Por Melissa Zenobi | Finalmente, diputados, diputadas, senadoras y senadores debieron enfrentarse a la realidad que atraviesan las miles de mujeres que mueren por abortos clandestinos en Argentina y el mundo.
Hoy, con mucha alegría el feminismo celebra el tratamiento de la Ley de la Interrupción Voluntaria del Embarazo. Y mientras sucede ese debate sobre el derecho de las mujeres a decidir sobre nuestros cuerpos en casos de embarazos no deseados aparecen otras preguntas: ¿qué pasa cuando las mujeres continuamos con esas gestaciones? ¿Qué pasa cuando la maternidad es un deseo genuino?
Si bien en Argentina desde 2005 contamos con la Ley 25.929 de Parto Humanizado, los índices de denuncia por violencia obstétrica son alarmantes. Un relevamiento realizado por el Observatorio de Violencia Obstétrica (OVO) de la organización feminista Las Casildas, reveló que de 4900 nacimientos que tuvieron lugar en el país, más de la mitad de las madres se sintió en peligro, padeció el trato deshumanizado y fue criticada por sus actitudes (como llorar o gritar de dolor). El 70 por ciento no pudo elegir una posición para parir que le fuera cómoda.
El problema siempre aparece cuando nos atrevemos a elegir, una cuestión que atraviesa toda la agenda de derechos de las mujeres. Edith Diez es licenciada en Obstetricia y atiende partos domiciliarios. «La Ley de Parto Humanizado está en vigencia y las mujeres pueden exigirla, pero hay muchas cosas libradas a la voluntad médica y la comodidad de los profesionales», sostiene.
Un caso paradigmático es el de las cesáreas programadas. Diez indica que, cuando no se trata de casos de gravedad, lo que aparece «es un muy mal uso de una herramienta súper valiosa, para obtener comodidad en horario y disponibilidad» por parte de los profesionales. Y ante la creencia popular de que la cesárea es un procedimiento seguro, advierte que por el contrario, tiene muchos riesgos. “Es, en realidad, una cuestión de control: controlo el tiempo, el cuerpo de la mujer, al niño por nacer», resume.
«La posición más cómoda y natural para parir es la mujer sentada en un banquito del estilo de un inodoro. De ahí podemos pasar a una postura de cuclillas, como las indias que están muy acostumbradas a trabajar también en cuclillas. Éste no es el caso de la mujer urbana», relata Diez. Y agrega que luego de muchísimos años el banquito se va incorporando a algunos centros médicos: «queremos mostrar que los partos en clínicas también pueden ser seguros y respetados. La idea es que la mujer pueda tener a mano todas las opciones, llegar con información al día del parto para decidir cómo quiere traer a su bebé al mundo».
Sin embargo, eso está lejos de ocurrir. «Nos gustaría que la elección sea porque la pareja entiende que el hogar donde viven es el lugar más propicio para recibir al bebé, pero lamentablemente muchas mujeres se vuelcan al parto domiciliario por la paupérrima asistencia que hay en las instituciones médicas«, sentencia.