Por Hernán López Echagüe | Oigo voces que me dicen: “Esto tiene que salir bien”. No sé muy bien a qué se refiere la palabra “esto”, pero si se refiere a lo que yo entiendo por “esto”, esas voces que oigo son sencillamente estrafalarias. Porque también hay un vozarroncito que me dice a cada hora que “esto” saldrá mal, muy mal. O, como diría mi mamá, “esto” será un despiporre de desolación.
Se me vino a la cabeza un viaje en colectivo, a mediados del dos mil dos, y una voz que salía de la radio del colectivero. La voz de Baby Etchecopar. Entrevistaba a una mujer que recibía un Plan Trabajar y estaba en una marcha.
Mujer: “Nosotros somos once en la familia y vivimos sólo con un Plan Trabajar”.
Baby: “Pero señora, sus hijos son unos inútiles. ¿Me va a decir que no consiguen un laburo de nada, ni siquiera para limpiar inodoros? ¡Pero por favor!”
Mujer: “No, Baby, escuchame, es que no hay trabajo. Yo, con mi plan trato de ayudar a mi hija, que tiene seis hijos, cuatro de ella y dos de su marido, de un matrimonio anterior”.
Baby: “Pero señora, su hija piensa con el culo, ¿qué tiene en la cabeza? ¿Cómo se va a meter con ese tipo que ya tiene dos críos? Son unos irresponsables, y ese tipo que tiene hijos por todos lados y no puede mantenerlos, es un infeliz, son todos unos ignorantes”.
¿Qué añadir acerca de este tal Etchecopar, criatura de aspecto pusinesco que da la impresión de haber sido alumbrada en una noche de tempestad, extrema generosidad y ceguera universal? Basta escucharlo y mirarlo sin demasiado esmero para advertir que en ese cráneo amarrete se concentra buena parte de la cómplice y nauseabunda esencia cultural argentina que ha hecho posible este país de morondanga. Escucharlo equivale a escuchar los mortuorios y sulfurosos ecos de los asesinos de la Patagonia rebelde; de los hacedores de la década infame; de los fusiles de José León Suárez; de las masacres de Ezeiza y Trelew; de los torturadores y violadores y ladrones de bebés de una dictadura militar que, es dable colegir, él extraña hasta las lágrimas; de censores y oscurantistas; del ponzoñoso “por algo será”, que condenó a la muerte a decenas de miles de personas; escucharlo equivale a escuchar la voz de la inquisición y la estruendosa carcajada que suelta el policía cuando en los testículos del chico que robó un autoestéreo reúne los dos polos del cable. En el tal Etchecopar, en fin, cualquier aprendiz de antropólogo, hasta el más pánfilo, habrá de hallar el especular e incorregible humus de los pasajes más nefastos, grotescos y sanguinarios de la historia del país. Por eso es plausible que exista y hable y sin pudor se exponga por toda parte. Para que podamos comprender cabalmente el origen de todos nuestros males.