Redacción Canal Abierto | Desde su asunción en diciembre de 2023, Milei ha hecho de su alineamiento con Trump un pilar de su política exterior: encuentros en Mar-a-Lago, discursos en eventos conservadores como el CPAC y elogios mutuos han sido la moneda de cambio para proyectar una relación estratégica que, según el presidente argentino, traería beneficios tangibles al país.
Sin embargo, la decisión de la Casa Blanca de aplicar un gravamen del 10% a productos nacionales -con incrementos específicos del 25% para acero y aluminio- expuso las limitaciones de una estrategia basada más en gestos ideológicos y genuflexión que una visión geopolítica seria y sustentable.
El impacto económico no es menor. Productos clave como alimentos (cuyo arancel pasa de 4,6% a 14,6%), plásticos (de 1,4% a 11,4%), textiles (de 6,1% a 16,1%) y metales (de 0,2% a 10,02%, más el 25% adicional para acero y aluminio) sufrirán un encarecimiento que amenaza su competitividad en el mercado estadounidense.
Solo en aluminio, Argentina exportó 9.441 toneladas en 2024. Un volumen que, aunque menor al de gigantes como Canadá, representa una porción vital para empresas como Aluar, que destina el 55% de su producción a Norteamérica. En total, los 6.395 millones de dólares exportados el año pasado podrían generar una pérdida de hasta 500 millones en beneficios si el flujo comercial no se ajusta, un escenario improbable en un contexto de guerra comercial global.
Frente a este panorama, la respuesta del oficialismo ha oscilado entre la negación y un intento de resignificación que roza el delirio. El vocero presidencial, Manuel Adorni, celebró que el arancel del 10% sea “de los más bajos” y lo presentó como un éxito de la relación con Trump, sugiriendo que otros países latinoamericanos enfrentan tasas más altas.
Sin embargo, naciones como Perú, Brasil, Colombia y Chile también quedaron bajo el mismo piso del 10%. Estos últimos, gobernados bajo signos ideológicos diametralmente opuestos al argentino o el norteamericano.
En su reunión del 3 de abril con Jamieson Greer, titular de la Oficina del Representante Comercial de Estados Unidos (USTR), el canciller Gerardo Werthein buscó excepciones para una canasta de productos, un esfuerzo que Milei respaldó en su discurso en la American Patriots Gala en Mar-a-Lago.
Allí, el presidente prometió “readecuar la normativa” para cumplir con las exigencias de Trump y avanzar hacia un tratado de libre comercio. Sin embargo, esta estrategia choca con dos obstáculos: la pertenencia de Argentina al Mercosur, que limita su capacidad de negociar bilateralmente, y la falta de interés de Washington en acuerdos de libre comercio desde 2012.
Lo cierto es que Milei acaba de volver de su visita con las manos vacías: no logró una reunión privada ni la ansiada foto con Trump, tampoco un respaldo explícito en medio de las negociaciones con el FMI.
Se tuvo que conformar con el premio “Make America Great Again”, algunas selfies y una cena de gala donde compartió mesa con su hermana Karina, Werthein y Natalia Denegri, quien también fue galardonada.
Es decir, migajas para cualquier otro mandatario, quizás suficiente para el ecosistema libertario argentino que no ahorró en posteos bajo el irónico lema “fenómeno barrial”.
En un país que necesita dólares para estabilizar su economía, la guerra comercial de Trump no solo golpea las exportaciones. También a la ya debilitada credibilidad de un Gobierno que apostó todo a una amistad que -al igual igual que Roma con sus traidores- no estaría pagando dividendos.