Por Carlos Saglul | Terminado el ciclo de dictaduras de los años setenta con su trágico saldo de miles de muertos y desaparecidos, Estados Unidos decidió –robustecido en su influencia- dejar de lado la ideología de Seguridad Nacional que le había servido para utilizar a las fuerzas armadas locales como tropas de ocupación. La aparición de brotes nacionalistas de derecha como los carapintadas en Argentina o, en el otro extremo ideológico, la sublevación chavista en Venezuela consolidaron la decisión de terminar con esta etapa.
Los grandes medios del continente, saturados por el control del flujo informativo que ejerce Estados Unidos, comenzaron a llenar sus primeras planas con una nueva palabra “narcoterrorismo”. El Plan Colombia, que convirtió al país centroamericano en principal beneficiario de créditos y donaciones de armas estadounidenses, financió la multiplicación de campos de entrenamiento anti-insurreccionales: mostraron la verdadera cara de la guerra contra el narcotráfico.
La investigación del Congreso norteamericano que probó la operación en que aviones de la CIA cargados con droga partían de Centroamérica para volver con las bodegas repletas de armas para la Contranicaragüense, dejó al desnudo que el único narcotráfico que le preocupa a Estados Unidos es el que no controla.
La presencia de la DEA (la oficina antinarcóticos yanqui) siempre está subordinada a las estaciones locales de la CIA. En su momento, el jefe de la estación local, Abel Reynoso, denunció tras renunciar que todas las investigaciones eran digitadas políticamente. Al parecer una vez “descubierto” como narcotraficante, un ministro o gobernador es más valioso en su puesto actuando condicionado que tras las rejas. Por eso, jamás son detenidos.
Temoroso de los brotes nacionalistas, Estados Unidos dejó de financiar a las fuerzas armadas del continente al tiempo que sembró de bases el territorio que va de Ecuador a la Triple Frontera. Se montaron grandes pistas para aviones de gran magnitud aptas para “operaciones rápidas”. La base Estigarribia en Paraguay es un ejemplo. Sus cimientos no son los normales en cuanto a su profundidad. No tiene los dos que tiene Ezeiza sino nueve metros. Hay una razón. Fue preparada para recibir aviones de transporte con carga especial. Tanques, tanquetas, artillería pesada.
Ahora, en el marco de extraños “atentados”, una campaña de prensa delirante trata de mostrar a los mapuches como un grupo terrorista; investigaciones de amenazas al candidato Esteban Bullrich terminan siendo los insultos de un novio celoso; artículos en primera plana con desapariciones de funcionarios de seguridad que poco después aparecen en un Casino. A la par que se refuerza la represión a las movilizaciones obreras que en muchos casos por milagro aún no arrojaron víctimas fatales y se produce la desaparición de Santiago Maldondo, el gobierno reflota su proyecto de implicar a las Fuerzas Armadas en la lucha contra el Narcoterrorismo.
En las últimas horas se anunció que se reforzarán las guardias en las instituciones públicas ante la campaña por la aparición con vida de Santiago Maldonado. ¿Temen ataques de malones mapuches?
Para el neoliberalismo la “ley de mercado” está por sobre la defensa de la vida. La seguridad prioriza entonces la propiedad privada y sus ganancias a los derechos humanos. No es casual que exista un destacamento en el casco de la estancia Benetton. Hay una similar en el norteño ingenio Ledesma. De allí salieron los vehículos que se llevaron a los desaparecidos en la denominada Noche del Apagón. También durante la dictadura funcionaron casas de tortura en muchas de las sedes de las principales fábricas multinacionales.
¿Cuál es el terrorismo que lleva a pensar poner a las Fuerzas Armadas a combatirlo? ¿El de los obreros despedidos que toman fábricas? ¿Los desocupados y hambrientos que cortan calles? ¿Los pueblos originarios que piden por sus tierras, en su mayoría en manos de latifundistas o capitales extranjeros? Como todo, el relato del terrorismo tiene que ver con los intereses del gran capital. Lo explicó en forma magistral Collin Powell, ex secretario de estado norteamericano: “El terrorismo forma parte del lado oscuro de la globalización. Es triste, pero es una de las consecuencia de hacer negocios en todo el mundo, negocios que nosotros como norteamericanos no dejaremos de hacer”.