Por Mariano Vázquez | Tras el cimbronazo del avance de la ultraderecha en las elecciones al Parlamento Europeo, el Reino Unido y Francia colorearon el mapa con nuevos tonos. Una evidencia de que hay poco espacio para la moderación y el péndulo seguirá oscilando.
Pedro Sánchez, el jefe de gobierno español, que sabe en qué caldo se cuece el crecimiento de la extrema derecha en su propio suelo, tuiteó: “Esta semana, dos de los mayores países de Europa han elegido el mismo camino que eligió España hace un año: rechazo a la ultraderecha y apuesta decidida por una izquierda social que aborde los problemas de la gente con políticas serias y valientes. Reino Unido y Francia han dicho SÍ al progreso y el avance social y NO al retroceso en derechos y libertades. Con la ultraderecha ni se pacta ni se gobierna”.
Tras las elecciones a la Eurocámara, me preguntaba si alcanzaría con la formación de una alianza amplia de izquierdas en Francia para detener a Marine Le Pen y su Reagrupamiento Nacional (RN). Aunque el margen se mostraba cada vez más estrecho, la estrategia inteligente del Nuevo Frente Popular (NFP) revirtió de manera abrumadora las victorias de Le Pen en las europeas del 9 de junio (31%) y en la primera vuelta de las legislativas francesas del 30 de junio (34%). También fue exitoso el acuerdo entre el NFP y Juntos por la República, del presidente Emmanuel Macron, quienes acordaron retirar los candidatos que hubieran salido terceros en aquellas circunscripciones donde hubo segunda ronda. ¿Por qué? El sistema electoral francés tiene sus complejidades. La primera vuelta requiere del 50% de los votos para ser electos –algo casi imposible debido a la fragmentación del sistema político–, y a esa segunda ronda no acceden solo los dos partidos más votados, sino todos los que hayan alcanzado un piso de 12,5% de los votos. Es decir, pueden competir varios postulantes. Este cordón sanitario anti Le Pen entre ambas formaciones fue apoyado disciplinadamente por sus votantes, y explica los inesperados resultados de este domingo.
De los 577 diputados que componen la Asamblea Nacional, el NFP obtuvo el primer lugar con 182 bancas, de las cuales 71 fueron para La Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon, 61 para el Partido Socialista del expresidente François Hollande, 33 para Los Ecologistas y 9 para el Partido Comunista. Por fuera de la colación, hay 14 curules más que pertenecen a otros movimientos de izquierda.
El segundo lugar fue para Macron, que alcanzó las 168 bancas; mientras que la caída estrepitosa de Le Pen –a la que algunas encuestas auguraban poder alcanzar hasta la mayoría absoluta– la hundió al tercer lugar, con 143 representantes (aunque su elección fue, de todas formas, histórica); cuartos quedaron Los Republicanos, con 45 bancas. El número mágico es 289, por lo que la conformación de gobierno requiere del entendimiento entre el Frente Popular y el macronismo. La pregunta es qué están dispuestos a ceder dos espacios que se recelan y cuyos proyectos de país son muy distintos.
En su primer discurso postriunfo, Mélenchon aseguró: “aumentaremos el salario mínimo: por decreto”. Pero fue aún más allá, porque expresó su voluntad de “obtener aumentos en cada rama profesional” y planteó que, para lograr eso, “habrá que movilizarse en todas partes”, ya que “nuestro gobierno tendrá la autoridad que el pueblo le dé en acción”.
La central mayoritaria de Francia, la CGT, valoró que el NFP “se impuso con un programa que incluía aumentos salariales y de las jubilaciones, la derogación de la reforma jubilatoria e inversiones en nuestros servicios públicos”.
Cruzando el Canal de la Mancha, y en sintonía con Mélenchon, el flamante primer ministro del Reino Unido, Keir Starmer, ha formado un gabinete con una fuerte presencia de mujeres y con la elección de David Lammy como ministro de Relaciones Exteriores. Señal de cambios sustanciales. Lo demuestra, por ejemplo, la suspensión del “Plan de Ruanda”, que deportaba en caliente a las embarcaciones de migrantes hacia ese país. Además, ya se planteó como horizonte el cese al fuego en Gaza y que se garantice el ingreso de ayuda humanitaria. Lammy tiene un historial de militancia social y pertenece a la “generación Windrush”, hijo de inmigrantes negros que llegaron al Reino Unido desde países del Caribe tras la segunda Guerra Mundial para ayudar en la reconstrucción y cuyo esfuerzo jamás fue reconocido por el Estado británico.
Tras catorce años de gobiernos conservadores que beneficiaron económicamente a los bancos y grandes empresas, atacaron a las organizaciones sindicales, quitaron derechos y subvenciones a los trabajadores y a los barrios populares, vuelve al poder el Partido Laborista con una supermayoría: al alcanzar los 412 escaños, duplicó los obtenidos en 2019, cuando necesitaba 326 de un total de 650 para gobernar sin necesidad de aliados. Los tories obtuvieron el peor resultado de su historia, con solo 121 bancas.
Como bien dijo Augusto Taglioni en su columna para LPO: “La bronca también puede ser de izquierda […] la victoria laborista en Reino Unido y de la coalición de izquierda en Francia ponen en crisis la idea de un boom de ultraderecha como forma de canalizar de la bronca social”.
La convicción de la izquierda de tomar decisiones audaces y no esconderse bajo el disfraz de la moderación para enfrentarse a una derecha antidemocrática trajo réditos. Es una enseñanza: la unidad de acción y programática contra la extrema derecha es posible y beneficiosa.
El presidente Javier Milei hace cuatro semanas se había jactado de haber influido en las elecciones a la Eurocámara y afirmaba que “las nuevas derechas han arrasado en las elecciones europeas y le han puesto un freno a todos aquellos que empujan la Agenda 2030”. Mientras pegaba el faltazo a la Cumbre del Mercosur y veía con Jair Bolsonaro la derrota de Brasil frente a Uruguay en la Copa América, se debe haber atragantado con las poderosas victorias progresistas en Francia y Reino Unido.
Las redes sociales paleolibertarias se llenaron de “lágrimas de facho”. En menos de un mes, pasaron de autocelebrarse por las victorias reaccionarias a “saludar a Reino y Francia que se van” y a llorar por la “muerte de Occidente”. La Escuela Austríaca da herramientas inservibles y arcaicas para analizar la política exterior actual. Para sumar más histeria, la ultraderecha pasó de amenazar con armar un superbloque en el Parlamento Europeo a fragmentarse en cuatro pedazos. La familia no está unida.
Sin expectativas de progreso social, las grandes mayorías excluidas se abrazan al discurso fanático que exacerba los sentimientos más viscerales. En este contexto, la izquierda debe salir de la moderación y de la intrascendencia, ondear la bandera de la justicia social y estar a la altura del desafío que representa el avance del nuevo fascismo, su normalización y su blanqueamiento en el ecosistema mediático y de redes sociales.
En 1936 en Francia, otro Frente Popular vencía en las elecciones, la experiencia fue breve y timorata, se la devoró el fascismo. En las calles de Francia se escuchó anoche el histórico “No pasarán”. Que no pasen.
Publicado originalmente en Sangrre