello, cuando el expresidente murió, el oriundo de Banfield sostuvo en declaraciones a Clarín: “Recuerdo que era imposible pelearse con él. Uno le decía las cosas más duras, pero él siempre las esquivaba. Iba llevando la conversación de manera tal que siempre tenía razón. Nunca era agresivo, era una persona especial, muy tranquila. Como a todos los que estuvimos en ese lugar, la Presidencia, le tocó convivir con esa enfermedad que es el poder”.
Esta lista debe ser coronada con acaso la grieta más importante entre un presidente y su vice que ha tenido la historia nacional: la de Fernando De la Rúa y Carlos “Chacho” Álvarez. La fórmula de la Alianza que ganó las elecciones de octubre de 1999 se resquebrajo menos de un año después, cuando el vicepresidente renunció luego de denunciar el caso de coimas en el Senado y posibles casos de corrupción en el gobierno. El Gobierno entero caería, luego de una pueblada, un año más tarde.
Consideraciones y curiosidades sobre los vices
El cargo de vicepresidente no nació con el de presidente: mientras el primer mandatario de la historia argentina fue Bernardino Rivadavia (1826-1827), el primer vicepresidente fue el de Justo José de Urquiza (1854-1860), Salvador María del Carril.
Este cargo es, por un lado, el de un suplente del presidente. Debe reemplazarlo cuando éste se ausenta por viajes o enfermedad, o en casos más definitivos, como su destitución o renuncia. Hasta allí, es un rol pasivo, que sólo entra en acción en ocasiones muy particulares.
Pero también tiene un rol de cierto poder, ya que es quien preside el Senado, un cuerpo colegiado donde, si bien no participa de los debates ni vota leyes, debe tejer alianzas para vehiculizar las iniciativas del Ejecutivo y, en caso de empate, definir las votaciones (como lo hizo Cobos).
Usted no se meta en mi gobierno; límitese a tocar la campanilla en el Senado durante seis años y lo invitaré de tiempo en tiempo a comer para que vea mi buena salud”, le dijo Domingo Faustino Sarmiento a su vice, Valentín Alsina.
Como es un cargo elegido por voto popular, tiene legitimidad democrática. Por lo tanto, el presidente no puede removerlo.
Según la Constitución Argentina, en su artículo 75, en caso de ausencia, renuncia o muerte del vicepresidente, no hay obligación de reemplazarlo. En todo caso, es el Congreso quien debe decidir si procede, o no, con una nueva elección para ocupar el cargo. De hecho, en solo dos oportunidades se reemplazó al vicepresidente de la Nación: en 1928, cuando en la fórmula Yrigoyen-Beiró este último falleció antes de asumir el cargo y el entonces Colegio Electoral designó a Enrique Martínez como reemplazo; y en 1952, cuando al fallecer Quijano antes de asumir la segunda presidencia con Perón, se convocó a elecciones.
Sin embargo, fueron más las veces que el vice tuvo que asumir la Presidencia: ocurrió cuando Carlos Pellegrini (1890-1892) debió reemplazar a Miguel Juárez Célman (1886-1890); cuando José Evaristo Uriburu (1895-1898) ocupó el cargo tras la renuncia de Luis Sáenz Peña (1892-1895); cuando José Figueroa Alcorta (1906-1910) asumió la Presidencia luego del fallecimiento de Manuel Quintana (1904-1906); cuando Victorino de la Plaza (1914-1916) hizo lo mismo tras fallecer Roque Sáenz Peña (1910-1914); cuando Castillo (1942-1943) reemplazó a Ortiz (1938-1942), y finalmente, cuando María Estela Martínez (1974-1976) reemplazó a Perón (1973-1974), luego de su muerte.
Una curiosidad: ninguno de los cinco presidentes que gobernaron durante más de un período (Julio Argentino Roca, Yrigoyen, Perón, Menem y Cristina Fernández), repitió a su vicepresidente en su segundo período.