Por Hernán López Echagüe
Primero
La persona a dominar debe caer en la cuenta de que su destino es ineludible, que siempre vivirá en la situación en que se encuentra. El objetivo es que entienda su insignificancia y, lenta y gradualmente, empiece a callar, a sentarse sobre sí misma, y a construir sus propias rejas, su propio calabozo, aunque animada por el espejismo de que en realidad está edificando su libre albedrío. Entonces vendrá a rogarnos que la liberemos, de cualquier modo, sin reparar, en momento alguno, en la suerte que pueda correr la persona que habita el calabozo contiguo.
Segundo
Resulta muy peligroso que el dominado, de pronto, movido quizá por razones profanas, presuma o siquiera conjeture que la suya no es vida. Es responsabilidad de cada uno de nosotros mantener al dominado en un estado de embelesamiento existencial, flotando continuamente en el interior de una suerte de esfera ingrávida y amable que lo libra de esfuerzos mayores, del fastidio de sentir la obligación diaria de conducir su vida hacia un bienestar figurado. De eso nos ocupamos nosotros.
Tercero
El dominado debe sentir culpa cada vez que intente esquivar la fortaleza de nuestra justa, amable y misericordiosa dominación.
Cuarto
Es menester lograr que la persona a la que pretendemos dominar se sienta culpable de cualquier cosa. O de todo lo que quizá pueda poner en peligro tu poder. En casos extremos, hasta culpable de haber nacido: toda existencia es digna de sospecha y, por lo tanto, de una exhaustiva investigación.
Quinto
La persona a dominar suele doblegarse ante un regalo, una generosidad. Va desde la concesión de un fuerte abrazo hasta la de aceptarle que se saque una selfie con nosotros. Lo más apropiado: canasta de alimentos, zapatillas, un colchón, y, gesto que quizá suene a derroche excesivo, pero da buenos frutos, un empleo. De lo que fuere. El dominado suele padecer la tara de profesar un hondo e insólito agradecimiento por su empleador.
Sexto
A la larga, el dominado termina aceptando sin vueltas, y muchas veces con rara satisfacción, que uno se haga cargo de su vida, de sus deseos, de sus sueños más profundos. Nunca más lo devorará la angustia que causa la opción, la facultad de elegir. Todo arresto de libre albedrío que pueda tener cabida en su cabeza, no será más que un juego vano que habrá de sumergirlo en un abatimiento sin límites.
Séptimo
Toda palabra es equívoca y arisca porque no es posible dominar su significado, o, mejor dicho, la significación que aviva en cada persona. La palabra es tierra baldía.
Octavo
Hay libros, películas, programas de televisión y de radio; revistas, diarios, cantantes, intelectuales, que debemos lograr que el dominado lea, vea, escuche. Jamás la imposición, desde luego: el dominado tiene que abrochar sus ojos, sus oídos y su pensamiento a determinados espacios de formación cultural de la conciencia, y por sobre todas las cosas de la inconsciencia, gracias a un trabajo sutil de macaneo.
Noveno
No vemos.
Décimo
El dominado, en fin, debe comprender que todo lo que no le está prohibido, es obligatorio.